La capital peruana vive de espaldas a más de 400 de estos sitios arqueológicos prehispánicos. Algunos arquitectos creen que pueden ayudar a sus habitantes a encontrar las soluciones que necesitan
Edmir Espinoza
Lima, Perú - 26 abr 2023 - 12:15 CEST
Son pocos los folletos turísticos que lo mencionan, pero bien se podría decir que Lima, la capital de Perú, es la ciudad de las huacas, lugares sagrados en la cultura precolombina donde hace 5.000 años se realizaban rituales para honrar a los dioses y pedir su protección. Con más de 10 millones de habitantes y una extensión de 2.600 kilómetros cuadrados, Lima alberga, increíblemente, unas 400 huacas dentro de su casco urbano, repartidas en casi todos los barrios de esta gran megalópolis. Lugares sagrados de distintos tamaños que conservan parte de la memoria histórica de Perú y la sabiduría ancestral de los incas.
Sin embargo, la gran mayoría de las huacas limeñas, una de las mayores posesiones prehispánicas en Sudamérica, han sufrido el deterioro del olvido y la indiferencia. Hoy son apenas una amalgama de espacios baldíos, inconexos y peligrosos que, para los nuevos limeños, no representan ningún valor patrimonial, cultural o histórico de la ciudad que ocupan.
Si bien existen casos endémicos de huacas puestas en valor como sitios turísticos o parques, en su gran mayoría están rodeadas por muros y rejas que las vuelven invisibles a la comunidad. Por si fuera poco, una legislación de larga data ha convertido al patrimonio prehispánico en intangible. Lo que quiere decir que no se puede tocar, intervenir o potenciar de ninguna forma. Una política que revela la incapacidad del Estado para vigilar estos más de 400 espacios vacíos, y que ha traído como consecuencia que estos lugares sagrados no representen nada para la ciudadanía.
La transformación de los “agujeros negros urbanos”
Arquitecto, profesor, investigador y autor de diversos libros, Jean Pierre Crousse publicó en 2019 Agujeros negros urbanos, una obra que nació como resultado de un taller que dictó en la Universidad de Harvard, y que propone convertir las huacas en espacios públicos con el potencial para transformar el resto de la ciudad.
Crousse entiende que el pasado prehispánico de Lima puede ayudar a sus habitantes a encontrar las soluciones que su ciudad y el territorio necesitan. “Necesitamos aprender a mirar atrás, pero no con ojos nostálgicos, sino con el propósito de entender las claves del pasado para construir el futuro. Es un reto inmenso, porque no hay bibliografía, no hay ejemplos en Norteamérica o en Europa que nos señalen el camino, pero también es una enorme ventaja porque nosotros tenemos la oportunidad de construir nuestros propios saberes”, comenta Crousse a América Futura.
Crousse propone que en ellos se celebren la gastronomía peruana ancestral a manera de hubs alimentarios; un sistema de huertos urbanos en las áreas adyacentes a las huacas que se conectarían con bioferias, escuelas gastronómicas educativas, museos y parques que cuenten la historia y cosmovisión de los antiguos peruanos.
“Las huacas tienen el potencial de convertirse en el espacio público de la ciudad. Lamentablemente, el Estado tiene una visión muy paternalista del patrimonio, que considera que la gente no está preparada para que las abramos. Y, aunque no podemos hacerlo de golpe y tumbarnos los muros que las segregan de la ciudad, sí creo necesario hacer planes piloto para comenzar a reabrirlas en un sentido funcional, que aporte al valor histórico de este patrimonio”, explica.
El pasado como creador de una identidad común
Para Adine Gavazzi, arquitecta suiza especializada en antropología andina y amazónica, y miembro fundadora de la Cátedra Unesco de Génova en Antropología de la Salud, las consecuencias de que los limeños no rescaten el valor de su herencia precolombina son devastadoras para la ciudad y su gente.
“La identidad depende de la organización consciente de tu pasado. No puedo imaginar un lugar que no explora y no defiende su pasado. No soy capaz de imaginarlo, porque es de ahí que viene la identidad colectiva”, refiere Gavazzi, quien considera que, antes de pensar en convertirse en una ciudad proyectada al futuro, Lima necesita primero saber quién es. “Y esto implica la salvaguardia del extraordinario patrimonio que lo configura”, explica la arquitecta.
Aunque defender el patrimonio y vincularse con él podría parecer una idea romántica, Gavazzi cree que para hacerlo es suficiente elaborar un plan maestro capaz de recibir toda la cantidad de conocimiento ancestral que ya existe, y que está ampliamente documentado.
“Necesitamos poner en valor las huacas y, para ello, no todas deben convertirse en un lindo restaurante o un museo. Hoy mismo, existen huacas que conviven con polideportivos o centros de planificación contemporánea, sin por ello dejar de ser sagrados. Son solo algunas de las varias formas de devolver la vida a estos sitios arqueológicos”, comenta Gavazzi.
“¿Por qué, entonces, conservamos las iglesias de Roma? Tú no puedes tumbar las iglesias porque están cerradas o porque están rotas o porque no hay dinero para repararlas. Si lo haces, se te viene encima la población, porque la gente entiende que en estas iglesias reside parte de la identidad de una ciudad”.
Para la arquitecta y autora de Lima. Memoria prehispánica de la traza urbana, recuperar la identidad ancestral de los limeños depende de los propios ciudadanos. “En algún momento, con la idea defenderlas, se pusieron muros a su alrededor. Creo que es momento de hacer lo contrario. Hacer que se vean. Transformarlas en algo visible y protagónico en el espacio y en el territorio. Y en ese abrir, la idea es vincular un poco a la gente con ese pasado”, explica Gavazzi, quien compara la situación de las huacas limeñas con el Museo del Prado.
“No ves al museo cercado con un muro para proteger las obras de un valor incalculable. No. Se hace lo contrario. Se hace visible, se ilumina y exhibe como parte esencial de la ciudad y como elemento representativo de los madrileños. Lo mismo ocurre con las huacas. Deben verse y admirarse”, comenta Gavazzi.
Lima, la quinta ciudad más poblada en América Latina y el Caribe tiene, de acuerdo con los estándares de la OMS, un déficit de 56 millones de metros cuadrados de áreas verdes, equivalente a más de 5.000 canchas de fútbol. Un dato que explica perfectamente la necesidad de encontrar nuevos espacios donde ejercer su ciudadanía y forjar una identidad. En este contexto desolador, la visionaria idea de Jean Pierre Crousse de convertir las huacas en catalizadores urbanos se asoma como una propuesta que ataca tanto la urgencia de nuevos espacios públicos de calidad como la necesidad de vincular a Lima y sus ciudadanos con su majestuoso y ancestral pasado.
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