6.11.22

El color más feo del mundo, el negro más negro y otras tonalidades con una historia detrás

Vía El País.

Por Eva Morell

Málaga -

Del enfrentamiento entre los artistas Anish Kapoor y Stuart Semple por el tono más oscuro a empresas como Tiffany’s, propietarias de su color corporativo, hasta un pigmento inventado para crear rechazo a fumar.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Existe un color tan parecido a la masa de un agujero negro que prácticamente no deja escapar la luz de él. En el año 2016, el artista británico Anish Kapoor compró los derechos de uso del mismo, popularmente conocido como el negro más negro del mundo. Vantablack, que es como en realidad se llama el color, es un pigmento desarrollado por la empresa del Reino Unido NanoSystems, especializada en nanotecnología e investigación. Se trata de una sustancia creada a partir de nanotubos de carbono capaces de absorber el 99,9% del espectro de luz visible, de tal manera que cuando la luz alcanza el color, en lugar de reflejarla, esta se queda atrapada en ese bosque de pequeñas jaulas que la retienen, siendo expulsada posteriormente en forma de calor.

Además, para ser creado el Vantablack necesita una temperatura de 400 grados. Ostenta, sin ir más lejos, el récord mundial de la sustancia más oscura creada por el hombre. Un negro no exento de polémica, ya que esto significa que Kapoor es la única persona del mundo que puede utilizar el color con fines creativos, lo que en su momento provocó una respuesta negativa por parte de la comunidad artística en todo el mundo, acusándolo de monopolio e incluso de crimen contra el arte.

La historia llega incluso más lejos, con la rivalidad interminable desde 2016 entre Anish Kapoor y el pintor inglés Stuart Semple. Enojado tras la compra de Vantablack, Semple decidió crear su propia versión de ese negro más negro en 2019, y, a través de una campaña de Kickstarter, consiguió la financiación completa para su desarrollo en tan solo 38 horas. Black 3.0 es un pigmento técnicamente parecido, pero que solo absorbe entre el 98% y el 99% de la luz.

Pero Stuart Semple, sobre todo, se convirtió en la némesis de Kapoor al vetarle la compra de uno de sus inventos más famosos, el pinkest pink (o rosa más rosa); en su web tiene publicada una cláusula de exención de responsabilidad por la cual cualquier comprador debe confirmar que ni trabaja, ni colabora ni tiene relación con el artista británico de origen indio y que, por tanto, ese rosa no llegará nunca a sus manos. Semple, por cierto, es el inventor también del blanco más puro catalogado en el mundo, o White 2.0., que promete ser un 50% más brillante que cualquier otro blanco del mundo, reflejando el 75% de los rayos del sol y obligando casi a usar gafas de sol para verlo.

El azul, un color maldito y un icono de la moda

Pero el negro más negro del mundo no es el único color controvertido. El azul Prusia es uno de los tonos más importantes y destacados en la historia del arte. Lo descubrió accidentalmente el químico alemán Heinrich Diesbach en el año 1704, y se ha considerado el primer pigmento sintético moderno. El escritor Benjamin Labatut lo describe en su novela Un verdor terrible (2020) como “un azul tan deslumbrante que Diesbach pensó que había hallado el hsbd-iryt, el color original del cielo, el legendario azul con que los egipcios decoraron la piel de sus dioses”.

Al principio se empleó como colorante para teñir las telas de los uniformes militares en Alemania, por lo que se le conoce también como berliner blau. Pronto se convertiría en la principal referencia para pintores y artistas durante el siglo XVIII, ya que abarató el coste del azul usado hasta entonces, que se obtenía con lapislázuli y era uno de los colores más caros del mercado. Obras como La gran ola de Kanagawa de Katsushika Hokusai y La noche estrellada de Vincent van Gogh utilizan este pigmento. Incluso ya en el siglo XX, el famoso periodo azul de Pablo Picasso, tiene al Prusia como el absoluto protagonista.

Sorprendentemente, uno de los usos más interesantes de este azul se encuentra en el campo de la medicina. Este colorante es uno de los incluidos en la lista de Medicamentos Esenciales de la OMS, ya que es un antídoto muy efectivo para las intoxicaciones por metales pesados y radiación. Sin embargo, también guarda un macabro secreto, ya que igual que tiene un efecto curativo, cuando se mezcla con ácido sulfúrico se convierte en uno de los venenos más poderosos del mundo: el cianuro.

Catástrofes médicas aparte, existe una tonalidad de azul que se ha convertido en el icono más reconocible de la moda y el arte y que tiñó gran parte de la segunda mitad del siglo XX. Un color intenso, casi eléctrico, al que no le hace falta presentación: el azul Klein. El pintor francés Yves Klein registró el International Klein Blue (IKB) en 1960, desarrollado en colaboración con Edouard Adam, un proveedor parisino de pintura. La singularidad de este color no se encuentra en el pigmento, sino en el aglutinante de resina sintética en el que se mezcla el mismo y que permite que esa intensidad vibrante se mantenga. Fascinado desde su infancia por el azul del cielo y del mar, Klein consideraba que su IKB era la expresión más perfecta posible del azul, su gran obra maestra, capaz de capturar lo infinito, y es por ello que lo convirtió en su marca más reconocida y reconocible. Codiciado por artistas visuales y marcas de todo el mundo, es un azul prohibido, ya que para usarlo hay que pedir permiso a la viuda del pintor y gestora de su legado, la artista Rotraut Klein-Moquay.

Colores con copyright y el más feo del mundo

Hay colores que se han convertido en la seña de identidad de una marca, como el rojo de Coca-Cola o el naranja de la compañía de telecomunicaciones Orange. Las marcas saben del inmenso poder de asociación y conexión con sus productos y, por eso, muchas son dueñas en exclusiva de sus colores más característicos. El rosa Barbie está registrado por Mattel y en 2012 lanzó una de sus muñecas vestida con su Pantone 219C. Por su parte, la casa de joyas Tiffany’s tiene el copyright sobre su cinematográfico azul turquesa, el Pantone 1837C, también llamado Tiffany Blue, y que utiliza ese número en homenaje al año de fundación de la empresa. Tampoco se escapan los grandes de la moda, como el diseñador de zapatos Christian Louboutin y sus inconfundibles suelas teñidas de rojo, que son objeto de culto y fetichismo. Él registró la tonalidad en el año 2008, y desde entonces es objeto de discordia entre marcas que copian su estilo. Esto le ha costado varios pleitos por violación de derechos y plagio en Europa y Asia, que hasta ahora Louboutin ganó, erigiéndose como único productor de suelas carmesí en el mundo.

Pero hay un color que, sin duda, se lleva la peor partida de todos los que existen, y que ha sido calificado como el más feo del mundo. Siete estudios diferentes corroboran que el Pantone 448C, una mezcla de marrón oscuro con gris verdoso, es la tonalidad menos agraciada. En 2012, una agencia contratada por el Gobierno australiano inventó esta gama para utilizarla en las cajetillas de tabaco y crear rechazo a fumar. La agencia GFK en esa investigación confirmó su éxito ya que los participantes afirmaban que era poco atractivo, sucio y “sin adjetivos positivos” y no les invitaba a coger un cigarrillo. Sin embargo, un pequeño porcentaje lo calificó como “elegante”, porque claro, para gustos, colores.

4.11.22

Las minas de litio: el codiciado metal blanco en Argentina

Vía Gatopardo.

Sebastián López Brach

A pocos kilómetros de Antofagasta de la Sierra, capital de la provincia de Catamarca, Argentina, la “antesala del cielo” —a más de 3 300 metros sobre el nivel del mar—, se encuentran algunas de las minas de litio más grandes de América Latina. El litio es uno de los metales más codiciados, presente en la fabricación de baterías de la electrónica de consumo, teléfonos móviles, computadoras portátiles y cámaras digitales, además de los automóviles eléctricos que siguen ganando popularidad, revolucionando la movilidad del planeta. Este mineral está asociado a la llamada “transición energética”, una solución impulsada por gobiernos y empresas contra la crisis climática. Aunque se suele hablar de ella como una energía limpia, su extracción implica sobreconsumo de fuentes de agua, uso de químicos, desplazamiento de poblaciones. Para muchos, un saqueo posmoderno.

Según un análisis de Benchmark Mineral Intelligence, la industria del litio necesita una inversión de 42 000 millones de dólares de aquí a 2030 para satisfacer la demanda —que crecerá en ese mismo lapso en 300%, según McKinsey & Company—, por lo que su extracción es una preocupación extendida. Para los ambientalistas, una vez más la dinámica respecto al sur global supone un saqueo de los bienes comunes para sostener la transición energética del norte, con un costo ambiental altísimo e irreparable. En esta transición que quiere dejar atrás los hidrocarburos y combustibles fósiles hay algunos intereses. Argentina está por convertirse en el segundo mayor productor de litio en el mundo, solo por detrás de Australia. El litio será el petróleo de los tiempos venideros. BMW firmó un contrato multimillonario con la empresa minera Livent (en Antofagasta de la Sierra), pero no es la única, también está la multinacional estadounidense Tesla, de Elon Musk. La búsqueda del litio será la búsqueda del petróleo de los tiempos venideros.

En las minas de litio se perfora la tierra. Una vez extraída una salmuera alcalina rica en litio, se deja reposar en piletones de doce a dieciocho meses, junto a miles de litros de agua dulce, lo que provoca daño ambiental y desequilibrio hídrico al salar, los depósitos salinos naturales. La extracción promedio de agua de una minería es de 650 000 metros cúbicos por hora. El consumo excesivo de agua dulce amenaza lagunas y ríos enteros, que ya están sufriendo una sequía irreversible, lo que pone en peligro todo un ecosistema complejo. En las plantas de procesamiento se vuelven a utilizar millones de litros de agua dulce, junto a químicos agregados para ir separando la salmuera. Lo primero que se obtiene es lo que conocemos como sal de mesa. El cloruro de litio se convierte en sal de hidróxido de litio o carbonato. Los restos, una combinación química, se derraman nuevamente al salar y lo contaminan. De ahí el color celeste de las imágenes, que parecieran remitir al Caribe, pero son aguas contaminadas de Argentina.

Se estima que se necesitan dos millones de litros de agua dulce para producir una tonelada de litio. El extractivismo avanza disfrazado de verde, prometiendo progreso. Lo cierto es que el daño ambiental es inmenso e irreparable, y está dejando sin agua a las comunidades de esta región. Viviremos la revolución tecnológica, pero ¿a qué costo?