Vía La Tercera.
Por Christian Palma.
Un trayecto entre la cordillera y el mar de la Región de Atacama que atraviesa el desierto y pasa por antiguas minas, pueblos que alguna vez vivieron en la abundancia y valles escarpados.
Si bien la provincia de Chañaral cuenta con el Parque Nacional Pan de Azúcar, uno de los destinos favoritos de la Región Atacama, esta zona es probablemente la menos explorada por la industria del turismo a pesar de sus paisajes de alto valo cultural y patrimonial que posee.
Por esta razón, el Programa de Planes y Proyectos Urbanos (PPU) de la Universidad Católica busca promover los sitios de interés de esta ruta ubicada entre la cordillera y el mar, a través del proyecto dirigido por el profesor Osvaldo Moreno y los investigadores Tomás Gómez, Ximena Arizaga y Sebastián Palacios.
El viaje comienza en Copiapó, la capital regional, con destino al pequeño poblado de Inca de Oro, a unos 100 kilómetros al norte por la ruta C-17. La carretera está en buen estado y aún se pueden apreciar las tonalidades amarillas y magentas que dejó el desierto florido, flores secas que contrastan -en algunos tramos- con miles de placas solares instaladas en una de las regiones con más irradiación del mundo.
Inca de Oro no tiene más de 400 habitantes, lo que ha contribuido a la preservación, casi intacta, de su arquitectura de principios del siglo XX de casas de un piso de fachada continua y construidas en base a adobe, madera y techos de zinc. Estas viviendas se levantaron en tiempos en que el pueblo era conocido como Cuba y vivía en la abundancia debido al boom de la minería de plata y oro, y tenía 2.324 habitantes, de acuerdo al censo de 1940.
Hoy, el pueblito es tranquilo y silencioso. Por las tardes el sol pega con fuerza y algunos vecinos, los más ancianos, capean el calor en las soleras de sus casas o bajo los pimientos, contando las mismas historias de siempre. Pareciera que los minutos le piden permiso al siguiente para avanzar, como que nunca se termina de despertar de la siesta.
Desde ahí se puede visitar el pasado de este territorio a través de la reconocida ruta minera de Inca de Oro. El guía local Fidel Arancibia, que atiende el almacén Eca, es la persona ideal para mostrar este fascinante recorrido, cuya primera parada es la denominada mina La Cirujana, que funcionó hasta los 80. Es un lugar que quedó suspendido en el tiempo, aún conserva algunas de las viviendas de madera y un peinecillo (estructura de madera que servía para descender y ascender a la mina), típicos de los campamentos de principio del siglo XX. Unos kilómetros más allá está el sector Las Guías, que todavía posee actividad minera, aunque muy disminuida. Ahí destaca la estructura de una antigua escuela de madera que ha soportado por décadas la inclemencia del desierto. Se puede apreciar en los alrededores una gran variedad de objetos antiguos como un camión de los años cincuenta destartalado.
El trayecto continúa hasta la mina Sebastopol, la mejor conservada de todas, que tiene casi intacta la casa del “patrón”, bodegas, un peinecillo con riel y carro, además de una vista panorámica del valle.
La última parada es la emblemática mina Tres Puntas, que funcionó entre los años 1848 y 1922, y produjo grandes cantidades de plata. En sus primeros años, Tres Puntas albergó a cerca de cuatro mil personas que llegaron atraídas por las grandes vetas de plata. Este apogeo duró pocos años y ya en 1920 sólo quedaban 61 personas. Hoy se pueden apreciar las ruinas de lo que fue un gran pueblo minero.
Hacia el noreste de Inca de Oro tomando la ruta C-253, está la Finca de Chañaral, que se emplaza en medio de la quebrada Chañaral Alto y que se caracteriza por sus escarpadas laderas rocosas y un fondo de valle poblado por árboles y arbustos poco comunes en esta parte del desierto.
Los primeros registros de este lugar datan de tiempos prehispánicos, cuando los mensajeros de la civilización inca, o chasquis, lo utilizaban como tambo o lugar de descanso y recarga de agua y comida. La Finca de Chañaral es parte del camino del Inca (Qhapac Ñam) y por lo mismo se pueden ver vestigios incaicos como pinturas rupestres, puntas de flechas y utensilios. Es un verdadero oasis que los antiguos viajeros aprovechaban antes de internarse por el despoblado de Atacama, que iba desde el norte del Valle de Copiapó hasta San Pedro. Según teorías de historiadores de la zona, es altamente probable que allí residiera una guarnición militar a cargo de funcionarios de los señores del Cuzco.
Desde ahí hay dos opciones: seguir rumbo al norte en dirección a la ciudad de Diego de Almagro (unos 40 kilómetros) o continuar por la ruta C-257 que va por la quebrada Chañaral Alto rumbo sureste hasta el sector de Las Vegas, que se caracteriza por la presencia de humedales andinos con abundancia de colas de zorro (cortaderia atacamensis) de gran tamaño que sobresalen en medio de las áridas montañas. Impresiona también la presencia de la quebrada modelada por los recientes aluviones: surcos asombrosos y también peligrosos, por lo que se requiere de la máxima atención y cuidado. Volviendo a Inca de Oro por el camino C-289 es posible detenerse en la Viñita del Desierto a comprar pajarete a don Eliseo, un ermitaño amable, conversador y atento, que produce vino en el desierto hace más de 20 años. Son mostos orgánicos que elabora en pequeñas cantidades, “entre 300 y 400 litros por año”, asegura. Lo hace de manera artesanal, en la hectárea de viñedos que posee y cuya tierra comparte con damascos, membrillos, higos, algunas hortalizas, gallinas, conejos, tres perros y un gato.
Otra alternativa desde Inca de Oro hacia el norte es retomar la ruta C-17 a la ciudad de Diego de Almagro. Desde ahí se recomienda subir a la cordillera de los Andes y el salar de Pedernales. En ese lugar está el ex poblado ferroviario de Llanta, un asentamiento que prestaba servicios de mantención al histórico tren minero que unía la fundición de Potrerillos y el puerto de Barquito y que funcionó hasta el catastrófico aluvión del año 2015. Llanta guarda casi intactos edificaciones destinadas a la mantención del ferrocarril y conserva viviendas, canchas de fútbol y hasta piscinas que fueron construidas para la población que durante años habitó y trabajó prestando servicios al paso del tren.
El camino continúa rumbo al este, utilizando la ruta C-163 que se interna por el valle del río Salado llegando a la cordillera de Domeyko o precordillera de los Andes. Esta formación geológica asombra por sus paisajes, sus colores producto de la presencia de distintos minerales y escarpados acantilados que coronan lo más alto del valle del río Salado. Durante este trayecto es posible ver pequeñas estaciones o túneles hoy abandonados que antes permitieron el paso del tren por las escarpadas laderas de las montañas.
El salar de Pedernales marca el fin de esta ruta y el comienzo del poco explorado mundo altiplánico de esta provincia. El camino que lleva a Pedernales está marcado por la presencia de vegas andinas, antiguas estaciones de ferrocarril y la intersección de los caminos C-163 que sigue el río Salado y la ruta C-13 que conduce al poblado minero de Potrerillos, lugar que posee una arquitectura industrial de gran valor, pero que aún no se puede visitar sin un permiso especial de Codelco. Siguiendo por este camino se puede llegar al paso internacional San Francisco que atraviesa hacia las provincias argentinas de Catamarca, La Rioja y Córdoba.
Si se decide volver a Chañaral, hacia la costa, se encontrará con grandes instalaciones de plantas fotovoltaicas que contrastan con el paisaje desértico, al mismo tiempo que asombran por su aire de revolución tecnológica. El desierto de Atacama es considerado como el lugar con mejor radiación solar en el mundo, característica que ha permitido un desarrollo exponencial de la industria solar. Alrededor de Diego de Almagro se encuentran las plantas solares Chañares (40 MW) y Diego de Almagro (52 MW), la primera planta solar de gran escala construida en Chile.
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