Vía Del tirador a la ciudad / Blog de Anatxu Zabalbeascoa
La arquitecta Claudia Uccelli (Lima, 1965) quiso que su edifico para el Museo CAO, cerca de Trujillo, en Perú, demostrara una comprensión de las culturas indígenas asentadas en la costa norte de ese país. Así, aunque la arquitectura como paisaje y la volumetría de una construcción como topografía son dos cuestiones claves en la arquitectura actual, Uccelli quiso además que su edificio manejara la dualidad del claroscuro y de los llenos y vacíos en un intento de acercamiento a la estética de esas culturas.
¿Por qué no se pierde el edificio en la nada o el todo que es ese paisaje sin fin azotado por el viento? El inmueble, de hormigón -“un elemento compositivo sin distracciones”, explica Uccelli- y levantado con un presupuesto de 250 dólares el metro cuadrado, es una arquitectura orgánica. Tras erigir una estructura tensionada en el sitio arqueológico “El Brujo”, donde hoy se encuentra el museo, Uccelli ganó el concurso para levantar este edificio en el que los espacios se suceden en una planta que ella define como “Moche doméstica” –los antiguos habitantes de la zona-, a pesar de que el área construida es poco doméstica: ronda los 1.500 metros cuadrados.
© Fundacion Wiese / Museo CAO
El recorrido interior, las fugas visuales hacia el mar cercano, la dirección del viento, su azote, y la ausencia de límites emulan, desde el propio museo, la naturaleza del lugar. El nuevo edificio del complejo arqueológico busca difundir los hallazgos, señalar en el mapa turístico la Ruta Moche y crear un vínculo con las poblaciones “urbano-marginales” de los alrededores, como el pueblo de Magdalena de Cao, Santiago de Cao o Chocope, que ven en ese nuevo espacio un lugar donde reconocer sus orígenes.
La disposición de tres de los cinco volúmenes que forman el museo genera una plaza en su interior protegida del clima sumamente erosivo del lugar, que une al fuerte viento la arena. Esa plaza es el nexo que une y define la relación entre los volúmenes del museo. Sin embargo, ese espacio abierto, y sin embargo protegido, es también la paradoja de un lugar que se entiende mejor como paisaje que como arquitectura, pero que para poder vivirse precisa de la protección sutil, pero firme, de la arquitectura.
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