10.1.16

Explorador de mundos interiores: Roberto Matta.



Vía Clarin.

Una gran muestra reúne 42 obras del artista que Duchamp calificó como “el descubridor para el surrealismo de regiones del espacio”.

Por Julia Villaro

Dentro de la vitrina el viejo catálogo muestra una fotografía en blanco y negro; un grupo de hombres posa: las manos juntas sobre las rodillas, los zapatos acordonados, alguna que otra pipa. Es el año 1940 y entre esos catorce “artistas en el exilio” –así se llamó la muestra organizada por Pierre Matisse en Nueva York– hay sólo uno que no es europeo. El chileno Roberto Matta es, además de un artista exiliado, un viajero; un explorador de tierras y de estados de conciencia. “El descubridor para el surrealismo de regiones del espacio”, dijo de él Marcel Duchamp, el exiliado del arte. Compañero de Salvador Dalí y Max Ernst en las incursiones por esos extraños territorios interiores, con Matta sucedió algo diferente a lo que ha pasado con otros artistas de nuestro continente en ese lado del mundo –y de la historia–. A diferencia del cubano Wilfredo Lam o de la mismísima Frida Kahlo, para el grupo –y para los libros de arte– su nacionalidad de pertenencia casi se diluye. Roberto Matta es un “surrealista del mundo”, el único latinoamericano oficialmente aceptado dentro de la selecta secta comandada por André Breton (y también en su momento expulsado, como casi todos ellos, hecho que no hace más que enfatizar su grado de pertenencia al grupo).

Frente a esa situación Matta. Este lado del mundo , la muestra presentada en el Centro Cultural que lleva su nombre en la Embajada de Chile en Buenos Aires, busca devolverle al artista internacional su filiación chilena y latinoamericana. Ha reunido para eso 42 obras pertenecientes a diversas colecciones de ambos lados de la cordillera de los Andes. Patrimonios públicos y colecciones privadas que difícilmente vuelvan a juntarse le dan a la muestra –la más grande sobre este artista realizada en Buenos Aires– un carácter único e inédito. Y al público, la posibilidad de conocer al artista, más allá del surrealista.

Porque otros Mattas se despliegan en las orillas de ese movimiento; y todos llevan su impronta. Ese particular contraste entre el color y el blanco y negro; esa suerte de dinamismo microcósmico que habita sus telas; esos seres raquíticos que se despliegan recreando estructuras y sistemas que advertimos, pero al mismo tiempo no terminamos de comprender. El Matta obsesionado con encontrar formas nuevas en los colores azarosamente aplicados; el conmovido por los desastres de la guerra; el estimulado por el advenimiento del socialismo en Chile; el que busca en la pintura una forma personal de comunión con la literatura. A quien transformó su encuentro con el poeta García Lorca y su estadía entre otros pueblos y otras lenguas.

Después de titularse como arquitecto en Chile emprendió el viaje a Europa que ya era rigor entre los jóvenes latinoamericanos de los años veinte y treinta. Se radicó en París y allí entró en contacto con Le Corbusier, otro arquitecto pintor, con quien se advierte alguna empatía en obras como “Gibet”, de 1955. Durante los treinta viajó y conoció artistas plásticos y poetas diversos, desde Pablo Picasso hasta Lázló Moholy-Nagy. Primero, dibujó y expuso con los surrealistas sus dibujos. De 1938 son sus primeros óleos. En ellos comienza a desarrollarse lo que posteriormente será su marca de autor más destacada: una atmósfera extraña; tonos rebotando como luces, resultado de frotar la pintura después de aplicarla. Espacios de tramas seculares, anárquicas, donde el color –y en Matta un color nunca es uno solo– y el no color se suceden y el dibujo y la pintura se superponen, compiten sin llegar a ningún lado, permanecen en tensión, dando lugar a que emerjan desde el fondo de su psique figuras extrañas. Algunas biomórficas; otras, máquinas demenciales.

Con el inicio de la Segunda Guerra, Matta emigra a Nueva York. Allí el artista chileno será uno de los encargados de difundir el surrealismo europeo entre los jóvenes artistas estadounidenses. Robert Motherwell y Jackson Pollock entre otros, encontraron en las telas de Matta la protohistoria de su propio expresionismo: una vía posible para la deconstrucción de la imagen plástica. Pero eso mismo que despertaba el interés entre los jóvenes –el azar con que el chileno aplicaba la pintura– era un pretexto, un puntapié para lo que en Matta era realmente lo importante: una mancha –“mi mancha”, decía– que le permitiera ingresar a un estado alucinatorio en el cual encontrar cosas nuevas, desconocidas, “sin nombre”.

“Vemos cuerpos en movimiento, pero no vemos los misteriosos lazos que los conectan”. Sabemos que algo está pasando, sabemos cómo es eso que sucede, no podemos decir, sin embargo, con exactitud de qué se trata. En sus pinturas de los 40 y 50 la violencia y la muerte –así como la ironía– se perciben sin terminar de explicitarse. Una característica peculiar que define el tono de sus obras de forma rotunda. Hacia los 50, ya alejado de los jóvenes abstractos, Matta pone el foco en los desastres legados por las guerras. Se aleja también del surrealismo. Vuelve por primera vez a Chile en casi quince años. Publica manifiestos y artículos vinculados al arte. En 1959 en Estocolmo se realiza su primera muestra retrospectiva en Europa.

Las de los sesenta y setenta son décadas iluminadas: viaja para encontrarse con Salvador Allende y Fidel Castro; en Chile realiza murales colectivos con la Brigada Ramona Parra. Reemplaza el óleo por materiales como adobe, paja, y barro. Ilustra El gran Burundún Burundá ha muerto , del escritor colombiano Eduardo Zalamea. “Este hombre –decía en 1975 Marta Traba, acaso la teórica del arte latinoamericano más importante de esos años– fue capaz de inventar un paisaje (…) un modo de ver y sentir por golpes de sangre, por la emoción y la infalible penetración del ojo más allá de las apariencias”.

En 1985, mientras la dictadura que llevaba en Chile doce años gobernando lo confinaba –cuarenta años después de aquella foto en blanco y negro– a otro exilio, uno aún más doloroso, Matta pensaba en “crear el verbo americar y conjugarlo hasta el hastío”. De esos años son las hermosas litografías de la serie Verbo América , en la que el artista trabaja inspirado por textos de escritores latinoamericanos –Gabriela Mistral, Nicolás Guillén, Gabriel García Márquez, César Vallejo, José Martí– desandando su propio estilo plástico; retomando, para la configuración de estas imágenes, la herencia de los códices precolombinos: las líneas negras delimitan las figuras pero el color ya no traspasa sus límites, como en sus otras obras; la paleta se ha vuelto terrosa; el fondo ahora es blanco y despojado.

“…Matta es, sobre todo, la sorpresa –escribió Rafael Alberti–. Es un pintor con verdadero talento literario, que busca siempre el modo de darle un giro inesperado a las cosas (…) capaz de conjugar airosamente el verbo América (…) Uno dice una palabra y Matta rápidamente la convierte en cien cosas diferentes, cambia unas por otras, crea y recrea cualquier momento, dejando después de estar una tarde con él, en el aire de uno, la velocidad imparable de sus improvisaciones”.


Ficha
Roberto Matta
Matta. Este lado del mundo
Lugar: CCMATA, Tagle 2772, acceso por Plaza
República de Chile
Fecha: hasta el 22 de enero
Horario: martes a domingos, 11 a 19
Entrada: gratis

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