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25.7.19
Recuerda su hijo Sergei: El día en que le arrebataron la Luna a Nikita Khrushchev
Vía La Tercera.
Autor: Marcelo Córdova
Vie 19 Jul 2019 | 03:27 pm
La llegada del hombre a la Luna sentenció la supremacía espacial definitiva de Estados Unidos frente a la URSS. A 50 años del hito, el hijo del líder soviético que lideró los primeros éxitos de su país en el espacio recuerda en esta conversación la reacción de su padre y relata cuán cerca estuvieron ambos países de enviar una misión conjunta al satélite.
Sergei Khrushchev tenía 34 años cuando Estados Unidos alcanzó el triunfo definitivo en la carrera por la supremacía espacial. Al amanecer del 21 de julio de 1969, este ingeniero soviético y sus amigos detuvieron el auto en el que viajaban por Ucrania y miraron la Luna que horas antes había sido conquistada por Neil Armstrong. “Estábamos de vacaciones y acampamos en Chernobyl, donde años después se levantaría la famosa estación nuclear. Uno de mis amigos tenía un pequeño telescopio e intentamos encontrar a los americanos en la Luna, pero no logramos ver nada”, cuenta a Tendencias.
Él conoce de cerca el impacto que tuvo el éxito del Apolo 11 en su país, porque su padre encabezó la Unión Soviética durante sus primeros y exitosos intentos por dominar el cosmos. Nikita Khrushchev fue el máximo líder del régimen de Moscú entre 1953 y 1964, y bajo su mandato los soviéticos lanzaron el primer satélite artificial Sputnik (1957) y lograron que Yuri Gagarin se convirtiera en el pionero de los viajes espaciales tripulados (1961).
Pero en 1969 los roles se habían invertido y la Unión Soviética vivía atormentada por sus fracasos: sólo tres semanas antes del inicio de la misión Apolo 11, el cohete experimental ruso N1 -con el cual pretendían llevar humanos a la Luna- explotó y provocó una de las detonaciones no nucleares más grandes de la historia. Al igual que sus compatriotas, Nikita -el hombre que nació en la humilde villa de Kalinovka y que se ganó la vida como minero y fabricante de ladrillos- se vio relegado al rol de mero espectador del éxito de la NASA.
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“Cuando los estadounidenses llegaron a la Luna, mi padre ya se había alejado del poder y vivía en Moscú”, agrega Sergei desde la casa donde reside actualmente en el estado norteamericano de Rhode Island. Quizás por esa razón, la reacción del ex líder soviético, que en 1969 tenía 75 años, no estuvo tan marcada por la rígida doctrina soviética de la Guerra Fría: “Su respuesta fue bastante natural. Al igual que mucha gente, estaba orgulloso de que un ser humano finalmente se hubiera posado en otro mundo. Por supuesto que hubiéramos preferido ser los primeros y eso explica por qué en la Unión Soviética no hubo grandes fanfarrias”.
La voz de Sergei, que hoy tiene 84 años, transporta a esa época en que Moscú y Washington se desafiaban constantemente. A pesar de que el ingeniero emigró a Estados Unidos en 1991, todavía tiene un notorio acento. Él tenía sólo 18 años cuando su padre reemplazó a Josef Stalin como primer secretario del partido comunista de la Unión Soviética. Dos años después, Nikita ya era el máximo líder del país. Sergei, quien de pequeño leía a Jack London y Shakespeare, recuerda que su padre lo sometió a una vida sin privilegios: “No tenía guardaespaldas, ni viajaba en limosina. Mi padre siempre me decía: ‘Nunca olvides que yo soy Khruschev y tú eres sólo un ciudadano’”, señaló en una entrevista publicada hace unos años por el portal OZY.com.
Cuando Nikita fue removido de su cargo en 1964, la paranoia de la Guerra Fría hizo que el Kremlin le negara a Sergei cualquier tipo de permiso para viajar al extranjero. Después de todo, decían las autoridades de Moscú, el ingeniero manejaba información sensible: entre 1958 y 1968 había trabajado en el Instituto de Control Computacional en Moscú y también había ayudado a desarrollar sistemas de guía para misiles, submarinos, naves espaciales y algunos de los vehículos no tripulados que los soviéticos enviaron a la Luna. El cambio se produjo en 1991, cuando Mikhail Gorbachev lideraba el país y conceptos como perestroika ya se hacían conocidos en Occidente.
Las restricciones a los viajes se relajaron y Sergei pudo visitar Estados Unidos para dar una charla en el Instituto Watson de Estudios Internacionales en la Universidad de Brown. Thomas J. Watson Jr., fundador del centro, lo invitó a unirse como académico y él aceptó. “Para entonces, era claro que la Unión Soviética estaba al borde del desastre”, señaló en el portal OZY.
En 1999, él y su esposa Valentina se volvieron ciudadanos norteamericanos, pero nunca se olvidó del legado de su padre: un hijo de un matrimonio anterior -que falleció en 2007, a los 47 años- llevó el nombre de Nikita Sergeyevich Khrushchev. Su memoria tampoco ha extraviado los detalles más importantes de los albores de la disputa espacial con Estados Unidos.
– ¿Usted y su padre hablaban de los planes de la NASA?
-Por supuesto, sabíamos todo lo que estaba pasando. En 1961, el líder del programa que dio origen al Sputnik y la nave que transportó a Yuri Gagarin se presentó ante mi padre y le dijo que los americanos habían iniciado sus preparativos y trabajos de diseño para ir a la Luna. Él miró a Sergei Korolev y le dijo: “Lo sé, pero lo que están haciendo es demasiado costoso. Que ellos gasten su dinero. Yo tengo que ceñirme a los recursos que tiene nuestro pueblo”. Mi padre le comunicó que debía pensar cuidadosamente en cómo iba a gastar ese dinero, porque tenía otras prioridades, como mejorar la calidad de vida de la gente.
-¿Qué efecto tuvo esa decisión?
-Esa determinación hizo que Nikita no autorizara el inicio del diseño de una nave con fines lunares hasta 1964. Recién en ese momento dijo que se podía establecer realmente cuánto costaría y luego tomar una decisión preliminar. Así que en realidad nunca hubo una carrera espacial. Los americanos trataron de presentar todo esto como si esa competencia en realidad hubiera existido, porque les servía para promoverse. Hasta 1965 la Unión Soviética no hizo prácticamente nada que mostrara una intención de ir a la Luna.
A la sombra del padre
“Escuchen el sonido que separará para siempre lo antiguo de lo nuevo”, dijo un locutor de la cadena radial NBC durante la noche del 4 de octubre de 1957. A continuación la audiencia pudo oír un chirrido proveniente del espacio que se repetía una y otra vez y que la agencia AP bautizó como “beep beep profundo”. Su emisor era una pequeña esfera de 23 centímetros de diámetro, que además estaba dotada de cuatro antenas que emitían pulsos de radio. Los soviéticos la habían lanzado a la órbita de la Tierra y la llamaron Sputnik.
El primer satélite artificial de la historia ya era una realidad y el impacto en Estados Unidos fue inmediato. Al día siguiente, el presidente Dwight Eisenhower encaró a sus asesores científicos con varias preguntas. ¿Cómo había ocurrido algo así?, ¿por qué el gobierno de Estados Unidos fue sorprendido tan de improviso por el lanzamiento? Simon Ramo, uno de los pioneros de la era espacial, escribió en su libro El negocio de la ciencia que la “respuesta americana al logro de la Unión Soviética fue comparable a la reacción ante el aterrizaje de Lindbergh en Francia, el bombardeo japonés de Pearl Harbor y la muerte de Franklin D. Roosevelt”.
Sergei Khrushchev fue testigo de ese hito desde la vereda soviética. “En la tarde del 4 de octubre de 1957, mi padre esperaba una llamada. El diseñador en jefe Sergei Korolev debía llamar desde el centro de lanzamiento de Tyuratam. Más temprano mi padre había estado en Kiev, Ucrania, para asistir a reuniones militares. También asistió a una demostración de tanques”, escribió el ingeniero en un artículo de la revista Air & Space.
La confirmación llegó cuando padre e hijo cenaban con varios oficiales en el palacio ucraniano de Mariyinsky. Un asistente salió de la habitación para luego volver con una sonrisa y entregarle la buena noticia a Nikita, quien la anunció a los comensales. “Él dijo: ‘Les diré que éste es un gran logro, pero es un secreto. Hemos lanzado un Sputnik’. Así que dejó de hablar de los asuntos locales y empezó a conversar sobre cuán importante era el Sputnik. Los oficiales estaban decepcionados. Pensaban que sus problemas eran mucho más importantes”, comentó Sergei en un reciente artículo de la revista Time.
Al día siguiente, la prensa mundial le dedicó toda su atención. Y en la Unión Soviética, el 6 de octubre el diario Pravda le dedicó toda su portada, con el titular: “¡El primer satélite artificial del mundo fue fabricado en la Unión Soviética!”. Lo que los periódicos no publicaron fue el nombre del jefe de la oficina de diseño donde el Sputnik fue creado. “En esa época nadie sabía el nombre de Sergei Korolev. Era clasificado. La KGB sabía que en realidad no había necesidad de mantenerlo en secreto, pero Ivan Serov, jefe de ese organismo, me dijo que los recursos del enemigo eran limitados, así que la idea era dejar que desperdiciaran sus esfuerzos intentando descubrir secretos irreales. Porque en cuanto a los verdaderos, sus brazos eran demasiado cortos para alcanzarlos”, escribió Sergei en Air & Space.
El siguiente gran paso se dio el 12 de abril de 1961, cuando los soviéticos lograron que Yuri Gagarin completara un vuelo que lo convirtió en el primer humano en ir al espacio. “Nikita estaba en un resort del Mar Negro trabajando en un informe. Korolev lo llamó y le dijo: ‘El hombre está en el espacio, pero debemos esperar 90 minutos’. Korolev llamó de nuevo y dijo: ‘Está de regreso’. Y Nikita dijo: ‘Dime, dime. ¿Está vivo? ¿Está vivo?”, relató Sergei a Time.
Korolev le aseguró que Gagarin estaba a salvo y dos días después los soviéticos organizaron una celebración masiva en la Plaza Roja de Moscú. “Fue muy similar al día de la Victoria tras la Segunda Guerra Mundial”, recuerda el ingeniero en la revista Time.
-¿Qué ocurrió luego que su padre fue removido de su cargo?
-En el otoño de 1965, el nuevo gobierno de Leonid Brezhnev aprobó la decisión firme de ir a la Luna. Pero en realidad el programa constaba de dos proyectos: enviar una misión tripulada y mandar alguna nave robotizada. La idea que incluía cosmonautas no prosperó porque estaba basada en un diseño concebido por Korolev y él cometió muchos errores. Fue la otra iniciativa -llamada programa Lunnik- la que logró volar con éxito y eventualmente trajo muestras a la Unión Soviética casi al mismo tiempo que lo hicieron las misiones Apolo.
-¿Las disputas entre Korolev y los demás especialistas fue lo que llevó al fracaso de las misiones tripuladas soviéticas?
-Por alguna razón, a fines de 1965 el gobierno decidió que Korolev debía emprender ese proyecto. Estaba solo y falló. Cayó en muchas equivocaciones al diseñar la nave espacial y el cohete de lanzamiento, porque en realidad él no era un científico ni un ingeniero avezado, sino un muy buen director de equipos de trabajo. Él tenía un buen ingeniero en jefe que le diseñó el lanzador del Sputnik, pero no encontró un experto así para el programa lunar.
En una entrevista publicada por la revista Scientific American, Sergei comenta que el gran problema de Korolev fue su mentalidad. Según Khrushchev, la intención del ingeniero era usar el lanzador que ya tenía, pero el N1 había sido creado en 1958 para otro propósito y tenía una capacidad limitada de carga de 70 toneladas: “Su filosofía era no trabajar en un diseño por etapas, como se hacía usualmente con las naves espaciales, sino que ensamblar todo y probar. Pensó que eso funcionaría. Hubo varios intentos y fracasos con el programa Lunnik. Enviar hombres a la Luna es demasiado complejo para una táctica de ese tipo. Creo que estaba condenado al fracaso desde el comienzo”.
Una oferta insólita
Hoy muy pocos lo recuerdan, pero en un momento Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron a punto de trabajar codo a codo en una misión lunar tripulada. John Logsdon, ex miembro del consejo de asesores de la NASA y fundador del Instituto de Políticas Espaciales en la Universidad George Washington, comentó al diario inglés The Telegraph que en un comienzo el presidente norteamericano John F. Kennedy no pretendió que el programa Apolo se convirtiera en una hazaña nacionalista: “Diez días después de anunciar la misión a la Luna, Kennedy se reunió con Khrushchev y le dijo ‘¿Por qué no lo hacemos juntos?’. Khrushchev respondió que no. Creo que la iniciativa de Kennedy era seria, aunque otros piensan que era propaganda”.
– ¿Por qué su padre rechazó esa oferta?
– En 1961, mi padre se reunió con Kennedy en Viena y él le propuso unirse al esfuerzo estadounidense, porque temía que los soviéticos pudieran llegar antes. Pero mi padre desechó la idea porque, según me dijo, en ese momento sentía que éramos débiles y que los americanos se enterarían de todos nuestros secretos. Al trabajar juntos, tendríamos que revelar algunas de nuestras tecnologías. Sin embargo, en 1963 Kennedy repitió su propuesta y Nikita estaba listo para sumarse al programa, porque creía que en ese momento éramos lo suficientemente fuertes como para destruir o al menos arruinar a los americanos. Así que si ellos sabían más sobre nuestro programa de misiles y otras herramientas, eso sería mejor para nosotros, porque los americanos se volverían más precavidos.
La nueva propuesta quedó registrada en un discurso de Kennedy ante Naciones Unidas, pero fue prácticamente olvidada. Era septiembre de 1963 y el programa Apolo estaba a punto de ser cancelado por problemas técnicos y de presupuesto. “Seguramente, deberíamos explorar la idea de que científicos y astronautas de nuestros dos países, y quizás de todo el mundo, trabajen juntos en la conquista del espacio, enviando algún día de esta década no sólo los representantes de una única nación, sino que de todos nuestros países”, manifestó el presidente estadounidense.
“Creo que si Kennedy hubiera vivido, estaríamos viviendo en un mundo completamente diferente”, comentó Sergei en 1997, tras una conferencia organizada por la NASA con motivo de los 40 años del lanzamiento del Sputnik. Lo cierto es que Kennedy fue asesinado en Dallas en noviembre de 1963 y la posibilidad de una misión estadounidense-soviética a la Luna comenzó a difuminarse. El 14 de octubre de 1964 Nikita se retiró del poder y cualquier opción de colaboración se desvaneció, por lo que cuando el Apolo 11 partió, el diario Pravda sólo publicó un artículo de tres columnas en su quinta página.
-¿Qué le parecen los nuevos planes que existen para volver a la Luna?
-En los 60 no había una necesidad científica de ir a la Luna. Fue un esfuerzo propagandístico de los americanos para mostrarse a sí mismos capaces de hacer algo así. Lo mismo pasa ahora. Tenemos programas muy sofisticados para enviar naves a la Luna, Marte y otros planetas, pero desde mi punto de vista no hay una necesidad de enviar humanos. Es muy difícil proteger a los astronautas de los peligros del espacio y, además, necesitas muchos recursos, porque también tienes que mandar comida y oxígeno. Sin embargo, por motivos propagandísticos más emocionales todo esto se va a repetir. Los americanos quieren enviar hombres a la Luna al igual que los chinos y van a recrear la competencia que tuvieron con la URSS.
-¿Cuál fue la principal enseñanza de la llegada del hombre a la Luna?
-El principal impacto fue probar que la humanidad podía hacerlo, que podíamos volar a otros mundos. Hoy necesitamos tecnología mucho más sofisticada para volver a hacerlo y que todavía no desarrollamos por completo. Pero hemos ido paso a paso. Es lo mismo que ocurrió con el primer avión de los hermanos Wright, que obviamente no es igual a los Boeing que vemos hoy. Cuando pusimos el Sputnik en órbita fue el mayor logro, porque era el inicio de la era espacial. Diría que la llegada a la Luna fue igual de importante que enviar un hombre al espacio, así que Gagarin y Armstrong son dos héroes de la humanidad.
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