Vía El País
En ‘Huesos sin descanso’, el investigador chileno Cristóbal Marín recoge la explotación y colonización que sufrieron dentro y fuera de su territorio las etnias fueguinas.
Por Caio Ruvenal
10 NOV 2024 - 01:30 CLST
Tierra del Fuego tiene bien ganado su apodo de fin del mundo. El archipiélago, ubicado en el extremo sur de América, es temido por los navegantes por los vientos de 100 kilómetros por hora que endurecen los picos escarpados de nieve. En este último punto continental antes de la Antártida, habitan desde hace 10.000 años las etnias selk’nam, yagán, kawésqar y haush. Son pueblos nómadas cuya historia se ha visto maldecida por colonizadores; primero por los españoles, pero principalmente por naturalistas franceses e ingleses, que llevaron contra su voluntad a muchos autóctonos para ser exhibidos como salvajes en el viejo continente del siglo XIX. Gran parte de su perverso destino, en parte impune hasta hoy, es recogido en el ensayo Huesos sin descanso, publicado en octubre en España por Debate.
“Parece otro planeta. Es un lugar muy extremo y prístino en cuanto a geografía.”, dice el autor del libro, el investigador chileno Cristóbal Marín, al explicar cómo Tierra del Fuego conectó históricamente, a través de su gente, a América y Occidente. El también prorrector de la Universidad Diego Portales (UDP) ha estado varias veces en ese territorio que vio a naufragar a barcos provenientes de varias latitudes. Sin embargo, conoció el relato de sus habitantes en Londres, cuando realizaba su doctorado en Estudios Culturales, y descubrió la traducción que realizó Andrés Bello de las crónicas de viaje de Robert FitzRoy, oficial de la marina británica. En ella, se relata cómo el comandante inglés se llevó en 1830 a cuatro nativos de la región austral (una niña de nueve años y tres hombres de 14, 20 y 26) a Europa y el cadáver de un quinto conservado en vinagre.
El objetivo de FitzRoy era demostrar que hasta los seres “más primitivos”, como los calificó Charles Darwin, podían ser “civilizados”, según los cánones de occidente. Al no tener inmunidad para las patologías europeas, las enfermedades fueron lo primero que los atacó. El hombre kawésqar de 20 años contrajo viruela y murió un mes después de su llegada a Londres. Mientras que el cuerpo que llegó en las bodegas del barco fue vendido para sus estudios al Real Colegio de Cirujanos. Al resto, se les impuso el cristianismo, el inglés y los comportamientos de la época. Su captor invitaba a sus amigos burgueses a tomar el té mientras veían los avances de la transformación a la que los sometió.
Reducidos a animales
“Me descolocaron las fotografías de los fueguinos vestidos con ropa victoriana visitando en 1831 al rey Guillermo IV y la reina Adelaida. Se convirtieron en un acontecimiento de la vida social londinense”, relata Marín, quien estuvo recientemente en Madrid presentando el libro. El también filósofo y científico social reveló que, al menos 100 nativos o sus restos, fueron llevados de Tierra del Fuego a Europa. Después de FitzRoy, y con su mismo objetivo, lo hizo el obispo Waite Hockin Stirling en 1865. Mientras que el alemán Carl Hagenbeck, famoso por crear los espectáculos antropozoológicos, ordenó un desplazamiento violento con el rapto de 11 kawésqar (cuatro hombres, cuatro mujeres y tres niños), que fueron exhibidos en zoológicos a lo largo de 1881 en Francia, Alemania y Suiza.
La primera parada fue en el Jardín de Aclimatación de París, donde fueron visitados por cerca de 500.000 personas. Entre ellos, naturalistas y antropólogos famosos que hacían sesiones especiales en las que analizaban y medían hasta los órganos genitales de las mujeres. Fueron trasladados después a Berlín en el vagón de un tren de carga para ser expuestos por cinco semanas en el Jardín Zoológico. Luego fueron llevados a Leipzig, Múnich, Stuttgart y Núremberg. Cuando se dirigían a Zúrich, no pudieron continuar por la tuberculosis, sarampión y sífilis — los guardias y operarios de los lugares donde eran expuestos abusaban sexualmente de las mujeres —, y fallecieron. Sus restos fueron apropiados por el Departamento de Anatomía de la Universidad de Zúrich.
“Las conclusiones de los informes científicos sobre los fueguinos eran similares a las opiniones de Darwin y FitzRoy: representaban una raza inferior con una limitada inteligencia y capacidad de progreso”, relata Marín, quien reconstruyó la historia a partir de documentos del Museo Británico, la Biblioteca Británica y el Hunterian Museum, entre otros. Un secuestro más vil fue el de once selk’nam en 1888, transportados “con pesadas cadenas, cual tigres de Bengala” por el ballenero belga Maurice Maitre a la Exposición Universal de París, la misma donde se exponían obras de Monet o Van Gogh. Les arrojaban carne cruda de caballo y, de forma intencional, los mantenían en suciedad, con ropas viejas y en un estado total de abandono para que tuvieran la apariencia de salvajes.
La exhibición degradante de originarios americanos no se reduce a los de Tierra de Fuego; en 1879 fueron exhibidos una pareja de aonikenk (Patagonia) con su hijo en Hamburgo y Dresde. Pero tal vez el caso más popular fue el de la mexicana Julia Pastrana, quien sufría de hipertricosis (exceso de vello en la cara) y fue mostrada como una abominación a lo largo de la década de 1850 en Estados Unidos. Luego de su muerte en 1860, su cuerpo momificado fue mostrado por diversas ciudades europeas por más de 100 años, hasta que en 2013 fue repatriada y enterrada en la ciudad de Sinaloa, en México. “La tumba fue construida con excepcionales medidas de seguridad para que, por fin, sus restos descansen en paz”, se lee en Huesos sin descanso.
Huesos sin descanso
Al igual que con Pastrana, la denigración de los fueguinos no acabó con su muerte. Marín calcula que más de un centenar de ellos todavía permanecen en suelo europeo sin su consentimiento. Identificó 28 en el Museo de Historia Natural en Kesington, 12 en el Musée de’l Homme de París y otros 18 en el Museo de Historia Natural de Viena. “Lo más básico para el honor humano es recibir un rito funerario. Si van a ser expuestas tiene que ser bajo un contexto, con cartelas que lo expliquen y los sitúen”, defiende el ensayista. En 2010 y 2016, fueron repatriados los restos de algunos, pero la mayoría de ellos continúan lejos de su tierra.
El aciago siglo XIX para los nativos de Tierra del Fuego concluyó con su explotación e intento de extermino en su propia tierra. De manera voluntaria por estancieros, principalmente ingleses, e involuntaria por parte de las misiones salesianas. En el caso de los primeros, los hacendados llegaron a ofrecer una libra esterlina en 1895 por la oreja de un selk’nam muerto porque interrumpían su negocio lanero. Los indígenas se alimentaban de los guanacos que habían sido desplazados por las ovejas que los selk’nam intentaron expulsar, los latifundistas se vieron perjudicados y ofrecieron recompensa a cazadores armados con fusiles Winchester. El más letal de ellos fue el escocés Alexander McLennan, quien dijo haber matado a 450 en un año.
Los salesianos, por su parte, instalaron una misión en 1889 en la isla Dawson. Además de ser colonizados espiritualmente, mantenidos a la fuerza bajo una estricta disciplina y alterado su alimentación, los infectaron con enfermedades que traían desde el viejo continente, en especial tuberculosis y sarampión. “La isla Dawson se transformó en una suerte de prisión para los selk’nam, un pueblo que había sido nómade durante miles de años. El cementerio de la misión con más de 1.000 tumbas de indígenas es un mudo testimonio de esta catástrofe. En los distritos periféricos, simplemente dejaban a los muertos en los matorrales más cercanos. Con certeza muchos de los enfermos vieron que los zorros salían de los bosques y devoraban a los cadáveres, pero nadie podía defenderse ni espantarlos”, recoge en su texto Marín.
Responsabilidad del Gobierno
¿Qué tanto tuvo que ver el Gobierno chileno? “Fue cómplice en cuanto guardó silencio”, responde el investigador. Para empezar, todas las matanzas y denigraciones se realizaron cuando Chile ya había conseguido su independencia y autonomía en 1818. Después, fue el Gobierno del presidente José Manuel Balmaceda el que le entregó una concesión gratuita a los católicos. Además, ya en el siglo XX, desde las altas esferas se perpetuó esta inferiorización de los fueguinos con el caso en 1940 de Lautaro Edén Wellington (Terwa Koyo era su nombre original). Se traba de un niño que con 10 años fue llevado por la fuerza aérea chilena desde Puerto Edén hasta Santiago , con el propósito de que se educara en la Escuela de Especialidades y, una vez formado, regresará a su comunidad para “civilizar” a lo que quedaba de su etnia.
También es cierto que la diplomacia chilena consiguió repatriar en 1890 a los selk’nam capturados por el belga Maitre. Del mismo modo, a principios de octubre de este año, gestionó la entrega del cráneo de un hombre selk’nam por parte del Museos Lübeck a una delegación de Tierra del Fuego que pidió que se enterrará en un cementerio de Berlín. Los “onas”, como los llamaron los antropólogos del siglo XIX, se creían extintos pero el Estado los volvió a reconocer en el 2023. Según el censo de 2017, existen 1.144 personas que se autorreconocen como selk’nam’; en 1880 eran 3.500, de acuerdo al libro. En cuanto a los yaganés son 1.600, mientras que hace dos siglos eran 2.500. El libro no ofrece datos de los kawésqar, pero se estima que ahora son 250 que solo hablan español. “Es una herida abierta. Una restitución lenta de derechos”, reconoce Marín. Un largo camino para que finalmente sus huesos descansen.