16.7.12

La desconocida amistad del fotógrafo Sergio Larraín y Violeta Parra

© Metales Pesados

Vía La Tercera.

Lanzan biografía del único chileno que trabajó para la agencia Magnum, fallecido en febrero.

por Javier García

Era 1952. El tenía 21 años y estaba en el Regimiento Guardia Vieja de Los Andes. Ella, Violeta Parra, de 35 años, regresaba a la capital luego de recorrer Chile. Tras salir del servicio militar, “apaleado y humillado”, Sergio Larraín vería por primera vez a la cantautora en el Parque Forestal.

“Larraín admiraba a esta mujer talentosa y temperamental, y ella no ocultó su simpatía por el joven fotógrafo”, escribe el académico Gonzalo Leiva en Sergio Larraín: Biografía/estética/fotografía. Publicado por el sello Metales Pesados, el libro recorre la vida y obra del único chileno y primer latinoamericano en ingresar a la prestigiosa agencia Magnum. Fue en 1959, por invitación de Henri Cartier-Bresson.

El volumen se lanza en agosto, en el GAM, y viene a difundir el trabajo prácticamente desconocido de Larraín en el país, quien murió el 7 de febrero de este año en Ovalle, a los 81 años. Es el inicio de una serie de exposiciones y libros (ver recuadro), donde por primera vez se mostrará gran parte de sus imágenes depositadas en Magnum. El fotógrafo, que recorrió el campo con Violeta Parra, terminó alejado del fotoperiodismo, dedicado al yoga y la meditación.

La fama europea

Lo llamaba “Pituco” o “Joven Sergio”. Violeta incluso escribiría una polca con su nombre. Un día, Larraín la acompaña a cantar a un bar en Pudahuel. “Era bien popular. Yo estaba bastante afligido, pero ella se sentó muy tranquila y me daba ánimo. ‘No tengas miedo’, me decía”, recordó Larraín en Violeta Parra, el canto de todos (Pehuén).

Corría la década del 50 y Sergio Larraín Echeñique comenzaba a alejarse de su origen aristocrático. Su padre era el arquitecto Sergio Larraín García-Moreno, fundador de la Escuela de Arte de la U. Católica y del Museo Precolombino.

El fotógrafo, que había dejado los estudios de Ingeniería en Berkeley, bajaba a las orillas del río Mapocho a retratar a los niños vagabundos. Recorre Valparaíso y realiza una de sus series más famosas. Una de esas fotos la llama Petites filles: dos niñas bajando las escaleras del pasaje Bavestrello.

En 1957, Larraín accede a la invitación de Violeta Parra: recorrer el campo de la zona central recopilando canciones. El fotógrafo retrata a la autora de Gracias a la vida escribiendo al dictado de los viejos cantores. Sólo un par de imágenes se publican en Cantos folklóricos chilenos (1959). El libro es el único registro de su trabajo juntos.

Luis Poirot, amigo de Larraín, relata una visita que hizo en Francia: “Fui a Magnum y pedí ese material. Sergio enviaba todo a la agencia, pero me dieron unas excusas muy vagas. Me negaron acceso al archivo”, afirma. “Es lamentable, porque conocemos a un Larraín sólo por los ojos de la estética francesa”, agrega. Y sobre la amistad con la cantante de La jardinera, dice que hubo “una relación sentimental”.

Llegan los 60. Larraín viaja por Europa y América Latina. Publica su trabajo en las revistas más importantes del mundo: Life, Paris Match, O Cruzeiro y Jour de France. Pero la fama le recuerda su pasado aristocrático.

Regresa a Chile y vuelve a ver a Violeta, en la Peña de los Parra. Ya en 1965, el fotógrafo trabaja en una agencia de publicidad yla invita a participar en la Feria Internacional de Santiago (Fisa) con una peña. El se consigue la carpa.

“Era un turbión que sale y arrasa con todo”, diría Larraín de la cantante, que se llevó la carpa a La Reina. Al ver que Violeta no va a devolverla, Larraín le ofrece un “cambalache”. El se quedaría con una arpillera. “Se puso furiosa. Ahí nuestra relación se empezó a quebrar. Nunca más la vi, nunca más me vio”, contaría él. En mayo de 1967, tres meses después del suicidio de la artista, el fotógrafo le dedica un suplemento especial en el diario La Nación. Era su homenaje. La última foto del reportaje es de una silla solitaria, en la que descansa la guitarra de Violeta.

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