12.8.19

Un desarrollo para la Historia: Patrimonio arquitectónico de Antofagasta. El Mercurio de Antofagasta, 16 de agosto de 1984

Vía El Mercurio de Antofagasta (Archivo Claudio Galeno).

Hoy escribe: Juan Enrique Pimentel Bunting, arquitecto



Como todos sabemos, nuestra ciudad es muy joven, sus orígenes son modestos, y su vocación muy definida y especializada. Lo que mejor expresa esta apreciación es su arquitectura, o más bien, su patrimonio arquitectónico, que nos habla del pionerismo, de la improvisación y espontaneidad con que Antofagasta nació y creció, a partir de un día desconocido en 1866, con esa pujanza que no conocía barreras, y que caracterizaba toda acción que emprendían nuestros antepasados industriosos y aventureros.

Quien busque en nuestra ciudad viejos y nobles sillares de granito, dinteles coloniales de roble tallado, o espacios que evoquen gestas heroicas, sólo encontrará la decepción de una arquitectura pragmática, sin otra pretensión que servir al trabajo, a las obsesiones y riquezas esquivas de la minería y, en el mejor de los casos, a la nostalgia de remotos lugares queridos.

Sus autores, en una aplastante mayoría, hoy son anónimos, hombres nacidos en el Valle de Copiapó, las islas de Dalmacia, en el país de Gales, la Baja Sajonia. Muchos, jamás siquiera soñaron que un día vararían para siempre en estas playas desconocidas.

Y este variado conjunto de condiciones, necesidades, ambiciones y sueños, fue dando forma al carácter de Antofagasta, a aquello que llaman identidad, al pasado que reconocemos como nuestro y que constituye el apoyo que nos permite aceptar el futuro.

Pasados los primeros años de este siglo, y cuando la ciudad se consolida como emporio minero, la arquitectura ligada a estilos definidos y propios de la época, inicia sus primeros pasos. Arquitectos e ingenieros con inquietudes estilísticas, como Abd-el-Kader, nos legan obras como el Mercado Municipal y la actual Casa Consistorial, y esforzados curas alemanes, chilenos y españoles levantan "a ñeque" las iglesias de San Francisco, la Catedral, y, la del Corazón de María.

Sin embargo, durante la primera mitad de este siglo perdura con fuerza, al menos para los legos, el anonimato de los autores de obras de gran presencia como la Casa Gibbs, el Banco Alemán [Anglo Sudamericano] (hoy Banco del Estado), el Banco Español, la Cooperativa del F.C.A.B. (hoy Gobernación Provincial), y tantas otras. Y a fines de esta época, registramos a los colegas Campusano y Tarbuskovic como arquitectos afincados en la ciudad, trazando todo un estilo qué emparienta algunos de nuestros barrios, a través de la arquitectura, con aquellos sector de Ñuñoa que se desarrollaron por esa misma época.

Al acercarse Antofagasta a su Centenario, su población crece fuertemente, atrayendo a muchos profesionales de la construcción; la Universidad del Norte crea la carrera de Construcción Civil, y poco a poco la presencia de los arquitectos se va haciendo más visible. Instituciones públicas contratan sus servicios permanentes en la zona, o bien se instalan por largo tiempo, o definitivamente, para ejercer libremente, arquitectos como Ricardo Pulgar, Mario Reyes, María Schurmann, U!ises Vergara, Patricio Diaz. Muchos terminarán sus carreras aquí como Carlos Contreras, Romilio Concha y, últimamente, Luis Hernán Valdivieso.

Con ellos, Antofagasta comienza a buscar algo más en la arquitectura, se intenta ir más allá de lo práctico, superar las grandes limitaciones impuestas por la falta de materiales regionales y la escasez de recursos financieros, que ya no fluyen como antaño, a la par de las riquezas de la pampa que llegan a los puertos.

La arquitectura en la Región se masifica, apareciendo los grandes conjuntos habitacionales planificados, y en nuestra ciudad se levantan varios edificios que superan los cinco pisos de altura, dejando de ser los ascensores aquellos aparatos que maravillan a los niños en los Almacenes Giménez y la Compañía Cervecerías Unidas.

El número de profesionales que trabaja en la Región, hace necesaria la constitución de una Delegación Provincial del Colegio de Arquitectos, la que es reconocida oficialmente al ser considerada su participación en organismos y eventos de trascendencia, y su opinión es oída al decidir la ejecución de proyectos importantes para la comunidad.

Hoy, cuando los arquitectos conmemoramos el 42º aniversario de la creación del Colegio de Arquitectos de Chile, y nuestro quehacer ha recorrido este camino modesto, limitado y provinciano, pero nuestro, la situación de la Arquitectura en Antofagasta parece enfrentar cambios trascendentes en su trayectoria. Este aniversario sorprende a 35 arquitectos residiendo en la Región y a 200 alumnos que bregan con cartones, papeles, terminología y teoría en una Escuela de Arquitectura en esta ciudad.

La sola presencia de la Escuela promete actitudes más críticas, la búsqueda de caminos para encontrar el lazo armónico que una a lo heredado con lo por hacer, para identificar lo válidamente regional en el diseño arquitectónico local. La Escuela puede aportar la fuerza que necesita la comunidad de los arquitectos para rescatar y preservar todo aquello que reconocemos como valioso en nuestras ciudades; a su vez, el gremio tiene también la posibilidad de aportar a las nuevas generaciones profesionales lo que se ha aprendido en el camino, y que no se aprendió en las Escuelas de Arquitectura del centro del país.

Estamos ciertos, entonces, que este aniversario gremial se conmemora en ese espíritu especial que rodea el inicio de toda nueva etapa, espíritu que hemos querido transmitir a la comunidad que servimos, a través de estas lineas en "El Mercurio" de Antofagasta y Calama con el pretencioso objetivo, además, de interesarla en todo aquello que forma parte de esa vivencia colectiva, de esa experiencia común a todos los habitantes de una ciudad, que se llama Arquitectura.

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