27.1.16

Los túneles que no existían en Puebla, México

Vía El País.

Sorprendente descubrimiento: Los túneles que no existían en Puebla

Una serie de caminos subterráneos del siglo XVI han sido hallados en las entrañas de esta ciudad colonial del centro de México

Por Sonia Corona.


La altura original de los túneles llegaba hasta los 8,5 metros, sin embargo, por cuestiones de seguridad y de estabilidad para las construcciones actuales, sólo se excavará hasta llegar a los 3,5 metros.
© Foto: Saúl Ruiz / El País.

Era una leyenda que se contaba en las sobremesas y en las tertulias: Bajo la ciudad de Puebla había túneles que conectaban iglesias con antiguos edificios y los revolucionarios mexicanos los habían utilizado para escabullirse durante la guerra. Pero no había rastro de ellos, ni mapa que probara su existencia, hasta ahora. Una red de 10 kilómetros de caminos subterráneos construidos en los siglos XVI, XVII y XVIII han sido hallados en el corazón de la ciudad y el gobierno local se ha puesto a la tarea de descubrirlos para echar un poco de luz sobre su historia.

Los primeros indicios de la existencia de los túneles los dio una serie de mapas del siglo XIX en manos de una familia de la región, pero la prueba definitiva de que no se trataba de un mito fue el hallazgo accidental de una parte de la estructura durante una remodelación urbana en 2014. Poco a poco las bóvedas semicirculares de los canales fueron descubiertas de la tierra que ocultaba su simetría casi perfecta. “Nunca nos imaginamos que eran así, yo en toda mi carrera nunca había visto nada así”, cuenta Sergio Vergara, gerente del centro histórico de Puebla (centro de México).

Las primeras investigaciones revelan que los túneles fueron construidos después de la fundación de la ciudad en 1531. Puebla fue una de las primeras ciudades formadas durante la colonia española y funcionaba como un importante centro habitacional para el clero novohispano. Los subterráneos se construyeron en los siguientes dos siglos a la par que la mayoría de las iglesias, monasterios y los edificios más representativos de la nueva urbe: el Ayuntamiento y la Catedral. Los caminos habrían servido, en un principio, para trasladar con discreción las riquezas de la iglesia Católica.

Los pasadizos poseen diferentes estilos arquitectónicos según su época de construcción y hasta ahora se han encontrado hasta 15 diferentes sistemas de arcos que han sostenido las estructuras a través de los siglos. Los constructores utilizaron una composición de piedras lascas —rocas pulidas y pegadas con los materiales disponibles de la época— hasta formar un arco de medio punto y con una apariencia similar a la bóveda catalana. “Un trabajo milimétrico”, apunta Vergara. Las estructuras han soportado la construcción de edificios, el montaje de sistemas hidráulicos, seísmos, la introducción del asfaltado y el tráfico de los automóviles. Al entrar a ellos un potente olor a azufre y la humedad se apoderan del ambiente, ya que las estructuras fueron construidas en un suelo con mantos de aguas sulfurosas.

La entrada al primero de nueve túneles —llamado Puerta de Zaragoza— estará abierta a los visitantes el próximo febrero en el Barrio de Xanenetla, al noreste de la ciudad. Sus bóvedas alcanzaron alguna vez los 8,5 metros de altura y su longitud recorría 4 kilómetros desde el río San Francisco hasta el Fuerte de Guadalupe, una estructura en la cima de un cerro para proteger la urbe de ataques. Estos detalles respaldan la hipótesis de que el subterráneo sirvió para el transporte de armas, municiones, e incluso soldados durante la célebre batalla del 5 de mayo de 1862, un enfrentamiento contra el Ejército francés que invadía México y en el que los mexicanos resultaron vencedores. Los túneles habrían sido clave para derrotar a los franceses en un ataque simultáneo por diferentes frentes.

“Estas historias me las contaba mi abuelo, que había visto personalmente algunos túneles y decía: ‘Yo vi a Porfirio Díaz, que cruzaba a caballo y pasaban las carretas en las bóvedas de la ciudad’”, cuenta Antonio Gali, alcalde de Puebla. Su abuelo Rafael Gali, un emigrante libanés dedicado a la industria textil, presenció a principios del siglo XX los traslados que algunas personas con una buena posición social hacían a través de las llamadas “calles de abajo”. Tras la Revolución mexicana (1910) no se volvió a saber más sobre los pasadizos y las leyendas tomaron el relevo. “No me imagino tantos años de historia y sin que nadie tuviera el interés de encontrarlos”, reflexiona Gali.

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