23.6.20

Historia y decadencia de la Universidad de Venezuela, el monumento que ha sobrevivido a todo menos al régimen de Maduro

Vía El País.

La Ciudad Universitaria de Caracas, del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, fue declarada Patrimonio de Humanidad en el año 2000. A pesar de ello, la falta de mantenimiento de los últimos años ya le pasa factura


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A la izquierda, el Aula Magna con los móviles de Alexander Calder, diseñados para mejorar la acústica de la sala. A la derecha, uno de los pasillos cubiertos de hormigón armado diseñados por Carlos Raúl Villanueva, en una foto tomada la semana pasada. | Getty / Whatsapp
 
"No sirvió de nada declararlo patrimonio". Paulina Villanueva, hija del arquitecto Carlos Raúl Villanueva (1900-1975), autor del campus de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, no podía creerlo cuando al abrir un nuevo mensaje en su móvil se encontró con las imágenes del hundimiento de una de las piezas más singulares de la obra de su padre, un corredor cubierto de hormigón armado, dentro de un conjunto que la Unesco considera "una obra maestra del urbanismo, la arquitectura y el arte" y un "ejemplo sobresaliente" de los ideales del movimiento moderno.
Paulina atiende la videollamada de ICON Design desde Nueva York, donde se quedó bloqueada cuando se declaró la pandemia de covid-19. Varios factores fatales han confluido para que esta pasarela haya acabado venciendo: "El cerco económico del gobierno de Maduro a las universidades, que se han quedado prácticamente sin recursos, ha coincidido con las lluvias torrenciales que han caído en los últimos días en Caracas". Todo ello en plena cuarentena por el coronavirus, "que ha hecho que la universidad se haya quedado vacía varios meses".

La obra del diablo

La Ciudad Universitaria de Caracas (1940-1060) es la obra de una vida: cerca de 40 edificios se distribuyen en 200 hectáreas cuatro zonas: el hospital universitario (que el artista moderno Mateo Manaure revistió con un mural policromado), el conjunto central (en el que se ubican el aula magna y el rectorado), la ciudad deportiva y las facultades, entre las que destaca la de Arquitectura. "A principios de los años cincuenta comenzó a trabajar en el conjunto central, que ya no es como los edificios estucados de blanco de la primera etapa, sino un despliegue de formas de hormigón armado a la vista, muy audaces, que ejecutó con ingenieros e integrando las artes", explica María Fernanda Jaua, arquitecta venezolana licenciada por la facultad de Arquitectura en esta universidad y ahora residente en Madrid.


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El pasillo de hormigón armado y acero que se ha hundido estos días en una imagen de 1959. | Getty

Todos quedan unidos en un entramado de pasillos cubiertos, un ejemplo extraordinario de la adaptación de la arquitectura al entorno. "Villanueva tuvo la posibilidad de llevar a la realidad los ideales de la arquitectura moderna de principios del s. XX, pero a la vez tuvo en consideración el lugar, de clima tropical", señala Jaua.


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Vista general de la Ciudad Universitaria de Caracas. A la derecha, el edificio rojo de la Biblioteca, que forma parte del conjunto central. | Julio César Mesa (@juliotavolo)

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Vista del conjunto central con el rectorado a la izquierda, el aula magna en el centro y la biblioteca a la derecha. | Fundación Villanueva

"Para la protección del sol y del calor [con sombras y ventilación]", continúa, "se inspiró en la arquitectura colonial española, sin copiarla, con elementos como celosías, corredores, espacios abiertos e intermedios entre exterior e interior. Estos pasillos son casi un kilómetro y medio de distintas estructuras que unen los edificios para caminar entre ellos protegido del sol". En ellos, Villanueva tuvo la ocasión de experimentar con el hormigón armado y el acero, junto a los ingenieros Juan Otaola Paván y Óscar Benedetti.

"El corredor que se ha caído", explica Jaua, "tiene las columnas a un lado para dejar abiertas las vistas al jardín central al que da el aula magna. Es un pasillo ondulado que se llena de agua y de hojas y, si no lo limpias, el peso termina afectando a la estructura".


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La plaza cubierta de la ciudad universitaria es una síntesis de la arquitectura moderna y de elementos propios de las construcciones coloniales, como la generación de sombras y ventilación. | Julio César Mesa (@juliotavolo)

Además, decenas de obras de arte se distribuyen por toda la ciudad, integradas en la vida cotidiana; una "síntesis de las artes" –una idea que le Le Corbusier trabajó durante toda su vida– , en la que participó un importante grupo de creadores de vanguardia, como el estadounidense Alexander Calder o el francés Fernand Léger. El diseño incluye desde el paisajismo, con especies autóctonas de hoja verde, hasta las manillas de las puertas y por supuesto los muebles.

"Cuando mi padre fue a presentarle el proyecto a Alexander Calder para pedirle que participara, él le respondió: 'Villanueva, eso es demasiado ambicioso, esto no lo puede construir un hombre. Si llega a construirlo es porque es usted el diablo". Terminado el conjunto Calder se presentó en Caracas con una silla negra con alas de mariposa que había hecho para el arquitecto: "Es la silla del diablo", le dijo. Ahora se encuentra en el jardín de la casa Caoma, la residencia de Villanueva en Caracas.


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Alexander Calder, de pie, con Carlos Raúl Villanueva en la silla del diablo. | Fundación Villanueva

Un funcionario lo suficientemente loco

Pero tan milagroso como el proyecto es el hecho de que Villanueva lograra llevarlo a cabo sin interferencias, desde un despacho en el Ministerio de Obras Públicas, y pasando por gobiernos de todos los signos, golpes de estado, presidentes asesinados y dictaduras. "Solo en una ocasión recibió la visita el general Marcos Pérez Jiménez (1952-1958)", cuenta Paulina Villanueva, también arquitecta y directora de la Fundación Villanueva, que lleva décadas velando por preservar la integridad de la obra.


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El arquitecto posa bajo los móviles de Calder en el aula magna de la Universidad Central de Venezuela. | Paolo Gasparini / Fundación Villanueva

"Le fueron con el chisme de que el arquitecto de la Ciudad Universitaria estaba haciendo una cosa loca en el aula magna con un artista, Calder, que estaba chalado. Pérez Jiménez se acercó y le preguntó qué era aquello que había por el suelo. Allí estaban las nubes de Calder por el suelo. Y mi padre le dio la respuesta que había que darle: 'Esto, general, es funcional".

Los móviles de Calder que pueblan el auditorio como platillos flotantes de formas y colores irradian las ondas acústicas del espacio, pero son a la vez la guinda de una síntesis de las artes que se compone de un total de 107 obras de 24 artistas plásticos, entre murales y esculturas.


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El rectorado y la biblioteca vistos desde uno de los corredores cubiertos, en 1959. | Getty

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El edificio de la Facultad de Arquitectura fotografiado en 2016. | Julio César Mesa (@juliotavolo)

No es que el general Pérez Jiménez compartiera los ideales del movimiento moderno. "La dictadura militar venezolana quería celebrar en la universidad la X Conferencia Iberoamericana en 1954, con mandatarios de todos los países, y quería mostrarse al mundo con lo que sabía que el mundo valoraba en aquel momento", cuenta Paulina Villanueva. "Así que durante al menos el tiempo hasta que se celebró la cumbre, hubo recursos de sobra para ejecutar el proyecto".

Para cuando el dinero se acabó la Ciudad Universitaria estaba prácticamente completada, al menos a ojos profanos. Para Villanueva, la arquitectura estaba viva y debía ir creciendo y adaptándose con el paso del tiempo y el cambio de usos. Costó más convencer a algunos artistas para que participasen en un proyecto financiado por una dictadura, que a la propia dictadura de las bondades del arte. En el caso de algunos creadores venezolanos, como Jesús Soto, la negativa "era comprensible", dice Jaua, no querían vincularse con el gobierno militar.


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Parte trasera del aula magna en 2016. Al fondo el edificio de la biblioteca central. | Julio César Mesa (@juliotavolo)

Otros, como Miró, simplemente estaban en plena fertilidad creativa, con demasiado trabajo para atender ningún nuevo encargo. En general, los europeos de izquierdas comprendieron que era más trascendente el proyecto en sí mismo que el origen del dinero. "La dictadura va a pasar, pero la obra va a quedar", dijo Fernand Léger, criticado por contribuir al conjunto, en 1954, con un vitral ubicado en el edificio de la biblioteca central.

¿Por qué no podemos cultivar rosas?

La permanencia, en cambio, ha sido un caballo de batalla que ha habido que sacar casi a diario desde que Villanueva falleció a causa del Párkinson. Su hija puede contar cada una de las veces que ha tenido que frenar los impulsos creativos de rectores, profesor y alumnos, afear la dejadez de las administraciones públicas y universitarias en el mantenimiento o bajar los brazos ante cambios irreparables.


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El reloj de la entrada a la Ciudad Universitaria, también de hormigón, fue llevado a cabo por los ingenieros Juan Otaola Paván y Óscar Benedetti, los mismos que desarrollaron los corredores cubiertos. | Julio César Mesa (@juliotavolo)

"Un día, en una reunión de alguna de las comisiones de conservación que ha habido en la universidad, llegó la solicitud de un decano que quería plantar rosales. Le dijimos que no y el decano se indignó con nosotros, y de paso el rector se indignó también con nosotros. Tuvimos que explicarle que el diseño no se reducía a los edificios, sino que era un proyecto integral, del que formaban parte también los espacios, los pasillos y los jardines: chaguaramos, palmas, vegetación verde, así eran los jardines de mi padre", cuenta. "Todo el mobiliario del aula magna era una preciosidad y lo cambiaron por unos muebles nuevos de un mal gusto horrible. Un rector decidió que a mi papá le faltaron pasillos y acordó construir unos nuevos que no tienen nada que ver con el proyecto".


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Detalle del museo al aire libre en la plaza central de la Ciudad Universitaria. | Paolo Gasparini / Fundación Villanueva

Con todo, se consiguieron mantener la integridad y autenticidad del diseño de Villanueva, condiciones indispensables para que la Unesco llegase a declararlo Patrimonio de la Humanidad en el año 2000, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Villanueva. En vista de las dificultades cotidianas para que aún hoy se comprenda la importancia de preservar la Ciudad Universitaria, cuesta imaginar cómo el arquitecto consiguió salirse con la suya durante dos décadas.


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Edificio del rectorado. | Paolo Gasparini / Fundación Villanueva

Quizá fue por esa habilidad para dar la respuesta idónea o quizá por su manejo precario del español. De padre venezolano, Villanueva nació y se educó en Francia, primero en el Liceo Condorcet y luego en la Escuela de Bellas Artes de París. Fuera de la academia se vinculó con las vanguardias de aquel París efervescente. Y conquistó a la que luego fue su mujer, una venezolana que, según bromeaba, se había casado con él "porque hablaba perfectamente francés", cuenta Paulina.

Ya en Venezuela, regresó a París en 1937 porque había hecho el pabellón de Venezuela para la exposición universal, en la que España presentó el pabellón de la República. "Mi mamá decía que se pasaba el tiempo allí con Sert, que en el venezolano estaba menos interesante. Allí conoció también a Miró". Los recuerdos que Paulina Villanueva tiene de su padre trabajando comienzan cuando él estaba enfrascado con la ejecución del conjunto central de la Universidad. "Era como un sacerdote de la arquitectura: trabajaba de ocho de la mañana a 12 del mediodía y de dos a seis de la tarde, y cuando llegaba la hora cerraba".


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El Hospital universitario es el principal de los edificios de la primera etapa, estucados en blanco y con líneas más clásicas. | Getty




 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[Colores originales colocados por el artista Mateo Manaure al Hospital Universitario de Caracas.]

Sorprende que consiguiera así, sin nocturnidad ni arrebatos de genio excéntrico, no solo levantar la Ciudad Universitaria, sino combinar el proyecto con sus clases de Proyectos y de Historia de la Arquitectura y con su trabajo en el Banco Obrero, a través del que hizo un buen número de edificios de viviendas sociales, como El Silencio o 23 de enero.


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Dos estudiantes posan en 1959 en un panel de azulejos ubicado en la plaza central. | Getty

"Arreglarse se va a arreglar"

Mientras esos edificios no tienen problemas de mantenimiento, el estado actual de la universidad es, en palabras de Paulina Villanueva, triste. "Sobrevive gracias a la dedicación de muchas personas [afines al proyecto] que quedan trabajando allí. Cada vez que pasa el tiempo y no se hacen los trabajos de mantenimiento la ciudad universitaria se deteriora. Y ahora con la pandemia la universidad ha estado sola varios meses", lamenta. "El concreto no es como la piedra, no es eterno. El estado de ese pasillo ya era delicado desde hace bastante tiempo. Se hizo un diagnóstico y luego no se realizó el mantenimiento que se debía: los drenajes estaban tapados y había que arreglar la impermeabilización. Ahora, los soportes de acero están dañados".

Aunque reconoce que hace falta un informe de peritaje para saber si se va a poder salvar o si habrá que demoler la estructura para volverla a construir, Paulina no pierde la fe en el diablo: "Arreglarse se va a arreglar; hay que tratar de hacerlo de la mejor forma posible y con las personas adecuadas, buenos ingenieros".

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La Sala de Conciertos con un mural del artista moderno venezolano Mateo Manaure. | Paolo Gasparini / Fundación Villanueva

18.6.20

Juan Floreal Recabarren Rojas (1927-2020), historiador de gran impulso



El día 16 de junio de 2020 falleció Floreal Recabarren.

 

Recabarren era profesor de historia. Mi madre, Alicia Ibaceta, siempre se refería a él, como un gran maestro, uno de sus mejores profesores, que enseñaba muy bien, que era entretenido.

 

Lo entrevisté en agosto de 2011, en el café que tenía en el paseo Prat. Me contó de los años que fue alcalde. En 1966, le había tocado celebrar los 100 años del poblamiento de Antofagasta, de la llegada de los primeros exploradores: Juan López y José Santos Ossa.

 

El anterior alcalde Santiago Gajardo había creado un concurso de investigaciones sobre el primer poblamiento de la ciudad. Y le tocó a Recabarren efectuarlo. Concurso que ganaron Jorge Cruz Larenas y Oscar Bermúdez Miral, y los publicaron en dos libros, uno sobre los orígenes y el otro sobre la fundación.

 

La celebración sería en el segundo semestre, en noviembre, que era el mes aproximado de la llegada de Juan López. Quería posicionar esa como la fecha de celebración de los aniversarios de Antofagasta, en contraposición a los festejos de 14 de febrero, que no eran del aniversario, sino del inicio de la Guerra del Pacífico y del desembarco de las tropas en Antofagasta. Quería un aniversario de verdad, no una celebración a la guerra.

 

Habían inventado un lema: “Antofagasta: la ciudad del gran impulso”. Porque reconocía que la ciudad desde que sus orígenes no había parado de crecer, que superaba a todas las otras ciudades nortinas con su empuje.

 

Para esas fiestas también lanzaron un pequeño disco de vinilo, un EP de 45 rpm: “Melodías del recuerdo en el primer Centenario de Antofagasta”. Por un lado, traía el Vals Antofagasta y Pampa, por el otro Adiós al Séptimo de Línea y Antofagasta despierta. El disco traía un mensaje de Floreal Recabarren.

 

Muchos hemos investigado, usando sus libros. He podido identificar publicaciones desde los años 70. En 1971 publicó “No se puede jugar con el salitre” y en 1972, “Los escándalos y fracasos de la Soquimich”.

 

Un clásico de la historia urbana y memoria visual fue “Antofagasta, una historia en imágenes”, de 1979, que escribió junto a Alfonso Calderón, Juan Panadés y Antonio Obilinovic, con el diseño del famoso Mauricio Amster. Una verdadera joya. El libro era fruto de una exposición que habían realizado en noviembre de 1978 en la Universidad de Chile. El catálogo de esa muestra empezaba con el título: “La imagen es historia”.

 

En 1983 publicó “Coloso, una aventura histórica”, junto con Antonio Obilinovic y Juan Panades. En 1984 publicó “1921: crisis y tragedia”, muy interesante, y de gran profundidad, donde se adentra en un momento muy específico de la ciudad. Ese libro luego fue republicado el 2003 como “La matanza de San Gregorio, 1921: crisis y tragedia”.

 

Luego viene un salto hasta el año 2002, con “Episodios de la vida regional”, sin duda que uno de los libros más conocido, con una serie de microhistorias. Afortunadamente la publicación está disponible en digital en el sitio Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional.

 

El 2003, con María Teresa Ahumada y Héctor Ardiles, publicaron el libro “Antofagasta: ciudad con historia”, el cual fue distribuido por fascículos que acompañaban El Mercurio de Antofagasta.

 

Infatigable, siempre publicaba en la prensa de Antofagasta. Emitia sus opiniones en seminarios, conversatorios o conferencias, que abordaban temas de la ciudad. Sin duda que, a pesar de su partida, dejó un legado que será imposible de borrar, y nos dejó tareas a todos lo que nos sentimos comprometidos con la ciudad del gran impulso.

1.6.20

Fallece Christo, el artista que envolvió el mundo, a los 84 años

Vía El País.

El artista búlgaro, conocido por sus espectaculares intervenciones en edificios y monumentos, logró acercar el arte contemporáneo a un público masivo



Álex Vicente
París - 31 jun 2020 - 17:59 CLT

El artista plástico Christo, conocido por espectaculares intervenciones que le llevaron a envolver edificios y monumentos como el Reichstag de Berlín y el Pont-Neuf de París, falleció este domingo a los 84 años en Nueva York. Su muerte por causas naturales, según confirmó su equipo en un mensaje en las redes sociales, pone fin a una larga trayectoria en la que consiguió acercar el arte contemporáneo a un público masivo. Le gustaba definir sus obras como “perturbaciones” del espacio público, que llevaban al visitante a tomar conciencia de un entorno que, de tan común, se había acabado volviendo invisible.¡

Nacido como Christo Vladimirov Javacheff en 1935 en Gabrovo (Bulgaria), el artista creció en el seno de una familia acomodada: su padre dirigía una fábrica química y su madre fue administradora de la Academia de Bellas Artes de Sofía, donde él mismo se formó bajo control comunista. En su juventud, Christo participó en algún proyecto de propaganda destinado al medio rural, que decía que le enseñó a lidiar con interlocutores poco familiarizados con lo que era el arte. En 1956, tras la intervención soviética en la vecina Hungría, decidió abandonar su país para poder convertirse en artista. Recaló en Viena antes de instalarse en París en 1958, cuando conoció a su futura esposa, Jeanne-Claude Denat de Guillebon, fallecida en 2009, una joven de buena familia de la que quedó prendado, pese a que ella ya estuviera prometida. Tras su luna de miel, Jeanne-Claude cambió de opinión y se fue a vivir con ese joven excéntrico y con ideas fuera de lo común. Sería el inicio de una larga colaboración artística, pese a que durante las primeras décadas de su trabajo la autoría de sus obras fuera atribuida solo a Christo (a partir de 1994, empezaron a firmar todos sus proyectos como “Christo y Jeanne-Claude”). La pareja se mudó a Nueva York en 1964, cuando sus primeras obras, enmarcadas en el llamado Nouveau Réalisme, variante francesa del pop art, despertaron interés en Estados Unidos. “Terminé encontrando mi lugar en Nueva York. Es una ciudad de inmigrantes, la única donde se acepta que alguien pueda hablar tan mal inglés como yo”, decía el artista en una entrevista con EL PAÍS en 2016.

Su método de trabajo fue poco habitual. Sus intervenciones fueron efímeras, visibles durante un par de semanas antes de ser desmontadas, y se autofinanciaron a través de la venta de dibujos y estudios preparativos, que podían alcanzar los 200.000 euros en el mercado. Christo siempre rechazó las subvenciones públicas y el mecenazgo privado, una manera de protegerse contra las injerencias externas (y contra el peligro de hacer concesiones, solución inimaginable para este artista testarudo e infatigable). Sus intervenciones, de una extrema complejidad logística, tardaban décadas en materializarse. Para convertirlas en realidad, Christo y Jeanne-Claude debían batallar con las administraciones públicas, no siempre interesadas en su trabajo. A Christo no le importaba lo fastidioso que era el proceso: para él, el arte era ese camino tortuoso y no necesariamente el resultado. En total, Christo y Jeanne-Claude lograron ejecutar 22 proyectos, sobre cerca de 60. “Parecerá poco, pero mi obra no es como pintar un cuadro. Más bien se parece a la arquitectura. Y, si un arquitecto dijera que ha logrado levantar la mitad de sus proyectos, a nadie le parecería poco”, afirmaba Christo en 2016.

Sus proyectos más conocidos eran versiones extragrandes de sus obras de los sesenta, cuando ya envolvió objetos y lienzos con distintos materiales. En Surronded Islands (1983) circundó con tela rosa el perímetro de 11 pequeñas islas de Biscayne Bay, al sur de Miami, en una intervención pensada como un simple “gesto poético” que sentaría las bases de su arte en las décadas posteriores. En 1985, logró cubrir de tela el Pont Neuf de París, el más antiguo de la capital francesa, tras largos meses batallando con el alcalde de la época, Jacques Chirac, como relataba el impagable documental Christo in Paris, de Albert y David Maysles. Se convirtió en un nombre conocido y aclamado por el público –aunque menos por la crítica, que nunca acabó de seguir la corriente a un artista alérgico a todo esnobismo–, pero tardó otra década más en concluir su mayor intervención: cubrir el Reichstag de tela de polipropileno, lo que despertó las críticas del canciller Helmut Kohl, que denunciaría un “ataque a la dignidad” del país. The Gates (2005) le llevó a crear un recorrido de 37 kilómetros en el Central Park de Nueva York, puntuado por 7.500 puertas dotadas de cortinas de color anaranjado sacudidas por el viento. Más recientemente, Christo volvió a triunfar con sus Floating Piers (2016), tres kilómetros de pontones flotantes sobre el Lago de Iseo, en la región de Bérgamo (Italia). El artista comunicó la ciudad de Sulzano con dos islas vecinas a través de una pasarela naranja que confería al visitante la ilusión de caminar sobre las aguas.

En el momento de su muerte, Christo tenía otro proyecto en marcha: envolver el Arco de Triunfo de París. Prevista para después del verano, la intervención quedó aplazada hasta septiembre de 2021 cuando estalló la crisis sanitaria. En paralelo, el Centro Pompidou ultima una exposición dedicada a la obra de Christo y Jeanne-Claude, centrada en sus proyectos en París, con la que el museo parisiense volverá a abrir sus puertas en julio. Además, tenía previsto instalar una mastaba de 150 metros de altura compuesta por 400.000 bidones de petróleo, que pensaba erigir en el oasis de Liwa, a un centenar de kilómetros de Abu Dabi. Este proyecto, iniciado en los setenta, debía convertirse en su única obra permanente. “Christo y Jeanne-Claude siempre han dejado claro que sus obras en proceso continuarán después de su muerte”, recordaba el comunicado de sus colaboradores al anunciar su muerte. Durante décadas, la pareja viajó en aviones distintos: si uno se estrellaba, el otro hubiera podido seguir con su trabajo. Su obra deberá encontrar, de ahora en adelante, otras formas de perdurar en el tiempo.