1.4.11

Zumthor, el esencialista de lo sensual



Vía El Clarín - 28/03/11

Por Michael Kimmelman para The New York Times

El Pritzker habla de su particular método de trabajo y de sus últimos proyectos: un museo de arte en Los Angeles y una casa para El Hombre Araña. Y de su impensada admiración por Oscar Niemeyer.

Almorzando en Los Angeles hace algunos meses con el actor Tobey Maguire y su esposa, Peter Zumthor se mostró imperativo, seductor y algo reservado, como de costumbre. El arquitecto suizo estaba en la ciudad para conversar sobre un nuevo diseño para el Los Angeles County Museum of Art y Maguire y Meyer lo habían invitado a almorzar para persuadirlo de que construyera una casa para ellos. Zumthor –que ha cumplido 67 años y desde hace tiempo elude encargos para construir casas para los ricos y famosos– lo pensó y llegó finalmente a la conclusión de que podría ser agradable hacer una excepción. Además, posiblemente imaginó que dejaría una marca en una ciudad donde han trabajado muchos otros grandes arquitectos. De modo que cuando les sirvieron el café, prometió echarle un vistazo a la propiedad, pero les pidió a Tobey Maguire (protagonista de El Hombre Araña ) y a su esposa que hicieran una gira por Europa para ver su trabajo y después lo visitaran en su estudio de Haldenstein para hablar de lo que habían visto. Entonces él decidiría si podía diseñar la casa; en realidad, si ellos podrían ser clientes suyos.

“Saldremos ahora mismo”, exclamó Maguire, levantándose a medias de su asiento como si se preparara para salir en aquel momento hacia el aeropuerto y abordar el primer vuelo a Zurich.

Zumthor es capaz de inspirar una reacción así. Hace un par de años, cuando ganó el Pritzker, la prensa lo declaró “profeta”. Y hace poco, él me dijo que consideraba que el premio era un reflejo de “una nueva orientación, la vuelta a la tierra, la vuelta a lo real, a la arquitectura en el sentido tradicional de construir cosas”. Y agregó: “yo creo que esa toma de conciencia está de vuelta”. Tal vez. en todo caso, como diseñador de algunos de los más sutiles y admirados edificios del último cuarto de siglo, Zumthor casi nunca trabajó en la oscuridad. Pero ha renunciado a ser una persona rimbombante, un andariego célebre. Y se ha colocado aparte, y según él cree, algo por encima de sus colegas más famosos. Aun desde una perspectiva superficial, sus obras difieren de las de Frank Gehry o Zaha Hadid o Jean Nouvel o Norman Foster porque no son ostentosas. Muchas veces no capturan al espectador a la primera mirada, porque son concebidas desde el interior hacia el exterior , por lo general a lo largo de varios años de esforzado trabajo. Además, como Zumthor dirige un estudio pequeño y no delega ni siquiera la elección de un picaporte, no ha aceptado muchos proyectos y la mayor parte de los que realizó no son muy grandes.

Como escribió el crítico suizo Peter Ruedi, esos resultados podrían llevar a muchas personas a confundir a Zumthor con “un asceta”. Pero “él es todo lo contrario”, puntualizó acertadamente Ruedi, “el es un esencialista de lo sensual.” Cuando nos encontramos en su estudio, el arquitecto apareció media hora tarde de lo acordado, como si hubiera querido hacerme saber que tenía escaso interés en que escribieran sobre su persona. “Habitualmente los arquitectos prestan un servicio”, empezó diciendo, pasando así por alto los usuales cumplidos. “Implementan lo que otras personas quieren. Yo no hago eso. A mí me gusta desarrollar el uso del edificio junto con el cliente, en un proceso , para que mientras avanzamos nos tornemos más inteligentes.” No sólo al matrimonio Maguire-Meyer le ha pedido que haga un peregrinaje hasta Haldenstein, una diminuta mancha en el mapa de Suiza. A veces se dice que Zumthor vive y trabaja allí porque es solitario y retraído. Pero él vive y trabaja allí porque puede . Su estudio está dividido entre un par de edificios, uno de madera, y el otro un retiro casi monástico, de hormigón y cristal, situado en un pequeño terraplén frente al Rin, en la base de una elevada colina con vista a las montañas coronadas de nieve. Los arquitectos asociados trabajan intensamente, en un silencio absorto y también algo triste, mientras Zumthor medita ensimismado , en el lado opuesto de un jardín interior, de donde de vez en cuando sale música de Sonny Rollins o Iannis Zenakis.

Escaleras abajo, en el otro edificio, los arquitectos sudan tinta sobre los modelos para sus proyectos casi siempre excéntricos: por ejemplo, un monumento conmemorativo dedicado a las brujas en la región más septentrional de Noruega y un hotel de 48 habitaciones en pleno desierto de Chile, a unos 5 km por sobre el nivel del mar, y a gran distancia de cualquier otra vivienda humana.

El plano de Zumthor para el hotel se asemeja a un buñuelo aplastado, cosa que recordé cierta noche, cuando puntualizó, después de un par de tragos, que si bien su obra “se aproxima a Le Corbusier porque compartimos la misma cultura”, él desearía “hacer un diseño en la escala de Oscar Niemeyer ”.


Todos soñamos con nuestros opuestos, pero pensándolo bien, tal vez Zumthor y Niemeyer, el gran modernista brasileño de lo fantástico, de la extravagancia futurista, no estén tan distantes. Comparten una mentalidad separatista y una profunda deuda con la cultura local , porque adhieren principalmente a sus lugares de origen y a una profunda sensibilidad para lo sensorial. También tienen en común una fe estética en la ingeniería.

Annika Staudt, quien dirige el equipo que construye las maquetas, recordó, mientras viajábamos desde Austria hasta el estudio, el Pabellón para Suiza que Zumthor diseñó para la Expo 2000 en Hannover, que ella visitó cuando era una adolescente. Staudt dijo: “Asistí con mi escuela, y todo lo demás que había allí parecía falso; en su pabellón, en cambio, se podía sentir concretamente la madera, se podía olerla, y se podía ver el acero entremedio. Todo era muy misterioso pero real ”.

Zumthor y yo salimos de Haldenstein para ver su obra más celebrada: un spa municipal, conectado con un hotel en Vals, una aldea en la montaña. Poco a poco, cautelosamente, mientras viajábamos él se mostró más cordial y me concedió el relato de una pequeña parte de su vida. Nació en una gran familia católica que vivía en las afueras de Basilea, y fue criado para seguir los pasos de su padre como ebanista. Zumthor asistió a una escuela suiza de “artes aplicadas”, construida sobre el modelo de la Bauhaus, y con profesores de la Bauhaus. Con ellos aprendió “los conceptos básicos del diseño, las destrezas artesanales de mirar y dibujar, de mezclar los colores, de reconocer el espacio en blanco y el espacio negativo; en una palabra, forma, línea y superficie ”.

Después estudió diseño industrial en Nueva York, en el Instituto Pratt de Arte y Diseño, pero nunca se graduó como arquitecto , algo de lo que hoy, al parecer, se enorgullece. Le encanta quejarse de que hoy en día los arquitectos jóvenes, que se apoyan en sus computadoras, “no saben cómo se construyen las cosas” y “han perdido la percepción de la escala”. Su estudio es famoso por producir las más extravagantes maquetas en cera, plomo, aluminio y arcilla, a veces a escala real , e instalarlas de modo que los clientes puedan caminar entre ellas y de modo que Zumthor pueda ver cómo un diseño se mantiene en pie durante meses o años. “Hoy en día todo es puro palabrerío”, se quejó en el auto. “Mies van der Rohe y Le Corbusier provenían de una tradición en la que los arquitectos todavía sabían cómo se hacían las cosas , sabían cómo hacer las cosas bien. Deberíamos obligar a las universidades a formar carpinteros y ebanistas y trabajadores del cuero. Actualmente todos los arquitectos quieren ser filósofos o artistas.” “Mi primer trabajo”, comentó mientras conducía a través de paisajes espectaculares, “fue en este cantón, y consistió en presentar un informe general sobre los tipos tradicionales de edificación y de asentamientos, catalogando los antiguos sistemas económicos, el sistema de alquería, estudiando todas las casas antiguas, por dentro y por fuera. Yo trataba de descubrir por qué las cosas lucen aquí de cierta manera, y qué las hace bellas, estéticas. Para mí, como arquitecto, fue una consecuencia de haber superado el Modernismo arquitectónico, en el que todo tenía que ser nuevo y se suponía que nada tenía historia. Ahora la escuela de la Bauhaus me parece muy limitada a ese respecto; y aquel relevamiento me ayudó a superar esa limitación.” Llegamos al spa de Vals, donde su esposa, Annalisa, nos esperaba en el bar del hotel. Construido dentro de la ladera de la montaña como un laberinto de grandiosos volúmenes, exquisitamente proporcionados, con muros hechos a medida con bloques de piedra local finamente cortados y organizados como un rompecabezas, en el spa el conocido baño del tiempo libre se inviste de una solemnidad casi sacramental.

“Lo importante en Vals no es un objeto exterior ”, dejó en claro Zumthor. “No se trata de piscinas en la ladera, ni de diapositivas y artefactos. Lo importante es lo que sucede en el interior: el baño en sí, orientado hacia el ritual, como si estuviéramos en Oriente. Se trata del agua y la piedra y la luz y el sonido y la sombra. La gente de Vals dijo que el lugar era elitista, que nuestro proyecto fracasaría. El antiguo manager del hotel renunció, y el experto en marketing dijo que nosotros estábamos condenados, que la ciudad tendría que estar loca para seguir a un arquitecto. Pero algunos tipos de la zona dijeron: ‘No, nosotros probaremos esto’. Estaban tan conmovidos por haber desarrollado el plan que su convicción era genuina. Habían empezado a sentir que formaban parte de lo que nosotros estábamos haciendo, y convencieron a otros, y finalmente a todo el resto de la comunidad.” “Yo creo que la posibilidad de descubrir la belleza es más alta si uno no trabaja sobre eso directamente”, ha declarado Zumthor al describir su filosofía. “En la arquitectura la belleza es atraída por la practicidad . Esto es algo que se aprende estudiando las viejas imágenes de las viviendas de los granjeros suizos. Si uno hace lo que debe hacer, finalmente surge algo, que tal vez no se pueda explicar; pero si uno es afortunado, se da cuenta de que tiene algo que ver con la vida.” Meses después, Zumthor me dijo que había accedido a construir la casa de Maguire y Meyer. Maguire había solicitado una cancha de basquet, agregó. Zumthor, en cambio, imaginó jardines, una Alhambra en Hollywood. No dije nada porque ya sabía quién ganaría esa discusión.

Tal vez pueda parecer extraño que este arquitecto tan suizo no sólo esté dispuesto a construir una casa para una estrella de cine, sino también a repensar un importante espacio público para esta ciudad quintaesencialmente estadounidense. Pero Los Angeles, como Zumthor, ha cultivado una adhesión personal al Modernismo, en este caso saturado de lo local: el paisaje, el clima, el sol, el espacio. En realidad, aquí Zumthor se siente –curiosamente– “en casa”.

Y ese aspecto tenía –remera blanca, chaqueta de lino marrón y holgado pantalón negro– llegando una mañana al Museo de Arte de Los Angeles, para protagonizar una “tormenta de ideas”. Portando un enorme bloc de papel de dibujo, y lápiz en mano, Zumthor estuvo de pie en una sala de conferencias, frente a un puñado gente, incluyendo a Michael Govan, el director del museo.

“Los invito a decir que creen que estoy loco, o algo así”, comenzó, mientras garabateaba absorto en el bloc de dibujo. “Empiezo con la colección, que es la base del museo. Considero la idea de tener colecciones separadas, y de ponerlas en los diferentes pisos, pero entonces siento algo terrible , siento que estoy en una gran tienda de un shopping, donde se venden zapatos y camisas. Entonces, dibujo un bosque. Y en ese bosque encuentro joyas. Y para recogerlas tengo que ir de aquí para allá. Considero que estas joyas forman parte de la colección, y tienen sus pabellones propios; y esto me genera una nueva sensación.” “Imaginen los pabellones como árboles metafóricos”, continuó diciendo, “y que sus volúmenes están en las ramas, en el aire. Entonces necesito un sistema de rampas. Tal vez haya un sistema de pasarelas”. Seguía garabateando en su bloc, cada vez más rápidamente. “Ahora tenemos una sensación opuesta a la gran tienda en un shopping, pero estoy empezando a sentirme confundido. Quiero tener la sensación de una libertad informal . Quiero sentir que estoy afuera. Quiero una aldea, pero con un nivel superior y un nivel inferior.” Dibujaba y dibujaba. “Pero también debo crear un sentimiento de paz y tranquilidad.

Y siento que todo estará bien solamente si las colecciones tienen verdaderos hogares.” Zumthor estaba poniendo a prueba a su público. John Bowsher, encargado de instalaciones especiales, picó el anzuelo. “El tiempo”, dijo, “corre de un modo diferente en Los Angeles que, digamos, en Nueva York o en Suiza” Y agregó: “Aquí tenemos la uniformidad de la vida , el ritmo de la vida vivida en automóviles. Y si usted le da a la gente la misma uniformidad en el museo, entonces no habrá nada de especial”.

Zumthor hizo una pausa, y después dijo: “Yo tengo que darles a estas alienadas obras de arte cierta energí a, para que la gente no pase frente a ellas y diga: ‘¿Has visto arte africano?’ y otro responda ‘No sé’. O sea que ahora ya no veo una aldea sino un parque. Yo odio un museo didáctico . Mi objetivo es construir un lugar altamente emocional , poner a cada individuo en un estado de ánimo que lo impulse a escuchar, o a leer, o a sentir.” Al día siguiente me dijo: “Los funcionarios del Museo declaran que poseen la mayor colección de esto o de aquello; y desde luego, siempre tienen razón. Y a mí me preguntan: ‘¿Cómo será el edificio?’ Entonces yo tengo que retroceder y hablar de contenido, función, de cómo trabaja un lugar; y les digo que necesito tiempo para llegar a la pregunta que ellos me formulan.” Luego, pensándolo bien, Zumthor decidió que las reuniones eran el punto de partida de un proyecto largo y complicado, lo que para él constituye el placer de la arquitectura . Su mente retornó a la idea de galerías en las copas de los árboles. “Yo creo en el valor espiritual del arte, siempre que no sea excluyente”, dijo. Y remató: “Es lo mismo con la arquitectura. Es una cuestión de elevación, después de todo, cualquiera puede llegar alto”.

© The New York Times y Clarín Traducción: Ofelia Castillo

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