Vía ABC.
1. Este ambicioso libro de Marta Llorente consta de dos partes: I. El origen: la inscripción perdurable de las ciudades antiguas; y II. La ciudad habitada; la ciudad destruida: representaciones y huellas. Escrita en una prosa impecable y con un admirable acopio y asimilación de documentación, la obra discurre por cauces nunca convencionales.
Ya el primer capítulo, que estudia la constitución de los caminos y de las sepulturas, y que arranca, en pleno vértigo antropológico, millones de años antes al homo sapiens, nos atrapa por la forma sugestiva en que está relatado. Por la tierra los homínidos en trance de humanización van dejando rastro de sus migraciones, también de sus conflagraciones. Nomadismo y conflictos bélicos marcan la tierra con inscripciones y huellas.
Los vivos han aprendido a rendir culto a los muertos, que son enterrados en sepulturas diseminadas por las comunidades espontáneas que se forman entre estas poblaciones nómadas. En torno a los treinta mil años antes de Jesucristo se descubren huellas con significación mimética o simbólica. Una mano estampada en la Cueva de El Castillo, otra en Pech-Merle, ya en el Paleolítico superior; también las pinturas rupestres en su época clásica, con superposiciones de búfalos, ciervos y otros animales, en Altamira, en la misma Pech-Merle, o los cazadores de alces del litoral valenciano.
Esta entrada antropológica nos acerca a lo que este gran ensayo se propone: una historia del espacio y de sus marcas (huellas, inscripciones). Pero no será en las pinturas rupestres donde el texto se demore sino, más bien, en la actividad supuesta del habitante del espacio en esos siglos en que se inicia el amanecer del sentido.
De hecho, el libro es muchas cosas, pero sobre todo una historia del «habitar el espacio» por parte de ese homínido que se despega de la especie animal para abrirse a la comunicación y al lenguaje. No se trata de una historia de su objeto (el espacio, sus inscripciones, sus huellas). Elige de él varias escenas y paisajes, como reza el subtítulo: Escenas y paisajes de la ciudad construida y habitada: hacia un enfoque antropológico de la Historia urbana. Pero el tratamiento de cada una de esas escenas es tan intenso y exhaustivo que va cercándolo, si no mejor, desde luego de manera más sugestiva que en muchas historias del espacio (urbano y arquitectónico).
Si la arquitectura, de Sigfried Giedion y Le Corbusier en adelante, es intervención –constructora– en el espacio, este libro de Marta Llorente puede considerarse un ensayo muy bien documentado sobre la historia de esas intervenciones, pero que tiene el mérito de alcanzar sus supuestos urbanos. Y de hacerlo atendiendo a la totalidad del territorio. De la protohistoria remonta, en un segundo capítulo, a «El origen: la ciudad y la escritura».
2. El nexo entre el nacimiento de las primeras ciudades (Ur, Uruk, la Babel bíblica) y la creación de la escritura es otro de los principales argumentos de este estudio, que se mantendrá en la Edad Clásica, en lazos entre la literatura y la ciudad, y en el penúltimo capítulo, sobre la inscripción y huella de la ciudad en la literatura contemporánea (Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Walter Benjamin). Los últimos capítulos son los que pueden parecernos más familiares. También son, sin embargo, como todos los anteriores, originales o, en todo caso, nada convencionales.
El último nos descubre la inmensidad del sufrimiento de ese Inferno, o città dei dolori, que es la ciudad devastada por la guerra. El penúltimo recorre las bisectrices entre literatura y ciudad, que llevan hasta el Federico García Lorca de Poeta en Nueva York, («los escarabajos borrachos de anís»), y que muestran una inversión de la representación. Hasta el siglo XX, la ciudad era anfiteatro de representaciones. Algunas tan crueles como los Autos-da-Fé. Ahora los rascacielos serán objeto de admiración; configurarán la representación específica del Movimiento Moderno, donde las fachadas de los edificios se dan a goce en espectáculo (y no son, como sucedía en la Edad Media, y sobre todo en los inicios de la Edad Moderna, espacio de contemplación de una escenificación urbanística, claramente teatral).
3. Un acopio de fotografías, la mayoría realizadas por la propia Marta Llorente, acompaña este texto. Es mérito de la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona haber publicado la obra, fruto maduro de toda una vida de lecturas, docencia y viajes. La primera parte concluye con un recorrido exhaustivo por la ciudad antigua, Atenas y Roma especialmente.
Dedica un especial apartado a una interesante crítica del célebre libro La ciudad antigua, de Fustel de Coulanges, confrontando sus hipótesis sobre la institución augural con las huellas e inscripciones del Cardus y el Decumanus, proyectados desde la contemplación (cum-templatio) del cielo hasta la tierra, en el lugar en el que, por razones rituales pero sobre todo prácticas (en esto Marta Llorente corrige el romanticismo religioso de Fustel de Coulanges), tras contemplarse el cielo se iniciaba el reparto del espacio por asignación a cada tribu. Templo, templum, significaba demarcación, límite; con-templación era la demarcación del cielo, con un cruce de caminos en el cielo según la orientación solar.
El libro no deja de hacer también incursiones en la ciudad filosófica (platónica) o en las ciudades ideales del Renacimiento. En la segunda parte la ciudad asume ya la colonización alcanzada tras la ruina del Imperio Romano, y se convierte en densa concentración medieval en torno a nuevas rutas, nuevas inscripciones simbólicas o representativas (catedrales, palacios), y la reconversión de la ciudad en un espacio de anfiteatro para la recepción de un espectáculo.
4. El sexto capítulo, «El miedo y la ciudad: la exposición pública del castigo», es, por inesperado, estremecedor. Se trata de la ciudad recorrida por el temor, entregada al temible instrumento de la Inquisición, y que muestra esos espectáculos en que fueron especialistas los dominicos, con Santo Domingo de Guzmán a la cabeza. Un cuadro medieval barcelonés nos muestra esa poco edificante figura del santo mendicante que jamás pudo rivalizar en popularidad con Francisco de Asís.
Vemos representaciones de sambenitos, capirotes, figuras a punto de ser expuestas para su escarnio; algunas serán relaxadas (quemadas en una hoguera), otras serán torturadas, y alguna quizás, medio muerta, pueda salir de este infierno. Un espeluznante ambiente de delación recorre esa ciudad que acoge a la Inquisición: la España derrotada y refugiada en sí misma que tanto lamenta Francisco de Quevedo («Miré los muros de la patria mía...»).
Marta Llorente inicia un acercamiento estremecido a esa España que todos detestamos, la que persiste todavía en la memoria de Francisco de Goya, y que solo bien avanzado el siglo XIX es abolida. En todo el libro de Marta Llorente está muy bien documentada, con pertinentes referencias a Américo Castro, Bartolomé Bennassar y Julio Caro Baroja (o a la novela de Miguel Delibes El hereje).
5. De hecho, el libro se difracta en varias monografías que son, de por sí, un microtexto con autonomía relativa. Forman unos acercamientos que no son caprichosos, que se responden y corresponden («El miedo en la ciudad» tendrá su desarrollo en el capítulo final, «La ciudad devastada por la guerra»). Como, ya en la primera parte, en el primer capítulo, el apartado «Los primeros caminos», que tendrá su despliegue en el segundo (tercer apartado): «El gran cruce de caminos del Oriente Próximo».
El ensayo está lleno de referencias literarias, como la que se hace al viaje de Don Quijote hasta Barcelona. O las alusiones a Virgilio, Horacio, Ovidio, tras Sócrates, Aristófanes y Platón. O las referencias a Herman Melville (sobre Bartleby, el escribiente), Virgina Woolf, Ruskin o T. S. Eliot. Las páginas rebosan cultura y conocimiento. Han debido de ser muchos años de preparación de los materiales que componen La ciudad: inscripción y huella.
Los estudiantes de Arquitectura de Barcelona dispondrán, en su biblioteca, de este espléndido texto; sería muy deseable que una eficaz distribución facilitase el descubrimiento de este libro en todas las Escuelas Técnicas de Arquitectura de España. Y sería de estricta necesidad que alguna editorial comercial, de Arquitectura, de Urbanismo, o simplemente con alguna capacidad de riesgo, apostara por su promoción. La obra desde luego lo merece.
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