Vía El País.
Por José Ángel Montañés Barcelona 23 SEP 2014 - 14:21 CEST
El museo huye de estilos, categorías, cronologías y cánones en su reordenación del arte de los siglos XIX y XX, con 1.300 obras, la mitad no expuestas antes.
El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) es conocido por su colección de arte medieval, sobre todo sus pinturas murales románicas, consideradas el conjunto más importante del mundo. Pero el principal museo catalán conserva además, entre sus 300.000 obras de arte, una importante colección formada desde 1888 a partir de adquisiciones institucionales, donaciones y suscripciones populares, reflejo de los gustos y avatares históricos de cada momento, que no estaba suficientemente bien representada en la permanente. Esto cambiará hoy cuando los 4.000 metros cuadrados de la primera planta del museo abran sus puertas dedicados exclusivamente al arte moderno creado desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los primeros cincuenta años del XX. En total, 1.300 obras, más de la mitad nunca expuestas, de 260 artistas, la mayoría poco o nada representados hasta ahora y que han abandonado la reserva para ocupar las salas del Palau Nacional.
Después de seis meses, en los que el museo se ha puesto patas arriba, esta planta del MNAC parece otro lugar. No solo porque las paredes han mudado del característico blanco neutro —que impuso la italiana Gae Aulenti en la reforma del edificio— a colores intensos que enmarcan las pinturas. También se ha huido de la común alineación de pinturas y las paredes se han llenado de todo tipo de obras.
Uno de los encargos del MNAC, como museo nacional, es construir el canon del arte catalán en las diferentes etapas de su historia. Ante la presencia en la nueva museografía de obras de autores no catalanes como Juan Gris, Olga Sacharoff, Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos o Julio Romero de Torres (representado, entre otras, por un casi inédito retablo laico con siete de sus bellas mujeres), franceses como Alfred Sisley o noruegos como Edvard Munch, el director del MNAC, Pepe Serra, dejó claro que no cree en la rigidez de los cánones y aseguró que “todas fueron compradas por el Ayuntamiento o la Junta de Museos y forman parte y ayudan a entender el conjunto de la colección”.
Ni estilos, ni periodos, ni categorías convencionales, ni cronologías, ni cánones. Cuando Serra tomo posesión de su cargo hace casi tres años dejó claro que rompería con la división tradicional del arte que se mostraba en el museo y que echaría mano de todos los soportes y técnicas. Está claro que lo ha hecho en la nueva museografía. En la reforma coordinada por el jefe de colecciones, Juan José Lahuerta, pinturas, esculturas, carteles, ilustraciones, caricaturas, muebles, publicidad, fotografía, cine e incluso arquitectura, teniendo en cuenta que la mayoría de los artistas más innovadores y relevantes del periodo (Lluís Domènech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch o Josep Lluís Sert) son arquitectos, se exponen juntos por primera vez, contextualizando y dando sentido a un relato.
La nueva presentación explica, de forma compleja, el nacimiento del arte y del artista moderno, cómo se fue abandonando el academicismo considerado “acartonado y caduco” por el realismo, donde abundan los desnudos cada vez menos reales. Se muestran los rostros de los artistas a través de sus autorretratos, sus talleres, algunos de los burgueses barceloneses y catalanes que hicieron posible estas obras con su apoyo económico; cómo se abordó el paisaje y se pasó de la pintura historicista como La batalla de Tetuán, de Fortuny, a las obras que reflejan la crónica de actualidad, la guerra colonial o la lucha de clases. “Huyendo de ismos como el impresionismo, futurismo, cubismo o expresionismo, la nueva presentación refleja los gustos y aspiraciones de una sociedad en toda su complejidad y contradicciones”, explica Serra. “Las grandes obras siguen estando y se enriquecen junto a otras creadas del momento”, añade Lahuerta.
Entre los objetivos de la nueva presentación es que el MNAC acabe siendo, por fin, el museo de referencia del modernismo, el movimiento artístico en el que Barcelona se mide con otras metrópolis europeas de igual a igual. Por eso, las obras de Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Miquel Utrillo, Isidre Nonell, Pablo Picasso, Carles Casagemas, entre otras muchas que ya se podían ver, se han visto reforzadas por 20 nuevas piezas de mobiliario creadas por Antoni Gaudí para viviendas como las casas Calvet, Batlló o La Pedrera, posible tras el acuerdo firmado con la Sagrada Familia en julio. Los herederos de Josep Maria Jujol también han cedido ocho obras de su antepasado, que siempre trabajó a la sombra de Gaudí.
Juli González, Joaquim Sunyer, Josep de Togores, Joaquim Torres-García, Salvador Dalí o Picasso se suceden en los 39 espacios en los que se ha ordenado esta enorme colección. El recorrido concluye con obras relacionadas con la Guerra Civil. Entre ellas, las fotografías de Agustí Centelles del conflicto y muchas de las obras que se pudieron ver en 1937 junto al Guernica de Picasso en el Pabellón de la República de París y que el museo ha conservado desde entonces.
El epílogo a este recorrido lleno de innumerables paradas lo pone un conjunto de obras firmadas por Tàpies, Modest Cuixart o Joan Ponç, integrantes de Dau al Set, que a finales de los cuarenta, tras el conflicto bélico, intentaron recuperar las vanguardias clásicas, especialmente el surrealismo. Se podrán ver gracias a un tercer acuerdo con el Macba que las ha cedido. “Pese a los 4.000 metros cuadrados no había sitio para ir más allá”, explica Serra, que anunció para 2015 una nueva reforma, esta vez la de las salas del Renacimiento y Barroco. La que se inaugura hoy ha costado 890.000 euros, un tercio de los cuales los ha aportado la Fundación La Caixa. Este miércoles, el sábado y domingo, el museo ha programado tres jornadas de puertas abiertas para mostrar estas nuevas piezas.
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