25.6.12

Paz Errazuriz: “Siempre he buscado que mi trabajo fuera invisible”, por Manuel Morales para El País.

Vía El País.


Su retrato en blanco y negro de un boxeador sentado y sudoroso ha sido el elegido para el cartel de la edición de este año de PHotoEspaña. Es una de sus fotos que cuelgan en la exposición Aquí estamos, una de las más destacadas del certamen fotográfico y que puede visitarse en el Círculo de Bellas Artes hasta el 22 de julio. La chilena Paz Errázuriz (Santiago de Chile, 1944) ve con orgullo cómo tras cuarenta años de carrera por fin "ha aterrizado" en España su obra, imágenes con el aroma de la fotografía clásica, con una forma de mirar que se asemeja a la de su admirada Cristina García Rodero, a la que ha podido conocer en su breve estancia en Madrid.

Precisamente, de la capital española le llegó hace seis meses una sorpresa: el museo Reina Sofía posee obra suya y la fotógrafa ni lo sabía. "Es extraño. Me llamaron para pedirme información de unas fotos. Yo les dije ‘¿pero qué hacen ahí?’. Creo que todo viene porque durante la dictadura de Pinochet [1973-89] hubo una exposición itinerante en 1987 que se llamaba Chile vive, que incluía fotos mías que no volvieron a mí país. Alguien las donó y ahí quedaron". Lo que sí es conocido es que la Tate Modern londinense tiene una serie de sus trabajos más recientes.

Paz iba para profesora, "pero ya aspiraba a hacer fotografía, que no a ser fotógrafa, eso eran palabras mayores". Por eso empezó por retratar a sus alumnos. "Los chicos son unos modelos extraordinarios porque se olvidan de que tú existes y entonces pasas a ser invisible. Eso es algo que he querido repetir siempre, que mi trabajo sea invisible para mezclarme, ser parte del mobiliario".

De formación autodidacta, comenzó como free lance en la dictadura pinochetista, "un mundo muy complicado y peligroso". "Siempre hubo censura, pero nos las arreglábamos para mandar las fotos afuera, era un lucha vital, con mucho dinamismo". Paz fue en 1981 la propulsora de la Asociación de Fotógrafos Independientes. "Logramos protegernos como sociedad y tener acreditaciones". Esta mujer de pelo largo y aparente fragilidad recuerda aquella etapa: "Éramos jóvenes y valientes, nos tuvimos que formar en la calle".

En paralelo al reporterismo, Errázuriz realizó un trabajo nada periodístico, el seguimiento fotográfico de una gallina, Amalia. La razón era tan pedestre como la implantación del toque de queda. "Había que encerrarse temprano y yo tenía a mis chicos pequeñitos. Por eso hice en 1975 —ríe— el diario de esta mascota".

Después del ave, llegaron lo que Errázuriz llama "ensayos, investigaciones más allá de la foto concreta", trabajos de meses de convivencia con los habitantes de un circo o con travestis prostitutos, "que sufrieron muchísima represión y padecieron los tiempos del sida cuando no se conocía la enfermedad". Algunas de estas instantáneas están en Aquí estamos y muestran a personas que ella se niega a que sean calificadas de sórdidas. Entonces aflora su cariño por sus retratados: "Son seres que aspiran a tener ideales en una sociedad que los puso en esa situación y si tú lo quieres ver, encontrarás belleza en ellos". También respeto: "Lo mío no son irrupciones, ni invasiones, no son fotos por casualidad. Y cuando alguien me ha dicho, ‘no quiero salir’, pues no sale".

Los boxeadores

De estas series de distintos colectivos fue especialmente complicada la de los boxeadores, tipos duros que miran a la cámara como desinflados tras el combate. "Por ser mujer no me dejaban entrar en los gimnasios pero los boxeadores eran solidarios conmigo. Eso sí, veían que mis fotos no eran de sus triunfos y eso les desilusionaba. Además esperaban verse en color. Pero ahora, cuando las tienen en sus manos, les gustan y están orgullosos de salir así, quizá porque descubrieron algo de sí mismos que no esperaban". De esa forma de retratar dijo la escritora mexicana Elena Poniatowska que consiste en "atrapar la vida en toda su crudeza y crueldad".

Otro de esos trabajos "siempre autofinanciados" del que guarda especial cariño son los dos años que pasó con los internos de un hospital para dementes en Putaendo. "La mayor satisfacción que tuve fue que una vez me encontré con el exdirector del centro y me dijo que a los doctores esas imágenes les habían abierto una puerta para mirar a sus pacientes de otra manera, con más dignidad".

En su carrera ha sido recurrente un sambenito al hablar de su obra: "La recepción de mis fotos siempre ha sido una desilusión para todos. Eran miradas con horror. Por eso mi fotografía no ha tenido éxito, no es comercial, tiene fama de ‘qué depresión más grande tener una foto tuya’. Pero ya estoy acostumbrada, me resbala". Para ella, mostrar a esos seres apartados "ha sido una especie de castigo". "Las cosas que han dicho de mis trabajos han sido por mirar donde no se debe". Quizá por eso, otro raro, su compatriota y último premio Cervantes, Nicanor Parra, le dedicó uno de sus célebres antipoemas.

Errázuriz no solo ha fotografiado a personas. En Aquí estamos están algunas de sus imágenes de la serie Memento mori (2004). "Fotos de las fotos que los familiares ponen de sus difuntos en los cementerios". Un proyecto que se planteó quizás porque "cada vez es más difícil fotografiar a los vivos". Como arduo le resulta seguir con el blanco y negro. "Ahora hago algunas cosas en color y con digital. Es complicado encontrar material para los revelados".

Ese blanco y negro tiene similitudes con el de Cristina García Rodero. "Es curioso porque hace muchos años un curador norteamericano del museo de Seattle conoció mi trabajo. Y montó una exposición conmigo y con fotos de Cristina porque los veía parecidos". Paz ha podido cumplir el deseo de conocer a la artista ciudadrealeña que tanto admira y que imprime a su obra "un algo poético". "Fue un encuentro mágico, ella fue muy generosa. Yo estaba llena de complejos, no sabía qué decir. Entonces me comentó que mi trabajo era muy bueno y eso me alegró mucho".

Lo último de Paz es la serie La luz que me ciega, sobre un grupo de campesinos de Chile que viven en un lugar apartado y sufren de acromatopsia, enfermedad que les hace ver solo en blanco y negro. Una obra simbólica para esta fotógrafa cada vez más abocada a mirar en color y que, como reconoce, acaba volviendo a sus queridos marginados para "hacer visibles los lugares oscuros que la sociedad no puede o no se atreve a mirar".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario