25.2.14

El arte y el patrimonio en zonas de conflicto: Afganistán, Malí, Egipto e Irak

El periódico El País ha publicado una serie de noticias sobre el estado del patrimonio en diversos paises que están en conflicto y que están situados en África, Oriente Próximo y Asia. Son bueno ejemplos de como la ignorancia y la intolerancia pueden arrasar con la memoria de una cultura.


Proyecto para el Museo de Afganistán, arquitectos AV62.

Las llaves que protegieron el milenario oro de Bactria
Por Ángeles Espinosa

Cuando visité el Museo de Kabul en abril de 2001, encontré un edificio destartalado, cerrado al público y sin apenas objetos que admirar. Tres semanas antes, los talibanes habían destruido los Budas gigantes de Bamiyán y, menos conocido, cientos, tal vez miles, de estatuillas preislámicas a las que también había afectado la fetua del jeque Omar contra los iconos. No había ni rastro del oro de Bactria, una valiosa colección de ornamentos de oro y plata de dos milenios de antigüedad.
El misterio y los rumores rodeaban al destino de lo que hasta la retirada soviética de Afganistán en 1989 había sido una de las mejores colecciones de arte centroasiático. El abandono y pillaje, cuando no el intento organizado de borrar el pasado preislámico del país, ya habían empezado durante la guerra civil que precedió al régimen talibán. De los 100.000 objetos que se exhibían en 1979, apenas quedaban un tercio a mediados de los años noventa.
Según arqueólogos extranjeros, la fetua había sido una simple tapadera para ocultar un lucrativo negocio de venta de piezas arqueológicas y de manipulación de precios en los mercados internacionales. Una versión más optimista hablaba de una cámara secreta en la que se habrían salvado los tesoros afganos. Cinco llaves, custodiadas cada una de ellas por una persona distinta, garantizaban su inviolabilidad.
Era un cuento demasiado bonito para ser cierto y, sin embargo, dos años más tarde, durante el verano de 2003, el presidente Hamid Karzai pudo acceder al tesoro guardado en seis cajas fuertes en los sótanos del Banco Central. Allí se encontraban cerca de 22.000 piezas de oro y plata, además de manuscritos y otras antigüedades, testimonio del glorioso pasado del reino de Bactria que dos milenios antes había ocupado el norte de Afganistán. El último presidente comunista del país, Najibullah, ordenó salvaguardar ese patrimonio en 1989. Nadie había vuelto a verlo.
Con gran discreción y peligro para sus vidas, cinco hombres, entre ellos el actual director del museo, Omar Khan Massoudi, habían guardado el secreto de las llaves sin cuya combinación no podía abrirse la cámara. Al final hizo falta la concurrencia de varios cerrajeros. Pero la alegría por la recuperación de ese acervo histórico quedó pronto eclipsada por la constatación de que ni las instalaciones del Museo Nacional ni la situación de seguridad del país permitían exhibirlo para disfrute de los afganos.
Parte de la colección ha viajado durante los últimos años a los más importantes museos del mundo desde el Guimet de Paris hasta el de Melbourne, pasando por el de Antigüedades de Turín, el Nuevo Kerk de Amsterdam o la Galería Nacional de Washington.

© Tombouctoumanuscripts.

Los daños irreparables de Tombuctú
Por José Naranjo.

Todo empezó el 30 de junio de 2012. Armados con picos y mazas, miembros del grupo islamista radical Ansar Dine (Defensores de la Fe) se dirigieron al mausoleo de Sidi Mahmud, considerado un santo por los habitantes de Tombuctú (norte de Malí), y, en unas pocas horas, lo dejaron reducido a una montaña de escombros. Poco después le tocó el turno a los monumentos levantados en memoria de Sidi Moctar y Alpha Moya. Igual furia destructiva, idéntico resultado. Nadie osó detenerlos. Los integristas, que ocupaban la ciudad desde principios de abril, iban armados con kaláshnikov y tenían toda la determinación de borrar de la faz de la tierra cualquier tumba “que fuera más alta que la del Profeta”, en una interpretación rigurosa del islam. En solo tres días, siete mausoleos y la puerta del Fin del Mundo de la mezquita Sidi Yahya fueron totalmente destruidos.
Los radicales actuaron a las órdenes de Sanda Ould Boumama, brazo derecho del líder de Ansar Dine, y en clara y provocadora respuesta a la inclusión de Tombuctú en la lista de Patrimonio Mundial en peligro que llevó a cabo la Unesco solo dos días antes, el 28 de junio. Sin embargo, los ataques de los radicales no acabaron aquí. En diciembre de 2012, justo después de que la ONU aprobara una resolución autorizando una intervención militar en el norte de Malí, los miembros de Ansar Dine la emprendieron a picos con otros nueve mausoleos. Antes de ser expulsados de la ciudad por el Ejército francés en enero de 2013, aún tuvieron tiempo de reunir varios miles de antiguos manuscritos en el enorme vestíbulo del centro Ahmed Baba, construido con financiación sudafricana para proteger este impresionante legado, y pegarles fuego.
En junio de 2013 un grupo de expertos de la Unesco visitó Tombuctú y pudo constatar el alcance real de los daños: 16 mausoleos arrasados, la citada Puerta del Fin del Mundo totalmente destruida y 4.203 manuscritos quemados de los aproximadamente 300.000 que alberga esta ciudad en distintas bibliotecas privadas. Algunos habían sido ya digitalizados, pero no todos. Una parte de la historia de esta ciudad, que entre los siglos XV y XVI fue centro del saber y la cultura en África, había sido eliminada para siempre. La directora general de la Unesco, Irina Bokova, aseguró que los mausoleos, lugares de peregrinaje para los habitantes de la región, serán reconstruidos. Aunque en Tombuctú todos saben que ya nada será igual, que las nuevas piedras no podrán nunca sustituir el valor de las antiguas. Terminada la guerra, los desplazados han decidido volver. Pero algunos daños son irreparables.


Destrozos ocasionados por una bomba en el Museo de Arte Islámico. © Getty Images.

Egipto, yacimiento en bancarrota
Por Ricard González.

La ola de violencia e inestabilidad que afecta Egipto desde la revolución del 2011 no solo se ha cobrado un elevado precio en forma de víctimas mortales, sino también de daños a su patrimonio cultural. El último damnificado ha sido el Museo de Arte Islámico de El Cairo, que ha visto cómo su estructura y parte de sus obras expuestas sufrían serios desperfectos a causa de un potente explosivo. El artefacto, que estalló el pasado 24 de enero, tenía como objetivo la Dirección de Seguridad de El Cairo, colindante con el edificio del museo.
En total, 165 obras sufrieron desperfectos, y de estas, 64 fueron completamente destruidas. “Estas son piezas de cerámica, y será imposible restaurarlas. Una gran perdida”, comenta Abdelrahim Hanafy, unos de los responsables de la institución. El museo, uno de los más importantes del mundo en su especialidad, ha sido clausurado de forma indefinida, a la espera de una restauración que podría llegar a costar cerca de 10 millones de euros. El Gobierno egipcio ya ha empezado a recabar fondos de instituciones internacionales, entre ellas las Naciones Unidas.
Peor suerte corrió el Museo de Malawi, una localidad situada en la sureña provincia de Minia. Este recinto fue desvalijado y parcialmente destruido a mediados del pasado mes de agosto, en plena ebullición posgolpe de Estado. Una turba de vándalos y ladrones se apropió de cerca de 1.250 piezas. Una buena parte de la colección son obras del Antiguo Egipto. Sin embargo, las autoridades han podido ya recuperar unas 900.
Los efectos de la violencia política se suman a los problemas derivados de la falta de financiación provocada por la caída de ingresos durante los últimos tres años. Después de la revolución que destronó al exdictador Hosni Mubarak, el número de turistas nunca ha llegado a recuperar su pujanza de antaño. “Una parte de las entradas que pagan los turistas va directamente a las arcas de los museos. Así pues, además de un problema de seguridad, desde la revolución tenemos un problema financiero”, comenta Hanafy.
Ya antes de la revolución el estado de algunos museos se resentía por la falta de recursos suficientes. Este es el caso, por ejemplo, de la joya del panorama museístico del país: el Museo Egipcio de El Cairo, que atesora una impresionante colección de más de 120.000 obras del Antiguo Egipto. El museo está situado en uno de los márgenes de la plaza de Tahrir, epicentro de las protestas periódicas que ha experimentado la capital egipcia durante el tumultuoso periodo de transición. A pesar de que ha mantenido abiertas sus puertas incluso en momentos de gran tensión, los turistas brillan por su ausencia.
“Ni tan siquiera tenemos dinero para comprar material de oficina, como bolígrafos, o sufragar el coste del mantenimiento de los ordenadores”, lamentaba Yasmin el Shazly, responsable del Departamento de Documentación, en una entrevista para Reuters. “Siempre ha sido difícil porque el dinero generado por el museo va al Gobierno y raramente vuelve a nosotros. Pero ahora, sin dinero viniendo del turismo, es peor que nunca”, agrega.
El museo tiene un sistema deficiente de almacenamiento y control de todas sus piezas, y se sospecha que algunas de las que se encuentran almacenadas han sido sustraídas y sustituidas por réplicas. Asimismo, la ordenación, señalización y las explicaciones de las obras expuestas no está a la altura del valor de su patrimonio. En cambio, esto no sucede con otros de los principales museos del país, como el moderno Museo Copto, situado en el viejo Cairo, o el precioso Museo Nubio de Asuán, construido con la ayuda de la Unesco. Al grupo se espera que se sume a partir de 2015 el Gran Museo Egipcio, que estará situado cerca de las pirámides. Dedicado al Antiguo Egipto, está destinado a convertirse en uno de los mayores centros culturales de restos arqueológicos del mundo.


Visitantes en el Museo Nacional de Irak observan algunas de las piezas que sobrevivieron al saqueo de 2003. © Reuters.

El arte renace de entre las bombas
Por Ángeles Espinosa.

La guía se para solemne ante el rostro impávido de la Dama de Warka. “Aunque fue robada tras la invasión estadounidense, se recuperó y ha sido restaurada”, explica. La llamada “Mona Lisa sumeria” es una de las joyas del Museo Nacional de Irak que, según sus responsables, está a punto de reabrir al público. Se trata del segundo intento en cinco años. Después de tres décadas de guerras, Irak quiere recuperar un pasado más glorioso sobre el que enraizar su futuro.
“Vamos a fortificar el alma nacional de los iraquíes porque aquí se guarda la historia y la civilización de Irak”, asegura a EL PAÍS Qais Husein Rashid, un especialista en arqueología islámica que ha sido nombrado director hace apenas un mes. “Es un paso muy importante, también para los estudiosos y los turistas que nos visitan”.
Pero esos buenos deseos despiertan suspicacias en un año electoral. Las instalaciones parecen haber cambiado poco desde la última visita de esta corresponsal en 2009, justo en vísperas de su reapertura a bombo y platillo por el primer ministro, Nuri al Maliki. Como entonces, solo dos salas cuentan con un sistema de iluminación moderno, paneles divisorios y carteles informativos. Las demás mantienen el mismo aspecto de abandono que el resto del país, a pesar de que los conservadores se afanan sobre algunas piezas. “Apenas abrió una semana”, admite el responsable sin entrar en detalles.
El temor a un nuevo robo o un atentado debido a la inseguridad del país llevó a limitar el acceso a visitantes extranjeros, diplomáticos o grupos escolares. La entonces directora, la arqueóloga Amira Edan al Dahab, revelaba con su escaso entusiasmo las dificultades que afrontaba el proyecto sin los fondos ni medios de seguridad necesarios. Sobre todo, debido a las interferencias políticas.
Al igual que Sadam Husein quiso utilizar el museo para arabizar la historia del país, algunos especialistas han acusado a los actuales dirigentes iraquíes de “seguir una agenda islámica radical en la preservación de las antigüedades”. El ministro de Turismo, Liwaa Semeism, de quien depende la Organización de Antigüedades, ha reducido el poder de esta y se ha mostrado reacio a la presencia de arqueólogos extranjeros en el país. Los islamistas recelan de la arqueología, el objeto del museo que se inauguró en 1926, a instancias de la exploradora británica Gertrude Bell, y que guarda el legado de los orígenes de la civilización, desde la invención de la escritura hasta las primeras ciudades.
El nuevo director evita entrar en polémicas y se declara “muy feliz” ante la próxima reapertura de la galería. “Será a mediados de este año, aunque no puedo darle una fecha exacta”, se disculpa. “En total van a abrirse 15 salas, ordenadas de forma cronológica de la prehistoria al periodo islámico”, avanza. En la visita posterior, este último pesa proporcionalmente más que los 4.000 años precedentes, en términos tanto de espacio como de presentación, pero de momento solo se puede acceder a siete salas.
Rashid subraya que las esculturas “están en buen estado de conservación” y que “se han recuperado la mayoría de las piezas que fueron robadas” a raíz de la invasión estadounidense y con anterioridad. “Vamos a dedicarles una sala especial”, anuncia.
Nunca ha llegado a saberse con exactitud el alcance de aquel saqueo. Se estima que se han rescatado 9.000 de las 15.000 piezas que los conservadores echaron en falta, pero algunas de las que inicialmente se dieron por robadas aparecieron más tarde en los sótanos, donde esos funcionarios intentaron salvaguardarlas. No obstante, la turba que asaltó el museo llegó a abrir el almacén principal, destrozó algunas figuras de 2.000 años de antigüedad y se llevó miles de sellos, tablillas y artefactos de valor simbólico como la citada Dama de Warka.
Esa cabeza de mujer esculpida en mármol hallada en 1938 en Warka, el lugar de la antigua Uruk, fue recuperada meses después en una granja por los soldados estadounidenses. Su devolución al museo se convirtió en emblema de los esfuerzos por cerrar la herida que causó el asalto ante la pasividad de las fuerzas ocupantes. Pero el expolio de antigüedades en Irak precede con mucho a la invasión y ha continuado después. En el sur del país, que fue el centro de la antigua Mesopotamia, ya venía produciéndose desde finales de los años noventa del siglo pasado y adquirió proporciones alarmantes entre 2004 y 2005.
“Las piezas más relevantes se han recuperado", insiste Rashid, quien agradece la ayuda de España para la devolución de nueve tablillas y varios collares de la III dinastía Ur, uno de los periodos más brillantes de la cultura sumeria. Las 22 piezas fueron robadas en 2003 en la localidad iraquí de Urusagrig y localizadas por la Brigada de Patrimonio Histórico en una casa de subastas madrileñas en 2011.

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