© Alexis Diaz
Es recurrente que el pintor antofagastino Alexis Díaz nos invite a compartir la intimidad de su fetichismo situándonos en la posición de un voyeur. En el ámbito de lo psicológico, recurro a la idea de fetiche porque se refiere a la fijación erótica en alguna parte del cuerpo humano o de una prenda como objeto de excitación y deseo. Así, se podría decir, que esas fijaciones estén explícitas en la obra de Díaz, con sus musas insinuantes y sus prenda íntimas, pero él “desea” ampliar el accionar de sus historias.
El ser humano se mueve por el deseo, algunos lo han llamado voluntad, pero prefiero pensar en el deseo como el motor de las acciones del ser humano, ya que en ese concepto está implícito el impulso, el movimiento y una inevitable necesidad de querer hacer algo, en este caso, Alexis, un declarado admirador de Bacon, nos deja en manifiesto que las vibraciones son los agentes desnudantes.
El “deseo” como motor del arte, ha sido explorado en la obra de diversos artistas, bastaría con leer algunos análisis sobre Balthus o Freud. En ese sentido, lo que tiene esta serie “Drosophila”, es la mirada interior, presente en esta complicidad de situarnos en lo íntimo. De esa forma, Díaz nos incluye en estos interiores privados que son desnudados por las vibraciones desiderativas del artista, que se ha proyectado en los seres, objetos e insectos (drosophilas), perverso culpables, operadores de lo erótico.
De otra forma, a este espacio privado de su musas, donde todos los objetos son cómplices de su fetichismo, se suma la dramatización del color, que declaradamente inunda todo con excesiva luz, y se convierte en la herramienta que latiniza la obra, recordándonos que ese mundo íntimo se produce bajo la explosión carnavalesca y sensual de lo sudamericano.
por Claudio Galeno
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