Banco de Londres em Buenos Aires / Clorindo Testa – © E. Colombo
Vía Clarín.
Murió Clorindo Testa, uno de los arquitectos mas creativos del país [Argentina]
Por Miguel Jurado
Tenía 89 años, fue el creador de obras icónicas como la Biblioteca Nacional y el Centro Cultural Recoleta.
Ayer por la mañana, a los 89 años, falleció Clorindo Testa, tal vez, el arquitecto más original que haya tenido nuestro país y un personaje entrañable. Dueño de una extensa y singular producción que incluye íconos como la Biblioteca Nacional y el ex Banco de Londres, Testa se ganó un lugar destacado entre los creadores argentinos a fuerza de talento y personalidad. Pero lo que conquistó el aprecio incondicional de artistas plásticos, colegas y estudiantes de arquitectura fue su apabullante sencillez y modestia, dos cualidades poco frecuentes en famosos de su talla.
En la personalidad de Testa se conjugaba una suerte de contrapunto que enfrentaba al creador genial que era y al personaje simple que todos querían. Esa contradicción se prologaba en su sobria imagen personal, construida de trajes grises, camisas blancas y corbata oscuras, atuendo que ocultaba a un creativo artista plástico y a un desprejuiciado arquitecto que inventaba formas sorprendentes y las cubría de colores llamativos.
Había nacido en Italia en 1923 y llegó a la Argentina con sus padres cuando era muy pequeño. De chico se revelaron sus condiciones para el arte pero él quería ser diseñador de barcos. Cómo no encontró dónde estudiar diseño naval se conformó con ser arquitecto.
Así, Testa se constituyó en uno de los arquitectos más populares de las últimas décadas. Todo el mundo lo llamaba por su nombre o lo conocía por su apodo: Cloro. Año tras año, la encuesta de prestigio que realiza Diario de Arquitectura lo mostraba en los primeros puestos. El año pasado, recibió el Premio Konex de Platino por su trayectoria y fue el diseñador de la muestra argentina de la Bienal de Arquitectura de Venecia.
Su personal manera de explicar proyectos era una garantía de éxito de público y crítica en sus conferencias. Testa hablaba en primera persona, usando el vos como si todo su relato fuera un diálogo íntimo, personal. Era un imán para los jóvenes. Sus charlas contenía un grado tal de ingenuidad y frescura que lograban romper el acartonamiento de cualquier conferencia.
Clorindo era capaz de explicar las ideas de su creaciones más memorables con una sencilla anécdota personal, llena de candor. Muchas veces parecía que uno estaba escuchando Peter Sellers interpretando a Chauncey Gardiner, personaje principal de la película Desde el Jardín.
En los 70, en plena dictadura militar, invitado a dar una conferencia en la facultad, sorprendió con un consejo inusual: “Hagan lo que les guste”. Recibió una ovación de los estudiantes y caras largas de las autoridades.
El trato amable y llano de Testa, su timidez y sobriedad no disimulaban la determinación de un arquitecto seguro en sus ideas y amante de la libertad creativa. En 1962 ganó el concurso de la Biblioteca Nacional con un edificio elevado sobre cuatro patas para ganar vistas y luz. En los 60 sorprendió con el Banco de Londres, en la esquina de Reconquista y Bartolomé Mitre, con una estructura que parece chorrear por el perímetro y con los distintos pisos colgados del techo. Para esa época, Clorindo parecía un fiel discípulo de Le Corbusier y hacía todo en hormigón visto. Con el tiempo apareció cada vez más el artista y el color inundó sus obras, como en el Centro Cultural Recoleta y el shopping Buenos Aires Design.
A medida que la computación fue desplazando los tableros de los estudios de arquitectos, Clorindo fue adoptando los marcadores de colores para diseñar sus edificios, esos que usan los chicos en los colegios. No iba en contra de la corriente por capricho, seguía su propio camino, cada vez más libre, cada vez más auténtico.
Para sus colegas, la condición distintiva de Clorindo era su creatividad, una virtud que lo convirtió en un campeón de concursos nacionales de proyectos. Para ganar el concurso del Colegio Escribanos, en Las Heras casi Callao, concibió un edificio sostenido en una sola columna central.
La sorpresa siempre fue su constante. Hace veinte años, un colega lo llamó escandalizado porque estaban demoliendo una pequeña obra suya, una sucursal del Banco de Londres. “¡Clorindo, tenemos que hacer algo urgente!”, le dijo exaltado. Pero Testa no era un tipo de asustarse. “No importa, la ciudad es así. Es como la vida, todo tiene que cambiar”, soltó despreocupado. Para Testa, la ciudad era una selección de recuerdos personales, una construcción de la memoria. La suya reunía la calle de su casa, la de su estudio, las veredas que transitaba todas los días para hacer de arquitecto a la mañana y de artista a la tarde.
Hace unos años, en una conferencia en Mar del Plata, contra lo que cualquiera hubiera podido predecir, Testa improvisó una defensa de las medianeras, “Son mejores que la uniformidad de las ciudades europeas, me gusta ver cómo la gente abre ventanas nuevas”. Esa opinión se convirtió en su credo.
Clorindo descreía de la fama, muchas veces contaba que la primera vez que salió en los diarios fue por haber ganado el concurso de fin de año de la facultad, cuando todavía era estudiante. Orgulloso de su logro, aviso a su mamá que saldría en el periódico pero cuando se publicó la noticia, su nombre había sido cambiado por el de Clarita Testa y ya no se preocupó nunca más por la figuración.
En cada obra, en cada palabra, Testa nunca dejó de ser un artista fiel a si mismo, a su propia libertad. Con sencillez y naturalidad, nunca se traicionó.
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