31.10.25

Presentan declaratoria como Monumento Histórico de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen de Tocopilla y su casa Parroquial.

Interior del Templo de Tocopilla. Archivo Arzobispado de Antofagasta.

Fuente: Servicio Nacional del Patrimonio Cultural / Publicado el 30/10/2025

La exposición fue realizada ante el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), a solicitud de la Municipalidad de Tocopilla, donde se destacó el valor testimonial y simbólico del edificio de la época fundacional del vecino puerto.

Por unanimidad fue aprobada por el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), la declaratoria como Monumentos Nacional, en la categoría de Monumento Histórico, de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen de Tocopilla y su casa parroquial.

La presentación, fue realizada a solicitud de la Municipalidad de Tocopilla, por el arquitecto de la Oficina Técnica Regional (OTR) del CMN del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, Serpat en la región de Antofagasta, Carlos Ríos Cortés, quien destacó el valor testimonial y simbólico del edificio, ya que se trata de edificio más antiguo de la comuna y el único templo de madera de origen boliviano existente en la región de Antofagasta, testimonio directo de la época fundacional de Tocopilla y del desarrollo de los puertos salitreros del norte de Chile.

La sesión ordinaria, realizada el pasado 22 de octubre,de manera presencial y telemática, contó con la participación de 16 consejeros/as del CMN, quienes aprobaron la solicitud, bajo  los parámetros que establece la ley N°17.288 de Monumentos Nacionales, la cual establece la preservación del patrimonio cultural de Chile, asegurando que los monumentos y sitios de interés histórico sean protegidos y mantenidos para las futuras generaciones.

El director regional del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, Serpat, en la región de Antofagasta, Claudio Lagos Gutiérrez destacó la importancia de la aprobación de esta solicitud de declaratoria, para la comuna de Tocopilla y su comunidad, señalando que “su relevancia trasciende lo arquitectónico, ya que este edificio es un símbolo y testigo de la época fundacional del vecino puerto y del proceso de chilenización y de la conformación de la identidad nacional del territorio”.

Valor Patrimonial

La Iglesia Nuestra Señora del Carmen de Tocopilla y su Casa Parroquial representan un conjunto patrimonial de enorme valor histórico y comunitario para la región: durante la Guerra del Pacífico, el templo sirvió de refugio a las tropas chilenas en 1879, vinculando su consagración a la Virgen del Carmen con los procesos de anexación de esta región al territorio nacional.

En este sentido, la encargada de la OTR del CMN del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, Serpat, en la región de Antofagasta, Alexandra Joo Villablanca, agregó que la iglesia es el testimonio del primer centro de la ciudad y con el pasar de los años, se consolida como un referente físico y simbólico a nivel de barrio, otorgándole un rol identitario local.

Se trata de una de las pocas iglesias construidas de madera en el norte de Chile. Su sistema constructivo tipo Balloon Frame es representativo del periodo de construcción de los puertos salitreros, lo que lo conecta con la circulación inglesa de tecnologías, capitales y de prácticas constructivas.

El reconocimiento de este inmueble dentro del marco de la Ley N° 17.288 sobre Monumentos Nacionales resulta fundamental para preservar su valor testimonial y simbólico, asegurar su protección y promover su puesta en valor como centro espiritual y social que continúa articulando la vida comunitaria de Tocopilla.

Arte para salvar el mundo: la Bienal de São Paulo apuesta por un nuevo humanismo frente a la deriva global

 

Sitio web de la 36ª Bienal de São Paulo. 

Vía El País. 

La cita artística más importante del hemisferio sur se convierte en un manifiesto por otras formas de vivir, saber y crear, con las culturas indígenas y otros excluidos en el centro del relato.

Álex Vicente / São Paulo - 04 SEPT 2025 - 15:13 CLT

Toda bienal de arte que se precie aspira a ser un comentario sobre el estado del mundo. La de São Paulo, segunda en antigüedad tras la de Venecia y la más prestigiosa del hemisferio sur, conocida por su posicionamiento político desde su fundación en 1951, no iba a ser una excepción. El responsable de su nueva edición, el camerunés Bonaventure Soh Bejeng Ndikung, que dirige la Casa de las Culturas del Mundo de Berlín, lo expresaba sin rodeos este jueves durante la presentación de la gran cita con el arte, que abrirá sus puertas al público el sábado. “No tengo una tesis que formular, pero sí una preocupación por el rumbo del mundo. ¿Cómo salvar a la humanidad de este camino violento y tóxico?”, se preguntaba Ndikung, que ha pilotado la cita con un equipo de otros cinco comisarios internacionales. “Quizá existan otras vías y sospecho que los artistas pueden ayudarnos a encontrarlas. Mi obsesión, dentro y fuera de esta bienal, es la misma: ¿cómo podemos vivir mejor juntos?”.

El asunto central de esta bienal es “la humanidad”, concepto banal pero rara vez abordado como tema de una gran exposición de arte. Ndikung se distancia del humanismo ilustrado, centrado en el hombre blanco y excluyente con mujeres, esclavos o pueblos indígenas, para proponer una noción más abierta y respetuosa con las otras especies. La muestra reivindica los saberes de culturas como la yoruba, nguemba, amazigh, urdu, mori, candomblé o sufí, y se enriquece también, como ya es habitual en este tipo de citas, de la tradición feminista, negra y queer.

En la sede histórica del Pabellón Ciccillo Matarazzo, una de las obras maestras de Oscar Niemeyer, se despliega una edición concebida como un ejercicio “de escucha y encuentro”. Este gran prisma blanco, con su planta libre, rampas helicoidales y tres pisos diáfanos, vuelve a ser escenario idóneo para una cita de gran formato, abierta y gratuita para todos. La metáfora que inspira está edición es la del estuario, un lugar donde tradiciones, disciplinas e ideas procedentes de distintas orillas confluyen y se transforman en una nueva entidad común. En total, se exhiben 125 obras de artistas y colectivos, articuladas en seis núcleos que abordan cuestiones centrales de nuestro presente.

En la planta baja, rodeada por la naturaleza del Parque Ibirapuera, varias obras giran en torno a la tierra como un nuevo oro en este planeta en crisis. Precious Okoyomon recrea un terreno artificial en el interior del edificio, mientras el colectivo Sertão Negro, vinculado al quilombismo, levanta un muro de arcilla que alberga un museo informal de saberes indígenas, junto a otras variantes del antiguo gabinete de curiosidades. La idea de comunidad atraviesa los lienzos de Frank Bowling, en un diálogo entre tradiciones que oscila entre lo estimulante y lo previsible, porque ya se ha visto en otras citas parecidas.

Esta edición prolonga el rumbo abierto por Manuel Borja-Villel, miembro del equipo de comisarios de la edición anterior, que situó la decolonización y las contranarrativas históricas en el centro con un 80% de artistas no blancos, y se anticipó a la Bienal de Venecia de 2024, del brasileño Adriano Pedrosa, con su histórico despliegue de artistas indígenas. Algunos artistas y propuestas se repiten aquí.

 Varios trabajos plantean formas de resistencia frente a la deshumanización, la expoliación de la tierra y la nueva deriva autoritaria. Evocan memorias del esclavismo o de la apropiación territorial, a la vez que defienden modelos alternativos a la monocultura de la plantación. Otro apartado aborda las migraciones forzadas, las transformaciones urbanas y los nuevos encuentros entre humanos, animales, máquinas, virus y bacterias. Las obras retratan la belleza distraída de un mundo en ruinas, poblado de cíborgs y otras criaturas híbridas. La artista francesa Laure Prouvost presenta una flor imposible, hecha de vidrio, tela y cemento, con pétalos en forma de senos que dejan caer sus semillas sobre el visitante.

Los textos explicativos son discretos y las cartelas casi están escondidas para favorecer el contacto directo con las obras, libre de prejuicios. “Hay demasiadas palabras en el mundo del arte”, sonríe Ndikung. Nombres consagrados como Isa Genzken, Kader Attia, Óscar Murillo o Wolfgang Tillmans conviven en igualdad con artistas desconocidos para el público occidental, en su mayoría pertenecientes a culturas nativas.

Cruzado en un rincón discreto, Tillmans presenta una serie fotográfica de ríos, del Nilo al Congo, que ha retratado durante 25 años y que ahora reúne por primera vez. “Al verlos juntos, me pareció oírlos hablar entre sí, como si establecieran un diálogo silencioso que hasta entonces no había imaginado”, explicaba. Para él, la palabra humanidad, lastrada por su asociación con ese modelo ilustrado y excluyente, ha recuperado un sentido distinto. “Es más abierto, humilde y ligado a la práctica de la coexistencia. Lo esencial es escucharnos, vernos y reconocernos. Eso es lo que encuentro tan conmovedor en esta bienal”, decía.

 En São Paulo, la belleza se reivindica como un acto de resistencia frente a la austeridad feísta que domina buena parte del arte contemporáneo. La bienal apuesta por el color, por una puesta en escena sensual y por un lenguaje poético que, según sus responsables, es capaz de llegar más lejos que el discurso abiertamente político, porque condensa significados, abre posibilidades e imagina nuevos mundos.

“Puede sonar ingenuo, pero no me queda más remedio que confiar en el poder del arte para transformar”, afirma Ndikung. “Los artistas no siempre detienen guerras, pero pueden educar, revelar y adelantarse a los acontecimientos. En los años treinta, muchos intuyeron el fascismo antes de que estallara. Yo aprendí más sobre la historia de España a través de los cuadros de Goya que con cualquier manual”. Ese es, insiste, el poder del arte. “Y, en tiempos como estos, sería insensato ignorarlo”.