© MOMA.
Vía El País.
Eva Sáiz, Washington, 9 AGO 2012.
En el siglo XVIII Rousseau afirmó que “la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir”. La exposición del MoMA, El siglo de los niños, creciendo con el diseño,1900-2000, analiza cómo el diseño infantil del último siglo ha influido en esas maneras de ver, pensar y sentir de los menores y en su desarrollo físico, intelectual y emocional. A través de 500 piezas, la primera exhibición que el museo de arte moderno de Nueva York dedica exclusivamente a los menores muestra cómo la preocupación por los niños y la infancia se ha convertido en un paradigma para los profesionales del diseño.
“Hasta ahora se había abordado el tema del diseño infantil de manera fragmentaria, juguetes, ropa... Nosotros hemos querido abarcar todos los ámbitos. En la exposición hay material escolar, juguetes, pósters, mobiliario, objetos de hospitales, material audiovisual que hemos recopilado gracias a la colaboración otros museos y de entidades y coleccionistas privados de todo el mundo, además de las piezas que ya teníamos en el MoMA”, explica a EL PAÍS Aidan O’Connor, comisaria de la exhibición junto con Juliet Kinchin. La exhibición, que se inauguró el 26 de julio y permanecerá abierta al público hasta el 5 de noviembre, está dividida en siete secciones que evidencian cómo el desarrollo del diseño infantil a lo largo del siglo XX está indisolublemente unido a la evolución de las preocupaciones sociales por la educación de los menores.
El comienzo de la exposición, centrada en la primera década del siglo pasado, muestra cómo los objetos están enfocados al desarrollo espacial de los niños, fruto de la amalgama de movimientos artísticos de finales del XIX (Art Nouveau, Art and Craft...). “Tras la Primera Guerra Mundial la visión de la infancia cambia radicalmente y se centra en estimular la imaginación y la creatividad del menor. Un ejemplo es el panel titulado The bad kid, de Antonio Rubino en el que se ve a un niño rodeado de monstruos y seres extraordinario”, explica O’Connor.
Pero la exhibición no plasma únicamente la cara amable de la infancia. El espacio que aborda la década de los 30 refleja cómo el ideario totalitario utilizaba el diseño para modelar a los niños nacidos bajo regímenes fascistas. Un buen ejemplo es un juego de madera hecho en Italia por Richard Ginori que, a primera vista, parece un inocente puzzle hasta que se repara en que varias piezas representan tanques, cascos de guerra y demás parafernalia militar. “Para nosotros era vital mantener un equilibrio y no centrarnos únicamente en la vertiente agradable y desenfadada del diseño infantil”, puntualiza O'Connor.
Entre las joyas de la exposición la comisaria destaca una silla de niño de 1902 diseñada por Eugene Drummond, un arquitecto discípulo de Frank Lloyd Wright y una fotografía de Sputnik, una escultura para niños de 1959 creada por el artista checo Zdenek Nemecek. “Lo que más me sorprendió fue encontrar en el MacBa de Barcelona una grabación sobre una exposición de 1968 en un museo de Dinamarca que permitía a los niños pasear y disfrutar libremente. La cinta la proyectamos en una de las paredes del museo”, indica O’Connor.
Aunque se trata de la primera exposición que el MoMA organiza dedicada exclusivamente a los niños, el público adulto también disfruta con ella, asegura O’ Connor. “Reconocen en los objetos los juguetes con los que jugaron de pequeños y rememoran momentos de su propia infancia, porque todos hemos tenido una infancia y la recordamos de manera muy personal”, explica. En un guiño a ese niño que todos llevamos dentro, el noruego Peter Opsvik ha diseñado en exclusiva modelos gigantes de su silla Tripp Trapp, que es la que la cafetería del museo tiene para los niños pequeños, para que se sienten los padres y experimenten la misma sensación que tienen sus hijos cuando se sientan a la mesa con ellos.
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