Vía La Tercera.
El arquitecto paraguayo, ganador del León de Oro en la Bienal de Venecia, será co-curador del evento chileno en 2017.
Cuando se le pregunta por su trabajo arquitectónico y por su obsesión por el ladrillo, Solano Benítez (1963) irremediablemente debe referirse a la historia política de su natal Paraguay. “En 1870 terminamos una guerra contra Brasil, Argentina y Uruguay; en 1932 iniciamos otro conflicto contra Bolivia que terminó en 1937; y en 1947, cansados de pelearnos con nuestros vecinos, nos enfrascamos en una guerra civil, a la que luego se colgó una dictadura, la más larga de Sudamérica, que duró 34 años y desembocó en un país de extremos económicos y sin identidad. Yo tenía 27 años y ser arquitecto en esa época significaba satisfacer los caprichos de los nuevos ricos. Ir a Uruguay para comprar tejas esmaltadas, a Argentina a traer bronce, a Brasil a conseguir granito y con todos esos elementos construir algo que simbolizara la potencia de esa sociedad. Contra eso partió la fascinación por lo que tenemos, por nuestros materiales, sin necesidad de importar paradigmas estéticos ni formales de afuera”, dice Benítez, autor de obras como la sede de Unilever en Asunción, la Casa Font, la Tumba en Piribebuy, el edificio Alambra y el centro de Rehabilitación Teletón, todas en Paraguay.
Para el arquitecto, el ladrillo no es sólo un material, sino una oportunidad de hacer un comentario político sobre lo que quiere para la sociedad paraguaya. Con su oficina Gabinete de Arquitectura -compuesta por Gloria Cabral y su hijo Solanito Benítez- llevan 20 años investigando las posibilidades constructivas del ladrillo hasta crear un sistema que se ha vuelto caso ejemplar en Latinoamérica y que los llevó este año a ser uno de los invitados estelares de la Bienal de Venecia, dirigida por el chileno Alejandro Aravena, donde recibieron el León de Oro.
La estructura con forma de bóveda cautivó a la crítica y al público, y provocó reacciones que sorprendieron al propio Benítez. “La gente celebró la construcción, si iban solos se tomaban una selfie con sus celulares; si iban en pareja se tomaban de las manos, caminaban hasta el medio y se besaban. Jamás pensé que haría una estructura para el amor en Venecia”, ríe Benítez.
Ahora, con uno de los galardones más importantes de la disciplina en sus manos, el paraguayo visitó Santiago para presentar el proyecto de la próxima XX Bienal de Arquitectura chilena que organiza el Colegio de Arquitectos y donde Benítez oficiará de curador junto al arquitecto local Felipe Vera, quien también participó en el evento italiano.
Bajo el lema Identidad y Futuro, el encuentro se hará en marzo de 2017 en Valparaíso, y la idea de ambos va en dos direcciones: darle espacio a grupos sociales que han sido marginados del debate arquitectónico de la ciudad, como los indígenas, los inmigrantes y la gente de escasos recursos, y fortalecer una visión de la arquitectura que vaya del sur al norte del continente, con la participación de profesionales extranjeros en la muestra principal. “Estoy encantado de participar de una bienal tan prestigiosa localmente y que está por abrirse al mundo. Vamos a internacionalizar la bienal”, afirma.
¿Qué le pareció la apertura que hizo la Bienal de Venecia hacia Latinoamérica?
Alejandro Aravena tuvo mucho que ver, pero no creo que haya sido porque él es latinoamericano y le haya abierto la puerta a los amigotes. Hace mucho tiempo que, como jurado del Pritzker, él ha conocido ejemplos de arquitectura de todo el mundo y ahora ha tenido la oportunidad de poner en vitrina esos pensamientos que la crítica desconoce. Me gusta muchísimo que podamos desde cada lugar mostrar ese potencial que cada sitio tiene. Toda obra que triunfa localmente se convierte de inmediato en universal, no es al revés. El llamado de Alejandro es poner atención en esos pensamientos de distintas partes del mundo que han dado oportunidad para zanjar las tremendas diferencias que existen y que han dejado a más del 60% de los habitantes del mundo viviendo en pobreza. Eso es lo que hay que revertir.
¿Los menos afortunados son un foco central de su arquitectura?
La arquitectura que tratamos de hacer tiene que ver con la habitabilidad de los seres humanos y eso no es una clasificación por renta. No estoy cómodo cuando nuestro trabajo anda por los extremos, no tiene ningún interés contestar a los problemas de la arquitectura desde el aislamiento y la ponderación de los marginados. No somos los arquitectos que imponemos el ‘neopobre’ a las grandes empresas y usamos materiales cotidianos. No me interesa esa confrontación, sino el rescate del encuentro y que todas las voces tengan la misma oportunidad. La arquitectura es para todos sin exclusiones. Si no hubiésemos ganado el concurso para hacer la sede de la Unilever en Paraguay, todos los proyectos de carácter social como la de cooperativa de carteros nunca hubiesen sido.
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