30.6.15

Ministerio de Obras Públicas (MOP) licita obras en Trocadero y afina el diseño de nuevas playas hacia el 2022

Vía El Mercurio de Antofagasta.



Cartera de proyectos al 2022 supone inversiones públicas y privadas

Con la licitación de obras complementarias en Playa Trocadero, el MOP dará inicio a un plan de inversiones costeras que se extenderá hasta el año 2022 y que además incluye la construcción de dos nuevas playas artificiales en Antofagasta.

Los trabajos en Trocadero tienen un costo de $2.876 millones y consideran la construcción de paseos peatonales, ciclovías, áreas de juego, miradores, jardineras y áreas verdes.

También se incorporan multicanchas, sombreaderos, alumbrado público, mobiliario urbano, estacionamientos y un edificio de equipamiento comercial y sanitario, todo lo cual complementará la playa existente, que es la segunda más usada de la comuna, después del Balneario Municipal.

El plan del MOP es llamar a licitación la ejecución de estas obras en julio, de manera que a fin de año los trabajos físicos ya estén en desarrollo.

PROGRAMA

El seremi de Obras Públicas, César Benítez, destacó que la intervención en Trocadero permitirá ampliar en 73% la superficie de áreas verdes y un 86% la superficie de sombra, lo que dará un perfil más atractivo y amigable al sector.

"Esa playa tenía déficit de equipamiento importante y el usuario lo notaba. Por ejemplo había problemas con los estacionamientos. Ahora todo eso se soluciona", explicó.

El mejoramiento de la playa del sector norte forma parte de una cartera mucho mayor de inversiones que el MOP tiene programada para los próximos años en las cuatro comunas costeras de la región.

Como parte de éste, en Antofagasta está prevista la construcción de las playas artificiales La Chimba y Paraíso-El Cuadro, que iniciarían obras el próximo año y en 2017, respectivamente, con una inversión total de $16.500 millones.

En cuanto a la playa artificial "Paraíso-El Cuadro", César Benítez informó que en octubre de este año será licitado el diseño, que debiera tardar 21 meses en estar terminado.

La iniciativa supone la construcción de una nueva playa en El Cuadro, la cual se conectará a través de un paseo costero con playa Paraíso.

"Con este proyecto, además de generar una nueva playa artificial de más de 300 metros de longitud, se pretende dar continuidad al borde costero entre el Parque de los Eventos, Playa Paraíso y el Muelle Melbourne & Clark, que recientemente fue restaurado", indicó el personero.

Sobre el proyecto La Chimba, César Benítez informó que el diseño se está trabajando junto al CREO, con aportes de Minera Escondida, empresa que además financiará la construcción del espacio.

Agregó que en julio se licitará un diseño complementario para las obras terrestres y la parte marítima en el sector de la caleta de pescadores, con lo cual finalizaría la etapa conceptual que antecede al inicio de los trabajos físicos.

"Minera Escondida ya comprometió $5 mil millones para el desarrollo del proyecto y a eso hay que sumar $3 mil millones adicionales para la parte terrestre que provendrán de este ministerio", afirmó.
ATRASOS

Tanto La Chimba como las obras complementarias en Trocadero presentan atrasos respecto de lo informado el año pasado por el mismo MOP.

Según explicó el seremi, La Chimba ha tardado más de lo presupuestado debido a demoras en la firma del convenio con Minera Escondida.

Trocadero, en cambio, tuvo un proceso de licitación fallido porque las ofertas recibidas excedieron los recursos disponibles y hubo necesidad de buscar financiamiento adicional.

En cuanto a la cartera de proyectos al 2022, en el ministerio explicaron que la inversión aproximada alcanza los $60 mil millones.

Se trata de 19 iniciativas de mejoramiento y paseos de borde costero y construcción de playas artificiales en las comunas de Tocopilla, Mejillones, Taltal y Antofagasta.

Sumadas todas ellas, hacia el año 2022 habrán sido construidos o mejorados 11.643 metros cuadrados de costanera.

Aguas Antofagasta recuperará el tradicional Parque Japonés

Se ha anunciado que la empresa Aguas Antofagasta, recientemente vendida por el grupo Luksic a la empresa colombiana EMP Empresas Públicas de Medellín, recuperará el Parque Japonés de Antofagasta. A seguir una nota de prensa de El Mercurio de Antofagasta sobre la operación.



Lanzamiento de libro "Hermanos Latrille: impronta en el desierto"



A las 20:00 Hrs. de este lunes 6 de julio de 2015 se lanzará el libro "Hermanos Latrille: impronta en el desierto", libro escrito por Eduardo Owen (​Sydney, Australia) ​Damir Galaz-Mandakovic (Tocopilla​). ​

El evento será en el salón de Rotary Club Tocopilla (Av. Leonardo Guzmán Nº 11).

Los interesados en adquirir el libro, pueden contactarse al correo​: damirgalaz@gmail.com, y previa coordinación podremos​ ​hacerlo llegar al domicilio indicado.

Link: http://tocopillaysuhistoria.blogspot.com/2015/06/lanzamiento-del-libro-hermanos-latrille.html​


27.6.15

El Grand Hotel de Leber en la Plaza Colón de Antofagasta, 1907-1920


© Archivo Antieditores.

Desde 1907 funcionó el Grand Hotel del hotelero E. Leber, en la esquina este de la Plaza Colón, calles San Martín con Sucre, un edificio ecléctico de madera en tres plantas con balcones-galerías perimetrales.

Una postal que lo publicitaba informaba que era un establecimiento de primer orden y el mejor de la ciudad en el cual se hablaba los principales idiomas.

Ofrecía confort moderno con departamentos con baños de agua dulce y salada, tibios y de lluvia. Poseía salones para recepciones y para agentes viajeros, preparaban banquetes y comidas especiales, contaba con una cocina y cantina de primera clase con orquesta.

El Grand Hotel sucumbió en un incendio en 1920.

El renacer de las rutas sagradas del imperio inca, por Lola Parra Craviotto

Vía El País.


Recibe el nombre de Q’eswachaka: un puente de cuerda hecha de paja sobre el río Apurímac, en los Andes. / Xavier Desmier

Bajo el efecto del calor, el corazón de un cordero recién sacrificado explota con un ruido sordo. El fuego de un brasero encendido por el chamán devora las ofrendas depositadas en el suelo, sobre una terraza natural, a lo largo de un cañón polvoriento de tonos rojizos, en los Andes peruanos. Maíz, granos de coca, vino y dulces que el sacerdote andino (paqo en quechua) ofrece a la Madre Tierra durante una ceremonia con cinco siglos de antigüedad: la reconstrucción anual del Q’eswachaka, el último puente de cuerda inca del mundo. “Desde la fabricación de esta obra, mucho antes de la llegada de los españoles, en 1532, nuestras divinidades nos han empujado a deshacerla y rehacerla una vez al año bajo pena de castigos como el granizo y el rayo”, explica con voz lastimera Cayetano Ccanahuire, un sexagenario de pequeña talla y rostro curtido. Inclinado sobre las llamas, a más de 3.700 metros de altitud, este paqo reza día y noche para evitar accidentes durante los tres días de la reconstrucción. A su alrededor, los campesinos quechua se reúnen antes de tensar sobre el río Apurímac, cuyo cauce desemboca en el Amazonas, seis gruesas cuerdas de paja. A continuación las atan a unas viejas bases de piedra, creando así la estructura de este puente de 28 metros de largo.

En lo alto del cañón, un grupo de mujeres vestidas con telas multicolores y coronadas con un sombrero de estilo bombín conversan arrodilladas, retorciendo las cuerdas de paja que servirán para el tejido de las estructuras laterales del puente. Obsoleto hoy día tras la edificación hace medio siglo de una obra cercana más moderna, el evento continúa reuniendo, cada mes de junio, a cerca de un millar de herederos del imperio inca obligados a tomar el relevo para poder escapar de las penas divinas.

“Hace una década, el puente no pudo ser renovado por el desgaste de las bases de piedra. Ya sea por acción divina o no, estos campesinos sufrieron a continuación una granizada”, cuenta la antropóloga Ingrid Huamaní, quien participa en el Proyecto Qhapaq Ñan. Se trata de una iniciativa del Gobierno peruano cuya ambición es exhumar la antigua red vial de los incas, de la cual forma parte el puente. El Qhapaq Ñan (camino real en quechua) peinaba el imperio inca (Tahuantinsuyu), dividido en aquella época en cuatro grandes regiones –Chinchaysuyu, Cuntisuyu, Collasuyu y Antisuyu–, y se adentra actualmente en seis países: Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Un entramado de caminos de más de 23.000 kilómetros, según cálculos del arqueólogo estadounidense John Hyslop en 1992, aunque hallazgos recientes lo estiman en mucho más: solo en Perú, unos 25.000 kilómetros de vías. Varios tramos ya han sido restaurados. El trabajo conjunto de los seis países propició en junio de 2014 el reconocimiento de algunos tramos como patrimonio de la humanidad por la Unesco: 5.200 kilómetros (1.200 de ellos en Perú).

La inciativa del gobierno peruano persigue exhumar la antigua red vial de los incas

Ninguna de las naciones ha lanzado una iniciativa tan ambiciosa como la peruana, con el Proyecto Qhapaq Ñan. Financiado con un tercio de los ingresos generados por el Machu Picchu (ocho millones de euros), los fondos han ayudado a restaurar las bases y las escaleras de piedra que descienden al puente Q’eswachaka desde lo alto del cañón, permitiendo a los campesinos mantener viva su tradición, igualmente inscrita desde 2013 en la lista del patrimonio cultural inmaterial de la Unesco.

Si bien hace cinco siglos era necesario marchar un centenar de kilómetros desde Cuzco, la antigua capital imperial, para llegar al puente, en la actualidad se toma una ruta asfaltada, parcialmente construida sobre la red inca. “Varias vías modernas están superpuestas sobre los caminos precolombinos, ya que la mayoría de las veces no han sido apreciados en el pasado como tesoros arqueológicos”, explica Marcelino Soto. Desde el jeep se observa un sendero bordeado por muros de piedra que serpentea la ladera de la montaña. “Ahora, cuando se traza una nueva ruta, se verifica minuciosamente que ninguna porción del Qhapaq Ñan esté amenazada, y tanto el Ministerio de Transportes como el de Cultura tienen que aprobar las obras”, precisa el arqueólogo, cuyo acento en español revela que el quechua –10 millones de hablantes– es su lengua materna.

Un idioma milenario que usaban los comerciantes de la costa y que sería adoptado por los incas, quienes hablaban el puquina, explica Pablo del Valle, antropólogo de la Unesco. “Esta lengua les resulta muy práctica cuando Pachacútec [el reformador del mundo, en quechua], noveno soberano inca, comienza la expansión del imperio, en el siglo XV. Gracias al juego de alianzas con tribus a menudo quechuahablantes, este pueblo, que ignoraba la existencia de la rueda, la escritura y la moneda, pudo levantar en menos de un siglo uno de los imperios más grandes conocidos en aquella época. Un territorio cuatro veces mayor a la superficie de España con 12 millones de habitantes”, continúa este cuzqueño, en el interior de uno de los restaurantes de estilo colonial de la plaza de Armas, en Cuzco. Como la mayoría de las construcciones del casco antiguo, este edificio de arcadas y grandes balcones de madera ha conservado los muros de piedra de una antigua edificación inca. Desde esta plaza, punto kilométrico cero del Qhapaq Ñan, partían las cuatro rutas principales en dirección a las cuatro grandes provincias (suyus).

En la antigua región del Chinchaysuyu, 350 kilómetros al norte de Lima, capital del país, los arqueólogos Guido Casaverde y Alfredo Bar recorren el mar de arena del desierto en el valle de Casma en busca de tramos de viejas vías que conduzcan hasta la sierra. En esta zona costera, la temperatura alcanza niveles caniculares a pesar del invierno austral. El cielo luce tonalidades amarillentas, y la arena fina, levantada por una ligera brisa, golpea el rostro. Guiados por fotografías aéreas con más de 30 años e imágenes de satélite actuales, los expertos descubren repentinamente una ruta de unos 10 metros de ancho. Tras una duna colosal, la vía centenaria se muestra intacta, delimitada por unos pequeños muros de piedra de apenas una decena de centímetros de altura.

A diferencia de la mayoría de los senderos de montaña, este no está empedrado; en el litoral, los incas se limitaban a aplanar el suelo arenoso. “Para identificar nuevos caminos, estudiamos la cartografía de los siglos XIX y XX, así como las obras de época. Tal es el caso de la Ordenanza de Tambos, que nos ha permitido descubrir esta nueva ruta costera. En este documento de 1543, Cristóbal Vaca de Castro, gobernador de Perú, exigía a los hacendados el buen mantenimiento de los caminos y albergues de época imperial”, explica el arqueólogo limeño Alfredo Bar. “En este texto, el español informa de la presencia de tambos [albergues] en los valles de Huarmey, Casma y Nepeña. Tres emplazamientos que siguen una proyección de sur a norte y que nos hacen suponer la existencia de un camino que los conecta”, añade, al tiempo que extrae un pequeño GPS plateado de su chaleco polvoriento para registrar la localización precisa de la vía.

A sus pies, grupos de piedras dispuestas en círculos trazan una línea de cerca de un kilómetro y continúan el camino hacia el tambo de Manchán, hoy sitio arqueológico, según las imágenes de satélite que muestra Guido Casaverde. “Estas rocas, abandonadas en el sendero, servían a la formación de los laterales de granito que bordean la ruta. Cada kilómetro habría sido construido en menos de una jornada por una treintena de obreros. En cambio, las secciones más complejas, como las de la sierra, con muros de contención de varios metros, sistemas de drenaje pluviales y empedrados, necesitarían hasta dos semanas para una misma porción”, detalla mientras recoge una piedra rosada y desgastada. Pulida por el agua de un río, esta era empleada como un martillo para fragmentar el granito. Según el arqueólogo, tal ruta sería, pues, uno de los últimos ejes trazados por los incas en tiempos del desembarco de Francisco Pizarro en Perú, en 1532. La llegada del explorador detiene la expansión del imperio y de la red de carreteras, que resultó útil en la colonización. Gracias a estas vías, los conquistadores llegaron rápidamente a las montañas y destronaron a Atahualpa, último soberano inca.

Bajo el Virreinato de Perú (1542-1821), los colonos continúan explotando el Qhapaq Ñan. Así lo revelan los vestigios de alfarería colonial hallados sobre el sendero. A los pies de unas colinas anaranjadas, Guido Casaverde colecta numerosas piezas perdidas por los jinetes españoles cuando galopaban sobre estas rutas. Acariciando los bordes de una de las cerámicas, muestra las huellas de un torno de alfarero. Y descubre las jarras de época precolonial cerca de un pequeño campamento inca. Una suerte de área de reposo constituida por un cubreviento de piedra semicircular donde unos transeúntes dejaron en otra época los restos de un banquete de maíz y marisco.

Desde la época imperial, los campesinos quechua no han cesado de cuidar los caminos en algunas zonas

Rápidamente, la red de carreteras fue perdiendo su sentido comunitario. “En tanto que los paisanos incas limpiaban y reparaban ellos mismos las secciones del camino cercanas a sus hogares, los hacendados dieron prioridad al cuidado de sus terrenos privados, distribuidos por la corona”, explica Alfredo Bar, quien lamenta que los senderos precolombinos hayan caído en el abandono. Cuando la Ordenanza de Tambos se establece, como un primer intento de preservar el Qhapaq Ñan, los terratenientes delegan en los autóctonos tal mantenimiento a cambio de una retribución.

Desafortunadamente, los nativos fueron explotados en semejantes trabajos, igual que en la extracción de oro. “Un mineral considerado por los incas como una lágrima del Sol, divinidad suprema de su panteón. Pero que toma otro valor con la llegada de los españoles”, recuerda Bar, inclinado sobre un foso cavado a menos de 100 metros de la ruta recién hallada, de camino al Cerro del Antival, a 10 kilómetros del océano Pacífico. La búsqueda de oro, cinco siglos más tarde, sigue haciendo estragos: este pozo se revela como una de las numerosas prospecciones ilegales de Perú. La nueva fiebre dorada amenaza el Qhapaq Ñan: los mineros destruyen las huellas de los senderos precolombinos. “El hallazgo de una simple pepita compromete nuestro trabajo y nuestra seguridad”, dice el arqueólogo. “Los buscadores de oro nos perciben como una amenaza dispuesta a arrebatarles su preciado El Dorado. ¡Incluso han llegado a hacer retroceder a algunos de nuestros colegas efectuando disparos de advertencia!”, exclama antes de tomar la Panamericana, ruta que conecta, de Alaska a Argentina, las Américas anglosajona y latina.

En la costa, la construcción de este eje moderno ha permitido aliviar los senderos precolombinos, contribuyendo a su preservación. Y a su olvido: apartados, es aquí donde los arqueólogos tienen más dificultades para detectar las centenarias vías. En cambio, a más de 3.000 metros de altitud, los caminos ancestrales permanecen ocupados por rebaños de llamas y de alpacas, camélidos de pelaje espeso. Aparecen, custodiados por sus pastores, cerca de la laguna Puray, al pie de Chinchero. Por el camino que bordea este pueblo, construido sobre restos arqueológicos, el olor a tierra recién removida impregna la atmósfera. A golpe de machete, un puñado de obreros retira la vegetación que crece entre los empedrados. Supervisados por los arqueólogos, otros preparan mortero según la receta de los incas –tierra, arcilla y cactus–, para reemplazar y fijar las piedras que faltan en este tramo que llega al Machu Picchu. Desde 2001, numerosos caminos son regularmente mantenidos por equipos que dependen del Gobierno, uniéndose a los campesinos que no han cesado de hacerlo desde la época imperial.

El Proyecto Qhapaq Ñan vio la luz, sobre todo, para ayudar a estas comunidades, atrayendo el turismo a las zonas quechua, donde la población vive de ingresos muy modestos. No obstante, la iniciativa es a menudo impopular debido a las expropiaciones, cuenta la antropóloga Frecia Escalante: “Varios cultivos se sobreponen ahora a ciertos tramos del Camino del Inca. Podemos recuperar los terrenos no cultivados aplicando la Ley de Patrimonio. En cuanto a las otras parcelas, los propietarios no aceptan cederlas voluntariamente”, explica, tras sus gafas de sol, esta cuzqueña. Confía en que, en el futuro, los recalcitrantes terminen por aceptar, cuando el turismo se desarrolle en las zonas bordeadas por el Qhapaq Ñan.

Algunos viajeros visitan ya el tramo que conecta Xauxa y Pachacamac. Una sección costera de 230 kilómetros que atraviesa el yacimiento de Huaycán de Cieneguilla. En el valle de Lurín, 40 kilómetros al este de Lima, esta antigua ciudad de casas geométricas y pasajes estrechos y polvorientos fue pacíficamente ocupada por los incas. Aquí levantaron palacios administrativos, con muros espesos de más de seis metros e imponentes ventanas. “Este pueblo, el cual constituye una puerta de entrada a los Andes, se revela como uno de los centros de control más importantes establecidos por los incas a lo largo de la red vial”, explica Camila Capriata, una joven arqueóloga. “Cuando los incas pusieron bajo su dominio otras poblaciones, se apropiaron de sus rutas añadiéndolas a su red de caminos”. Así consiguieron conectar, por primera vez, diferentes centros de producción, administrativos y religiosos con más de 2.000 años de antigüedad.

Y es este segmento del Qhapaq Ñan, así como otros cinco tramos, además del puente Q’eswachaka y la plaza de Armas de Cuzco, los que han recibido recientemente el reconocimiento de la Unesco en el territorio peruano. “En cuanto a las diferentes secciones de la red vial, cada país ha seleccionado las mejor conservadas dentro de sus fronteras. Para inscribir un bien cultural, este debe estar circunscrito geográficamente. Pero el Qhapaq Ñan es una obra de la cual ignoramos su extensión. Nuestra ambición es continuar identificando y restaurando tramos para inscribirlos sucesivamente”.

La Gran Ruta inca sigue reuniendo, cinco siglos después, las culturas del antiguo Tahuantinsuyu. Y países como Perú y Chile, quienes se disputan desde hace tiempo sus espacios marítimos, colaboran hoy en la búsqueda de esos caminos que les unen más allá de sus fronteras.

25.6.15

Cuatrienal de Artes Escénicas de Praga: Bob Wilson abre el debate: ¿tiene que ser político el teatro o no?



Vía El País.

Bob Wilson abre el debate: ¿tiene que ser político el teatro o no?

El director provoca la controversia en la Cuatrienal de Artes Escénicas de Praga

Por Jesús Ruiz Mantilla

El escenario pinta así: Praga en junio. Centro del teatro planetario en los 11 días que dura su Cuatrienal de Escenografía y Artes Escénicas, el evento más importante del mundo en este campo desde que surgiera en 1967. Más de 1.000 artistas de 70 países expuestos en 64 pabellones a lo largo y ancho de toda la ciudad, 500 representaciones, performances callejeras, acciones en distintos escenarios debatiendo en torno al lema: Espacios compartidos, música, clima y política. Moscas gigantes en las paredes, hombres que descienden en paraguas entre los cables, bodas de chinos en la calle, flautistas con microcerdos y roulottesde las que saltan hombres con mascarilla a tumbar viandantes sobre mares de plástico y fuerzan al público a escribir un insulto en cualquier idioma…

Y en estas llega Dios, es decir, Bob Wilson, y suelta: “Y el teatro, ¿debe ser político?”.

La posición del director estadounidense, expuesta en el transcurso de un foro público en Praga extrañó a muchos de los presentes. Entre otros, a la directora artística de la Cuatrienal, la serbia Sodja Lotker. “Wilson ha abierto un profundo debate, máxime cuando es uno de los temas centrales de esta edición”. Lo que planteaba Wilson, todo un gurú de la escena mundial, era el hecho de afrontar el teatro para levantar interrogantes, no para ofrecer respuestas. “Si las conociera de antemano, entonces no me metería en ello”, argumentó.

Le acompañaba en el debate el suizo Serge von Arx, su escenógrafo desde 1998 y comisario de arquitecturas escénicas en esta cuatrienal. “Hemos trabajado codo con codo en 30 proyectos comunes que se llevaron a término y en otros 30 que se pusieron en marcha y nunca vieron la luz”, comenta su colaborador en el café Slavia de Praga, toda una logia teatrera viva de la ciudad.

Las opiniones de Wilson están claras: el autor de Vida y muerte de Marina Abramovic teme que la Humanidad esté “enferma de flashes y necesidad de impactos por culpa de Wikipedia”. Y cree que “hay que ir al meollo del asunto y no quedarse en lo trivial”. Según su amigo Von Arx, lo que Wilson quiso decir es que necesitamos abrir preguntas y no imponer panfletos. “De hecho, su trayectoria es profundamente política. Para él y para mí, el teatro representa una ventana que te conduce hacia lo desconocido en la que muchas lecturas deben conjugarse. Se trata de sembrar confusión, no de imponer posiciones reivindicativas unívocas”. Bien es cierto que el artista estadounidense ha sido reconocido como artista con perfil político a través de su obra por prestigiosas universidades que van de Harvard a la Sorbona; que ha acudido allí donde le llamaban para trabajar en condiciones de protesta y agitación fuera de su país —Irán, Cuba, China, Brasil...—; que sus orígenes están ligados a talleres para jóvenes en situación marginal que acudían a las clases armados en barrios como el Bronx…

Malinterpretado

Definitivamente, su colaborador Serge von Arx cree que se le ha malinterpretado: “Más cuando el otro día vino Robert Lepage, contó que estaba inmerso en la construcción de un teatro que cambiaría la óptica del escenario y costaría 250 millones de dólares y nadie dijo nada. Con reacciones así, que podrían haber planteado todo tipo de cuestiones entre el público empezando con para qué sirve eso, la verdad es que no entiendo la polémica”.

Es algo con lo que puede estar de acuerdo Sodja Lotker, y más después de haber presenciado y escogido para la cuatrienal expresiones, espectáculos y propuestas que ahondan en la crisis global. “Hasta que comenzó esta edición, tenía algunas ideas claras en mi mente; hoy, después de haber visto varias de las manifestaciones vivas aquí estos días, confieso que me siento, como mínimo, inquieta, intranquila, turbada”.

Es comprensible cuando alguien asiste a los distintos pabellones montados en la casa natal de Kafka o en el palacio Colloredo, junto al puente de Carlos. Allí las paredes quedan atravesadas literalmente por una respiración propia, caso de la propuesta rusa, o el hielo se derrite colgado de unas cuerdas gota a gota y a la vista de todos, en una plataforma montada por los finlandeses.

Entre sus muros, José Luis Raymond, comisario del programa de España —en el que han participado al unísono Acción Cultural Española, el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, el Cervantes, la Agencia Española de Cooperación Internacional y la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad)— ha plantado una especie de tanatorio con gusanos y deshechos para su instalación Muérete.

Su propuesta ha sido elaborada junto a otras escuelas de teatro españolas como las de Sevilla, Córdoba o Vigo. Son las cuatro que han montado las performances De profundis, No lloro porque espero o la escenografía A través del Cristal, coordinada por Raymond y Alicia Blas: “Surge, entre otras cosas, del pálpito que estamos viviendo en España a partir de acontecimientos como el 15-M. En estas figuras colgadas del techo, hay gente que sale con maletas hacia no se sabe dónde, una realidad que los jóvenes han tenido muy presente los últimos años en España”.

21.6.15

Ambulantes saldrán a fines de julio de la Plaza Sotomayor

Vía El Mercurio de Antofagasta.





Alcaldesa Karen Rojo confirmó "plazo fatal" para el traslado de comerciantes a sectores periféricos del centro. Espacio cívico será remodelado en los próximos meses.

Aquí hay de todo: pantuflas, pantalones, botones, calcetines y medias… Unos metros más allá siguiendo por calle Matta, están los puestos de plantas, artesanías y un carrito que vende palomitas de maíz a los apresurados peatones que transitan con frío pasadas las 18 horas por el lugar. Al caer la noche, la atmósfera se torna extraña y aparecen improvisados dormitorios al aire libre.

La Plaza Sotomayor perdió su esencia hace años y así lo comprueba la numerosa presencia de comerciantes ambulantes con y sin permiso, de mochileros, la proliferación de perros abandonados en todo el perímetro, basura por montones y un cada vez más creciente clima de inseguridad, asociado en la mayoría de los casos a la delincuencia y el tráfico de drogas.

Pero hay nuevos aires para el deteriorado centro cívico. El jefe de la Dirección de Desarrollo Comunitario de la municipalidad (Dideco), Ignacio León, confirmó que el espacio público será sometido a una ambiciosa intervención para formar un circuito urbano de primera línea. De paso, esto significa la salida definitiva de los ambulantes que permanecen en el sector desde 2009, primero en carpas y ahora en los 48 módulos blancos, además de los 20 permisos para artesanos.
PROYECTO

El proyecto es parte de la construcción del Paseo Matta que tendrá una inversión de $4.200 millones y que en los próximos días entrará a la etapa de licitación para la pronta adjudicación de las obras y su posterior ejecución con fondos del Gobierno Regional.

La última remodelación de la Plaza Sotomayor data de 2002 bajo el mandato comunal de Pedro Araya Ortiz, luego de dos años de obras.

Ignacio León explicó que el programa de ejecución implica la salida de los ambulantes y que el espacio cívico permanecerá cerrado durante un tiempo debido a la reposición de baldosas, áreas verdes y el mejoramiento de mobiliario e iluminación, entre otros arreglos.

"Hemos tenido varias reuniones con ellos, algunos están de acuerdo, otros no, pero todos deberán salir para dar paso a las obras. Y esto será en un breve plazo ya que estamos a un paso de la licitación", dijo.
TRASLADO

En cuanto a los comerciantes, éstos serán traslados a diferentes sectores periféricos del centro, como el Pasaje Abaroa, calle Maipú, el Terminal Pesquero, y la feria Pantaleón Cortés, también conocida como Las Pulgas.

De acuerdo a la alcaldesa Karen Rojo, los ambulantes saldrán en forma progresiva durante las próximas semanas y el último plazo para ello será el 30 de julio, aclarando que esta fecha es definitiva, independiente de la oposición que puedan tener algunos locatarios.

La jefa comunal reiteró que "el plazo corre sí o sí" y que no hay vuelta atrás en la medida, ya que esta decisión corresponde a un largo proceso de negociación, cuyo único fin es recuperar los espacios públicos de la ciudad.
punto de encuentro

La idea, según manifestó la autoridad, es devolver la plaza a la comunidad y transformarla en un epicentro de la cultura abierta a grandes espectáculos como fueron en el pasado los recordados Viernes Musicales. Las actividades artísticas estarán a cargo de la Corporación Cultural de Antofagasta a través de un cronograma de presentaciones.

"La plaza es un lugar maravilloso y hay que entregarlo a los antofagastinos, así como está no puede seguir. Cuando salgan los ambulantes recobrará su belleza y estará a disposición de la gente", manifestó Karen Rojo.

El éxodo de estos últimos se convirtió en un verdadero dolor de cabeza para las administraciones de Marcela Hernando y de la propio Rojo, en gran medida por la resistencia de los locatarios para abandonar el lugar.

Alguien que conoce de cerca estas negociaciones es el empresario, dirigente de la Cámara de Comercio de Antofagasta y extitular de Desarrollo Comunitario del municipio, Antonio Sánchez, quien mencionó que la gran dificultad en el pasado para llevar a buen puerto esta medida fue lo "apetecido" que resulta el sector para los ambulantes.

"Aquí unos pocos lucran con un espacio que pertenece a todos los antofagastinos. Eso no es justo", aseguró.
IMPACTO

Para Claudio Galeno, académico de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica del Norte, la pronta recuperación del espacio cívico significará un importante paso para hacer de este lugar un punto de encuentro para distintas actividades, desde el ámbito político hasta el cultural.

Sin conocer mayores detalles del proyecto, el profesional adelantó que esta remodelación conectará un circuito cuya explanada permite ser multiuso con un gran anfiteatro de fondo, lo que alienta distintas manifestaciones y entrega un sentido de pertenencia a la comunidad.

Una opinión parecida tiene Carlos Tarragó, presidente de la Corporación Pro Antofagasta, quien aboga por una recuperación que sea un espacio de reunión para los antofagastinos, tal como ocurrió tras los primeros años de su remodelación en 2002.

"La salida de los comerciantes ambulantes de la Plaza Sotomayor es una gran noticia para el ciudadano común, ya que se podrá rescatar ese espacio urbano y utilizarlo en una diversidad de actividades de amplio beneficio comunitario", reiteró.
DUDAS

Otra mirada la entrega Floreal Recabarren, historiador y exalcalde de Antofagasta, quien calificó el anuncio de la salida de los ambulantes como una buena noticia, pero manifestó una serie de dudas sobre el proyecto y su futuro.

Es más, advirtió que hay que estar muy atentos sobre lo que vendrá después de terminadas las obras. Sus dudas apuntan al objetivo final que tendrá la plaza y su temor a repetir experiencias pasadas poco afortunadas.

"Lo importante es recuperar la plaza, pero quiero dejar en claro que no es un proyecto de ella (Karen Rojo), sino que viene de muchos años. Me gustaría que la comunidad estuviera al tanto de todo esto, que se explicara, porque no podemos volver a caer en lo mismo. Hay que evitar ciertas aberraciones", manifestó.

Así, tras años de debate y fuertes polémicas, la Plaza Sotomayor comienza por fin su cuenta regresiva para volver a ser un epicentro de la cultura y un punto de encuentro para los antofagastinos.

20.6.15

Invitan a recorrer el patrimonio local a través de la fotografía. La Estrella de Antofagasta.

Vía La Estrella de Antofagasta.

Max Aguirre · "La instauración de la arquitectura moderna en Chile 1900-1950"

El MoMA pone su foco en Chile


Juan Luis Martinez, The Language of Fashion (El lenguaje de la moda). Date: 1979. Medium: Pressure-sensitive stickers and cut-and-pasted printed paper on printed paper. Dimensions: 13 3/4 × 9 7/8" (34.9 × 25.1 cm)
Credit Line: Latin American and Caribbean Fund. MoMA Number: 602.2014.1. Copyright: © 2014 Juan Luis Martinez.
© MoMA.


Vía La Tercera.

Este año, el museo neoyorquino se ha concentrado en conocer la escena artística local a través de seminarios y publicaciones.

Catalina Jaramillo, Nueva York

La reunión es privada, al medio día y en las oficinas del MoMA en Nueva York. Los invitados, curadores de distintos departamentos del museo, llegan puntuales a la sala del quinto piso donde la académica Ann Pendleton-Jullian se prepara para dar una clase sobre Ciudad Abierta y la arquitectura contemporánea chilena. La presentación es parte de un programa interno del museo que busca acercar a sus especialistas a escenas artísticas que conocen poco -a través de conferencias, publicaciones y visitas a terreno-, para entender su colección desde una perspectiva más global. Este año, el país elegido de Latinoamérica es Chile.

“El lugar es completamente fluido, todo está en movimiento; la arena se mueve, el mar se mueve, el viento mueve a las estructuras”, dice Pendleton-Jullian mientras muestra diapositivas de Ritoque a 15 curadores presentes.

Al terminar, la autora de Road that is not a road and the Open City presenta a quienes llama las nuevas voces de la arquitectura chilena: Alejandro Aravena, Smiljan Radic, Sebastián Irarrázaval, Germán del Sol y José Cruz Ovalle.

Esta es la octava presentación sobre arte chileno que ha realizado el MoMA, a puerta cerrada, desde septiembre del año pasado bajo el programa C-MAP (Perspectivas del Arte Moderno y Contemporáneo), creado hace cuatro años.

Anteriormente pasaron por aquí los artistas chilenos residentes en Nueva York Alfredo Jaar y Cecilia Vicuña. El programa también invitó a destacados académicos y curadores de todo el mundo. Julieta González presentó a Juan Downey, Scott Weintraub a Juan Luis Martínez, Jason Dubs habló sobre el Colectivo Acciones de Arte, C.A.D.A., Adriana Valdés sobre Eugenio Dittborn y Carla Macchiavello sobre la performance en Chile. El próximo martes será el turno de Natalia Babarovic, Felipe Mujica, Johanna Unzueta y Francisca Benítez, y en julio el de Catalina Parra.

“El objetivo no es crear exhibiciones de un país determinado sino que acumular una base de conocimiento para que el MoMA tome decisiones informadas”, dijo Jay Levenson, director del departamento Internacional del MoMA. “Pero al redescubrir y entender mejor nuestra colección, en un contexto global, el programa ha derivado naturalmente en adquisiciones y exhibiciones. Es un proceso sutil, pero que con el tiempo hace una gran diferencia sobre lo que se muestra en el museo”.

C-MAP se divide en tres grupos de investigación, que además de Latinoamérica incluyen a Asia y Europa del Este. “El MoMA tiene desbalances lógicos en Latinoamérica”, explicó Luis Pérez-Oramas, curador del museo para la región. “Conocemos más de México porque es nuestro vecino y de Brasil por su tamaño. Con C-MAP queremos remediar ese desbalance e intentar una mirada que cruce nacionalidades y generaciones, para encontrar conexiones que no necesariamente vemos al mirar la escena local”.

La elección de Chile se dio por circunstancias aledañas, explica el curador. A través del programa encontraron obras no clasificadas de Eugenio Dittborn que fueron transferidas a la colección. La muestra de arquitectura latinoamericana en exhibición también llevó los ojos a Chile y Pérez-Oramas, personalmente, tenía interés en la obra del artista chileno Juan Luis Martínez.

A esto se sumaba la relación que ya existía hace cinco años entre el museo y Chile a través del programa de arquitectos jóvenes (Young Architecture Program), una colaboración anual entre MoMA PS1 y la oficina Constructo de Santiago.

Visita a Chile

La investigación de MoMA comenzó con tres referentes: Sergio Larraín, Juan Luis Martínez y Eugenio Dittborn. El museo tenía obras del primero y el tercero en su archivo histórico, y Pérez-Oramas recomendó la compra de un Martínez “que aunque ha sido ignorado, es una figura clave para entender la escena artística chilena”.

“Personalmente, y no solo en Chile, me interesa la interacción entre el lenguaje y el arte visual. Y creo que eso es muy importante en el arte chileno, porque la poesía chilena es clave. Con Huidobro, por ejemplo, la poesía se hizo visual. Martínez y Dittborn también se alinean con esa tradición. Y luego la urgencia política trajo una urgencia en el discurso y un arte discursivo. Y ahí está C.A.D.A.”, dice Pérez-Oramas.

Pero para los curadores lo importante, más que intentar generalizar sobre el arte chileno, es ver las singularidades. Así, entre el 21 y el 28 de septiembre están preparando un viaja a Chile para iniciar una relación con la escena local.

La visita, a cargo del curador de C-MAP Jerónimo Duarte-Riascos, aún está en preparación. La idea es visitar estudios de artistas, museos, colecciones y conversar con personas claves para crear relaciones de largo plazo con el museo. “Pero vamos un poco a ciegas”, reconoce Pérez-Oramas.

Las publicaciones de C-MAP están abiertas al público a través de su página web (post.at.moma.org). Hasta el momento solo está disponible el seminario de Adriana Valdés sobre Eugenio Dittborn, pero próximamente publicaran una conversación entre Ann Pendleton-Jullian y los curadores Barry Bergdoll y Patricio Del Real sobre Ciudad Abierta.

19.6.15

El otro patrimonio. Por Jorge Muñoz


© Foto Pamela Canales Navarrete.

El otro patrimonio. Por Jorge Muñoz

En la semana del Patrimonio en Antofagasta se realizaron paseos por las calles de la ciudad, los cuales tuvieron como objetivo conocer edificios, construcciones y ambiciosos proyectos habitacionales que desde el siglo XIX hasta finales de los setenta forman parte de la acelerada historia arquitectónica antofagastina, materia olvidada por la retina de sus habitantes más jóvenes y de los que van y vienen, perdiéndose en la idea de que lo patrimonial sólo son las céntricas casonas antiguas pertenecientes al periodo salitrero, ignorando que colosos levantados en los cerros hace cercanos cincuenta años son una parte poderosa del patrimonio, de la arquitectura de la ciudad y del norte chileno.

En el centro de la población Gran Vía, ubicada al sur de Antofagasta, está la plaza Luis Silva Lezaeta, conocida por la mayoría de la gente del barrio como “Las Vegas”. Ahí estaba Claudio Galeno, un prestigioso académico y arquitecto de la UCN, parado en el medio de un grupo de interesados que acudían a la ruta patrimonial guiada por él, donde examinarían a fondo la historia y los estilos presentes en la Gran vía, pero principalmente las inquietudes que tuvieron los arquitectos que le dieron vida a sus sueños más modernistas y visionarios en la ausencia hostil del desierto costero.

Galeno, habló de los departamentos que rodean la plaza Las Vegas, llamados también “El Curvito”, en alusión al coloso complejo de departamentos el Curvo, emplazados como telón de fondo de toda la población y su plaza. Comentó que pertenecen al periodo de proyección moderna y empuje progresista que tuvo Antofagasta desde la década del 50 y 60, donde se buscaba una nueva arquitectura, que materializara el desarrollo en una ciudad de reconocida modernidad e idealizada con un futuro perfecto.

Además, mientras Claudio apuntando a los departamentos, relató a sus oyentes acerca del patrón que tomaron los arquitectos locales a la hora de construir el nuevo Antofagasta del sur, el que venía de la mano del pensamiento de uno de los teóricos de arquitectura moderna más grande del último siglo, el suizo nacionalizado francés, Le Corbusier. El arquitecto en sus ensayos plantea el concepto de “Machina à habiter” en español “Maquina para habitar”, el cual proponía que la belleza de las construcciones se basara en el racionalismo, es decir en la practicidad y funcionalidad, convencido de que el avance de la industrialización puede ser el vehículo para satisfacer gran parte de las necesidades del hombre moderno.

Para el guía de la ruta patrimonial, los pensamientos de Le Corbusier fueron plasmados en los planos del arquitecto nacional Ricardo Pulgar, responsable del diseño y edificación de la Gran Vía en 1955, El Curvo y la Torre Pérez Zujovic o “Torre Coca-Cola”, todos emblemas de una corriente que venía desde las ciudades más industrializadas de Europa, con formas como el monobloque, departamentos Unité d'Habitation -Unidad de habitación en castellano- y las terrazas habitables, elementos residentes en la filosofía de belleza funcional perteneciente al filósofo y arquitecto suizo-francés y que se pueden observar fácilmente en estructuras como El Caliche y el Hospital Regional de Antofagasta.

El recorrido que realizaba Claudio Galeno avanzaba entre las calles del barrio y las explicaciones acerca de la trascendencia que tuvo Ricardo Pulgar a la hora de darle forma al lado sur de la ciudad. El complejo habitacional de cuatro bloques departamentales ubicado entre las calles Augusto D´halmar y Gabriela Mistral, justo detrás del Curvito, era otro punto donde el guía se detenía para señalar una premisa importante en la época de proyección modernista en Antofagasta, que era mostrar la fortaleza del hombre frente al terreno, por esa razón, el diseño y posterior construcción de estos bloques departamentales de seis pisos se realizaron acoplándose a las pendientes rocosas que caracterizan a la superficie de una cordillera de la costa virgen.

Otro aspecto importante que Galeno no pasaba por alto cuando le hablaba a los participantes de la ruta patrimonial acerca del brutalismo o la Escuela Bauhaus, presentes en los diseños lineales de Pulgar, era el contexto histórico en el cual se elevaron obras como estas u otras tan significativas como el Curvo, donde el eje principal son la importancia de la vivienda social y el fomento de espacios comunitarios y de encuentro que proporcionó el gobierno socialista .Estos espacios hoy son registros mudos de épocas e ideales pasados, permaneciendo grafiteados y mal utilizados por las nuevas generaciones que pernoctan en los deteriorados departamentos.

Para terminar el recorrido por el patrimonio arquitectónico de la Gran Vía, Galeno y los asistentes contemplaron desde su planta baja a la torre Edmundo Pérez Zujovic, coronación de fuerte influencia “Machina à habiter” para el ambicioso proyecto de modernización que Ricardo Pulgar soñó en 1955 para la ciudad. El edificio de 24 pisos ubicado cerca del final de Avenida Argentina, comenzó a construirse en 1972 y se terminó pocos años antes de la llegada de los ochenta. La “Torre Coca-Cola”, que ostentó alguna vez el registro del edificio más alto de Chile y dueño del paisaje más elevado del lado sur de Antofagasta, hoy se pierde junto con sus hermanos como una vieja postal en la sombra abrumadora de los departamentos formato “Almagro”, que crecen como maleza en una ciudad que desde sus inicios no deja de tener como norte la modernización.

PS: La ruta y visita fue co-diseñada y co-organizada con Pablo López (Vhau)

16.6.15

Texturas de la arquitectura ecléctica: British Club e Iglesia Catedral de San José en Antofagasta. Postal en Archivo Antieditores

#clubbritanico #britainclub #antofagastacity #eclecticismo #Chile #architecture #archivoantieditores #catedral #templod #sanjose

Una foto publicada por Claudio Galeno (@claudiogalenium) el

Edificio Centenario, Bolton Larraín Prieto Lorca, Antofagasta, 1968, visto desde el INP de Ricardo Pulgar.

#boltonlarrainprietolorca #edificiocentenario #architecture #arquitecturamoderna #skycraper #antofagastacity #Chile

Una foto publicada por Claudio Galeno (@claudiogalenium) el

Grupo de personas disfrazadas frente a La Iberia en Copiapó el 27 de octubre de 1929.

#copiapo #Chile #laiberia #disfraces #fantasy #archivoantieditores

Una foto publicada por Claudio Galeno (@claudiogalenium) el



En la foto se pueden ver: Polo Vargas, Alicia Urbina, xxxila y Gabriela Lobos, Olga Urbina, Miguel Canelas, Bruno Vildósola.

9.6.15

Publicarán libro fotográfico de los edificios más emblemáticos. Proyecto del fotógrafo Alex Palma.

Vía El Mercurio de Antofagasta.



Publicarán libro fotográfico de los edificios más emblemáticos

Proyecto liderado por fotógrafo Alex Palma busca resaltar el valor arquitectónico de Antofagasta a través de sus inmuebles más reconocidos.

Imaginación. Legado. Pluralidad. Todo sintetizado en un libro de alta calidad que tendrá a los edificios más referenciales de Antofagasta como hilo conductor. Se trata de "Ensayo Fotográfico: La Arquitectura de Antofagasta", proyecto que lidera el fotógrafo Alex Palma y que busca reorientar la mirada sobre inmuebles emblemáticos de distintas etapas del desarrollo de la capital regional, cuya historia y contexto no siempre son reconocibles por quienes residen o visitan nuestra ciudad.

La Casa Gibbs, el Edificio Huanchaca (popularmente conocido como Curvo) o la Casa Giménez son sólo algunos de los inmuebles que han sido registrados por Alex Palma en su exhaustiva "pesquisa" a través de la ciudad.

"Decidí asumir este desafío porque consideré imprescindible relevar nuestra historia desde aquellos edificios con connotación histórica, política o social", explica Palma, quien ha desarrollado una valorada trayectoria en el ámbito de la fotografía documental y el retrato.

Esta iniciativa se encuentra actualmente en etapa de búsqueda de financiamiento -tanto público como privado- con miras a concretar el volumen de ejemplares necesario para dar la más amplia cobertura a la distribución. "Queremos evidenciar a través de sus edificios más representativos, la diversidad que caracteriza y ha dado su sello a Antofagasta como un territorio multicultural, y asimismo ilustrar a través de la fotografía y arquitectura su potencial como un espacio de innovación y creatividad", detalla el fotógrafo.

Poner en valor la singularidad el patrimonio arquitectónico de Antofagasta es piedra angular del proyecto, para lo cual el arquitecto y académico Claudio Galeno es parte fundamental del equipo investigador.

"Es conocido que Antofagasta es una de las regiones más ricas de Chile y desde hace varias décadas ha presentado un crecimiento sostenido en el tiempo por las riquezas la minería, primero la plata, luego el salitre y finalmente el cobre. Ese escenario ha impulsado la edificación de arquitectura pública y privada de gran importancia, con piezas únicas en su momento tanto para Chile así como para Sudamérica", comenta Galeno.

La consultora Marchantes, especialista en tema de gestión cultural, también integra el grupo de trabajo de la publicación, la cual tendrá un anticipo para el público en una exposición a concretarse en el corto plazo [abierta al público desde el viernes 5 de junio en el Museo del Desierto]. Quienes deseen conocer más detalles del proyecto y conocer un extracto del trabajo, puedan hacerlo ingresando a la página web www.axestudio.cl (Arquitectura Antofagasta). A través de este mismo sitio podrán además contactarse con el artista-fotógrafo que lidera este proyecto.

6.6.15

Review: ‘Latin America in Construction: Architecture 1955-1980’ at MoMA

Vía The New York Times.

By MICHAEL KIMMELMANAPRIL 30, 2015

Some years ago I sat on the gusty, sun-drenched roof deck of a beachside hotel in Rio de Janeiro sipping ice tea with Maria Elisa Costa. A half-century earlier, her father, Lúcio Costa, had devised the master plan for Brasília, which is pretty much where a new, extraordinary exhibition at the Museum of Modern Art, “Latin America in Construction: Architecture 1955-1980,” begins.

A famous photograph from 1956 shows Brazil’s president, Juscelino Kubitschek, standing in the middle of an empty savanna, 400 miles from the nearest paved road. Four years later that spot would become the center of the new Brazilian capital.

Ms. Costa recalled how her father, who died in 1998, suffered from the criticisms that Brasília was a dystopian place, a cautionary tale of architectural hubris, a case study in the failures of top-down planning and pedestrian inconvenience. He watched a city conceived for 500,000 residents yield to the strains of a population several times that size, which gave rise to condominium towers, informal housing and other buildings he had never envisioned.

With care, she pulled a different photograph from her bag.

“Latin America in Construction” recalls a not-so-distant time when architects and governments together dreamed big about changing the world for the better. From Cuba to Chile, Mexico to Argentina, cities in the region boomed. The task of providing everybody with homes ultimately proved unmanageable: proliferating slums outpaced new construction; poverty rose. By the 1980s, a pitiless neoliberalism swept aside much of the abiding faith in public largess and its social agenda.

Even so, what got built through the 1970s in places like Havana and Buenos Aires, Mexico City and Lima included some of the most inspired architecture of the modern age. The show is an eye-opener, rectifying a long-skewed, Eurocentric worldview, shedding light on a period neglected for generations outside the region. It’s the sort of exhibition MoMA still does best.

That it glides over politics, lumps some nations together and ignores others, like Ecuador and the Dominican Republic, provides fodder for detractors and for reams of future dissertations. It is next to impossible to discern from the show, say, what transpired in Cuba, where the United States’ embargo, Soviet prefabricated concrete-panel housing and Fidel Castro’s regime quashed a short-lived efflorescence of revolutionary architecture. The exhibition nods to an exemplar of that creativity, the National Art Schools in Havana, partly designed by two Italian architects, but it overlooks far less familiar projects, like the Centro Nacional de Investigaciones Científicas by Joaquín Galván and the medical campus in Santiago de Cuba by Rodrigo Tascón. Others will make up their own lists of the disappeared.

Such is the nature of the beast with an exhibition like this. Triage is inevitable. The organizers are at least upfront about it. On the plus side, works in the show by the singular and fascinating Brazilian architect Lina Bo Bardi include her glass house and her art museum in São Paulo, with its anything-goes public plaza, and the cultural and sports center SESC Pompéia, a paradigm of multiuse, nonprescriptive urbanism. I was even happier to find a hospital by João Filgueiras Lima, called Lelé, her compatriot, who should be better known. Havens of light, air and soaring space, his clinics are exalted examples of humane design.

Architects like Bo Bardi and Lelé make the point that Latin Americans didn’t just riff on Mies van der Rohe and Le Corbusier by adding a few sunshades and carioca curves. While Europe and the United States constructed their share of third-rate apartment blocks and dull glass office towers, Latin America was a locus of ferment. The exhibition’s curator, Barry Bergdoll, briefly contemplated a different title for the show: “When Latin America Was the Future.”

Back then, it was.

The region during that period was transformed by large-scale, state-sponsored development. A video in the exhibition shows President Kennedy endorsing a resettlement program in Venezuela at the same time a puckish young Mr. Castro extols a new housing project for Cuba. Dictatorship or democracy, left-wing revolutionary or right-wing junta, the exhibition argues, ruling parties across Latin America, and their paymasters in Washington and Moscow, shared what Mr. Bergdoll calls a “poetics of developmentalism.”

MoMA last surveyed architecture from the region 60 years ago. The curator then was Henry-Russell Hitchcock. He commissioned a photographer to document some notable buildings from the previous decade and proffered a unified theory of Latin American style. The show naturally extolled Oscar Niemeyer; some private houses and other projects in Latin America became minor shrines to a vague tropical modernism. The approach was formalist and breezy, a colonialist’s snapshot.

“Latin America in Construction” takes another tack. Visitors navigate dense rooms packed with models, drawings, photographs, pamphlets, blueprints, films — a gold mine of original material conveying a cacophony of ideas and belying any single aesthetic.

You can shake your head at the variety of projects missing from the 20th-century canon: rural churches by Eladio Dieste, an Uruguayan engineer, which rival Ronchamp; a middle-class housing complex in Bogotá, Colombia, by Rogelio Salmona, melding public and private space; a bank headquarters in Buenos Aires by SEPRA Arquitectos and Clorindo Testa that outmuscles Paul Rudolph and Richard Rogers before the fact; an architecture school in São Paulo by João Batista Vilanova Artigas and Carlos Cascaldi that makes Brutalism look weightless and balletic; a housing development called Previ, in Peru, enlisting global designers to anticipate cutting-edge doctrines about incremental and participatory design.

The list goes on.

Arriving into the second decade of the first urban century in human history, when more people now live in cities than don’t, the show is well timed. Experts today predict that three-quarters of the world’s population will be urban by 2050, a third living in slums, mostly in the so-called global south that includes Latin America. Once again, the region is the future.

The exhibition recalls an earlier era when architects there believed that social challenges should be tackled by design, that humane societies deserved beautiful new forms, and progressive development put faith in art, nature and the resilience of ordinary people.

There isn’t a lot of visionary thinking today. “Latin America in Construction” seems possessed by a bygone optimism. The photograph that Ms. Costa retrieved from her bag was not what I expected. It wasn’t a picture of Brasília pristine, before the criticisms and the changes.

It showed a smiling, elderly man sitting in a bar, nursing an espresso. The man was her father. The bar could have been anywhere.

“That’s the point,” she told me. Over the decades trees have softened her father’s housing blocks. The capital’s public buildings by Niemeyer still look like Buck Rogers fantasies in an alien landscape, but Brasília, like Washington, was designed to be monumental and its government landmarks were never that much less pedestrian-friendly than those in Washington.

The city Lúcio Costa dreamed up in the middle of nowhere has become “a city,” was Ms. Costa’s point, “not a tourist city but a real city” imperfect like any other, where one day its planner could return to enjoy a coffee in an ordinary bar.

“My father,” she said, “was a lucky man.”

Dreamers often are.

“Latin America in Construction: Architecture 1955-1980” runs through July 19 at the Museum of Modern Art, 11 West 53rd Street, Manhattan; 212-708-9400, moma.org.

A version of this review appears in print on May 1, 2015, on page C17 of the New York edition with the headline: Latin Visions, Fleeting Dreams . Order Reprints| Today's Paper|Subscribe