10.9.19

La melancolía de una sala de espera. Por Claudio Galeno

La melancolía de una sala de espera, una suave música que proviene de una consulta se mezcla con el sonido bajo de una televisión encendida en el otro extremo del salón. Un par de mujeres mayores, de baja estatura, tiene sus cuerpos retorcidos sobre las sillas. Por su pequeño tamaño, pueden regocijarse como si estuviesen en un gran sillón. Conversan animadamente, murmullan, indagan, se asombran con sus relatos. Son mujeres que hablan de la vida, de muchas vidas, disfrutan de la conversa suave, sin tiempo, el tiempo indefinido de la espera. La sala posee una luz blanquecina verdosa de los fluorescentes. Una puerta entreabierta revela el tiempo en el exterior, una luz cálida de atardecer de verano, filtrado por una ventana polarizada. En el mesón que vigila todo y nada, se reúnen las asistentes y secretarias, el mueble protege sus murmullos, sus chismes, sus operaciones secretas tras el computador bajo el mesón. Nadie sabe que observan, a ratos otras mujeres se acercan y hablan de trivialidades, de experiencia, y de opiniones, es un núcleo de opinión. En torno al mesón transcurre todo y nada, el tiempo está aparentemente organizado por un reloj barato en el muro, en la parte menos iluminada de ese rincón. El tiempo no es importante. El espacio está detenido. Es un espacio dominado por las mujeres, ellas entran y salen por las múltiples puertas que bordean la sala. 1, 2, 3, 4...9, 10. Súbitamente en ese cruzar de una puerta a otra, alguna queda entreabierta y la luz cálida persiste en el exterior.

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