28.2.14

El pequeño Pompidou, por Anatxu Zabalbeascoa

Vía El País.



Renzo Piano y Richard Rogers se hicieron famosos de la noche a la mañana. En 1977 inauguraron un edificio-máquina, un buque irreverente, tecnológico y pop a partes iguales, atracado junto a los antiguos puestos del mercado de Les Halles. En el corazón de París brotó así un organismo cultural vivo. Puede que el Pompidou fuera el primer icono instantáneo. Acercarse a él suponía contagiarse de la vitalidad que comunicaban los tubos de sus fachadas, por los que circulaba la gente. En el interior no había jerarquía, los espacios eran abiertos y su aire efímero restaba protocolo a la cultura. Los colores eran primarios y decoraban sin miedo el invento.

Hoy es fácil aplaudir una osadía de edificio que ha recibido a más de 150 millones de visitantes. Pero entonces, el diario Le Figaro sentenció: “Igual que el lago Ness, París ya tiene su monstruo”. El nuevo centro dio la vuelta al mundo trastocando con su popularidad la idea de lo que podía llegar a ser un museo a finales del siglo XX. El propio Piano lo ha reconocido: la broma de dos arquitectos jóvenes y hippies terminó convertida en un símbolo, un manifiesto. Todo eso sucedió en un día. Pero tardó en gestarse casi una década. El triunfo del Pompidou se apoyaba en la idea de André Malraux de acercar la cultura al ciudadano y en la selección de un jurado sin precedentes (con Oscar Niemeyer y Jean Prouvé) para la primera vez que Francia permitía participar en sus concursos a arquitectos extranjeros.

Sin embargo, poco antes de ese tiempo tan fecundo, cuando Renzo Piano todavía no había ganado el concurso, Piero Ambrogio Busnelli, un intrépido empresario italiano, le telefoneó para que le proyectara una fábrica. El arquitecto genovés tenía entonces 35 años. Trabajaba investigando viviendas de emergencia para la Unesco y quería “cambiar el mundo”, según sus propias palabras. Ya se había asociado con Richard Rogers, y juntos representaban la rama más social de la entonces incipiente arquitectura high-tech. Fieles al idealismo de los años sesenta, les preocupaba que sus edificios fueran como máquinas para poder, con ellas, transformar la sociedad. Las investigaciones de Piano para construir viviendas desmontables o la idea defendida por Rogers de reconquistar las calles nacen de esa ideología, una visión de progreso que compartía Busnelli, un pionero en la producción masiva de mobiliario italiano moderno, fallecido el pasado mes de enero, poco después de celebrar el 40º aniversario de su emblemático edificio.

Hubo intuición en la decisión de llamar a Piano, que “era ya un arquitecto prometedor, alguien que investigaba”, explicaba Busnelli quitándose méritos. En Novedrate, donde la fábrica que levantó Piano se mantiene en uso, pulcra, y ya al margen del tiempo destaca la capacidad de Busnelli para ver más allá de lo evidente. También su afición a tomar decisiones importantes en poco más de un minuto. Algo así sucedió en 1966. El propio Busnelli recordaba que él solo tenía diez años más que Piano y que su reconocida marca de mobiliario era por entonces, como el propio arquitecto, otra promesa.

Otra forma de vida

Las oficinas debían transmitir una idea flexible, indefinida, del espacio, del trabajo y del diseño. El edificio debía mostrar otra forma de vida. Y Renzo Piano lo ideó ensayando lo que pocos años después desarrollaría en París en una obra que alteró la ciudad y revolucionó la arquitectura. En Novedrate, 25 kilómetros al norte de Milán, y muy cerca de Como, las escaleras de acceso a la fábrica de B+B Italia están en las esquinas. Hay tubos en las fachadas para animar con su movimiento esas grandes superficies y mucha luz natural. Los interiores están despejados, algunas escaleras recuerdan a un barco, un jardín frondoso se cuela como única decoración por los inmensos paños de vidrio que sirven de ventanales. Toda esa construcción parece desmontable.

Aunque tiene un cierto aspecto de laboratorio, el edificio alberga las oficinas de una empresa que en 1966 sabía que el futuro pintado como futurista corre el riesgo de quedarse anticuado.

Más allá de este proyecto, en Novedrate existe un micromundo arquitectónico. Al inmueble de Piano y a una fábrica de Afra y Tobia Scarpa, de 1968, se sumó hace una década un centro de investigación firmado por Antonio Citterio. Pero además otros han llegado hasta allí. Lo más destacado del diseño italiano se da cita entre los vecinos. Las factorías de Molteni & C., Cassina, Poliform, Minotti o Flexform están también junto a un pueblo en el que la mayoría de los trabajadores viven del diseño.

¿Cuánto del futuro Pompidou anuncia este edificio italiano? El crítico Stefano Casciani lo considera “un prototipo a escala completa de la técnica constructiva del Pompidou”. La experimentación, la investigación, el diseño, la tecnología y también cierta aventura forman parte del ADN de este edificio, que comparte con Piano la capacidad de, como dijo Hans Hollein, “sentir el futuro”. Esta oficina-manifiesto —que se inauguró en 1973— convertida en símbolo de una cultura empresarial volcada hacia los materiales innovadores que, sin embargo, optó por investigar para conseguir larga vida a los productos. Y un edificio que muestra que la mejor arquitectura de un momento preciso puede no tener fecha de caducidad.

Ver además: "B & B Italy celebrates the 40th birthday of its Renzo Piano, Richard Rogers - designed headquarters"

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