Vía Gatopardo.
Sebastián López Brach
A pocos kilómetros de Antofagasta de la Sierra, capital de la provincia de Catamarca, Argentina, la “antesala del cielo” —a más de 3 300 metros sobre el nivel del mar—, se encuentran algunas de las minas de litio más grandes de América Latina. El litio es uno de los metales más codiciados, presente en la fabricación de baterías de la electrónica de consumo, teléfonos móviles, computadoras portátiles y cámaras digitales, además de los automóviles eléctricos que siguen ganando popularidad, revolucionando la movilidad del planeta. Este mineral está asociado a la llamada “transición energética”, una solución impulsada por gobiernos y empresas contra la crisis climática. Aunque se suele hablar de ella como una energía limpia, su extracción implica sobreconsumo de fuentes de agua, uso de químicos, desplazamiento de poblaciones. Para muchos, un saqueo posmoderno.
Según un análisis de Benchmark Mineral Intelligence, la industria del litio necesita una inversión de 42 000 millones de dólares de aquí a 2030 para satisfacer la demanda —que crecerá en ese mismo lapso en 300%, según McKinsey & Company—, por lo que su extracción es una preocupación extendida. Para los ambientalistas, una vez más la dinámica respecto al sur global supone un saqueo de los bienes comunes para sostener la transición energética del norte, con un costo ambiental altísimo e irreparable. En esta transición que quiere dejar atrás los hidrocarburos y combustibles fósiles hay algunos intereses. Argentina está por convertirse en el segundo mayor productor de litio en el mundo, solo por detrás de Australia. El litio será el petróleo de los tiempos venideros. BMW firmó un contrato multimillonario con la empresa minera Livent (en Antofagasta de la Sierra), pero no es la única, también está la multinacional estadounidense Tesla, de Elon Musk. La búsqueda del litio será la búsqueda del petróleo de los tiempos venideros.
En las minas de litio se perfora la tierra. Una vez extraída una salmuera alcalina rica en litio, se deja reposar en piletones de doce a dieciocho meses, junto a miles de litros de agua dulce, lo que provoca daño ambiental y desequilibrio hídrico al salar, los depósitos salinos naturales. La extracción promedio de agua de una minería es de 650 000 metros cúbicos por hora. El consumo excesivo de agua dulce amenaza lagunas y ríos enteros, que ya están sufriendo una sequía irreversible, lo que pone en peligro todo un ecosistema complejo. En las plantas de procesamiento se vuelven a utilizar millones de litros de agua dulce, junto a químicos agregados para ir separando la salmuera. Lo primero que se obtiene es lo que conocemos como sal de mesa. El cloruro de litio se convierte en sal de hidróxido de litio o carbonato. Los restos, una combinación química, se derraman nuevamente al salar y lo contaminan. De ahí el color celeste de las imágenes, que parecieran remitir al Caribe, pero son aguas contaminadas de Argentina.
Se estima que se necesitan dos millones de litros de agua dulce para producir una tonelada de litio. El extractivismo avanza disfrazado de verde, prometiendo progreso. Lo cierto es que el daño ambiental es inmenso e irreparable, y está dejando sin agua a las comunidades de esta región. Viviremos la revolución tecnológica, pero ¿a qué costo?
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