© Vista trasera de la Victoria alada que corona el edificio Metrópolis en la Gran Vía.- SANTI BURGOS
Vía El País / Patricia Gosálvez
Una persona normal le llega a un dios por las rodillas. El mortal de talla media lo descubre trepando a las azoteas de Madrid, donde viven Minerva y Aurora, Pegaso, el Fénix y un puñado de ángeles.
Encaramadas a cúpulas y torreones de una treintena de edificios, estas esculturas desafían la lógica. Pesan toneladas, pero vuelan ligeras; son enormes, pero pasan inadvertidas para los peatones, más pendientes de cuestiones terrenales como el tráfico o los escaparates. "El madrileño no mira hacia arriba", dice el historiador Luis Miguel Aparisi. En su portátil tiene una base de datos con miles de esculturas madrileñas, la inmensa mayoría a ras de suelo. "Arriba hay muchas menos: una estatua necesita publicidad -si no se ve, nadie va a pagarla-, y tampoco tiene sentido homenajear a nadie sobre el tejado".
Los mitológicos vigilantes del cielo son pocos, pero todos tienen su leyenda.La madrileña más retratada es la Victoria alada del edificio Metrópolis. Los aurigas del antiguo Banco de Bilbao fueron protagonistas de la película La comunidad, de Alex de la Iglesia (aunque pocos saben que no están dentro del carro, sino en una plataforma, porque si no, desde abajo, solo veríamos su cabeza). Las esculturas que coronan una treintena de edificios de Madrid inspiran e intrigan. "¿Cómo nos verán ellos desde allí arriba?", se preguntó el fotógrafo Antonio Bueno, que para su libro Mitologías en los cielos de Madrid subió hace años a las azoteas y retrató de cerca a estos gigantes. "Gocé de una visión de la ciudad de la que pocos mortales han disfrutado", dice el fotógrafo en su estudio.
Descubrir lo que ven los vigilantes del cielo queda a riesgo de cada uno. Pero estas son algunas respuestas a sus misterios:
- ¿Cuándo aterrizaron?
Hay esculturas en lo alto de edificios madrileños ya en el siglo XVII. Desde entonces un ángel de mármol corona el actual Ministerio de Asuntos Exteriores que fue, no sin retranca retrospectiva, cárcel de nobles. Por ello, en el Madrid barroco, los criminales ricos no dormían "a la sombra" ni "en la trena", sino "bajo el ángel".
Aunque abundan las obras hasta bien entrado el siglo XX, solo encontramos una del XXI. "Debo de ser el único escultor que queda vivo", bromea Miguel Ángel Ruiz, autor de Accidente aéreo, un dios estrellado en un edificio del centro. El artista apunta una razón para el ocaso de estas estatuas: "esta es la era de los arquitectos, su ego no permite que se coloque nada por encima de sus edificios".
- ¿Quiénes son?
El habitante más común del cielo madrileño, con permiso de las palomas, es el Ave Fénix. Anida sobre siete edificios que fueron sede de la aseguradora La Unión y el Fénix. A veces aparece sola, pero casi siempre la cabalga un adolescente. Para algunos es Mercurio, para otros es Ganímedes raptado por Zeus (transformado en águila) y para los madrileños de los años cuarenta era "el Ángel de Fénix". También tiene varios nombres el gigante de Victorio Macho en Gran Vía, 60. Fue bautizado el Romano en la prensa de la posguerra, pero lo han llamado el Coloso, el Atlante... hay quien dice que el 21 de marzo el último rayo de sol atraviesa la casa que sujeta sobre su cabeza.
"Hay muchas leyendas", opina Luis Miguel Aparisi, a quien molesta sobre todo la que supone que la reina (Isabel de Farnesio o Isabel II, según la versión) mandó bajar las esculturas de la cornisa del Palacio Real porque soñó que se le caerían encima. "Tonterías, probablemente se debió a los nuevos gustos neoclásicos de Carlos III, lo único que sabemos es esto", dice mostrando la escueta nota de 1760 que ordenaba bajarlas sin explicar por qué.
- ¿Quién las firma?
Cuando uno ve la figura estrellada contra un edifico de la calle de los Milaneses con Mayor puede pensar que es Ícaro o el Ángel caído. Pero para eso está el artista: "Es un hombre alado que un día salió a dar una vuelta y al aterrizar en el prado de siempre se encontró que habían construido una ciudad en su lugar", explica Miguel Ángel Ruiz, que la realizó en 2005.
Accidente aéreo juega con la frontera entre el arte clásico y el contemporáneo, "porque el tiempo no existe ni para los dioses ni para el arte". Fue fabricada de la misma manera que el resto de sus parientes. Dibujada y esculpida en barro del que se sacaron ceras sobre las que se coló el bronce. "Igual que lo hacían los romanos", dice el artista, "no hay una manera más tecnológica, aunque ahora la normativa te obligue a ir disfrazado de la NASA".
Muchos de los autores de este tipo de esculturas fueron famosos en su tiempo (Agustín Querol, Higinio Basterra, Federico Coullaut, Luis Sanguino, Juan Luis Vasallo). Sin embargo, hay muchas esculturas que ni siquiera están acreditadas.
Rafael García lleva más de un año intentando demostrar que el Fénix de Virgen de los Peligros, 2, es obra de su abuelo, Vicente Camps Bru. En un par de sitios de Internet se adjudica la autoría a otro Camps, Josep Maria Camps i Arnau. No hay datos que acrediten ni lo uno ni lo otro en la prensa de la época. Tampoco en la memoria del proyecto del Colegio de Arquitectos, en la propia estatua o en la miniatura sin firmar que conservan en el hotel que ahora ocupa el edificio. "En mi casa siempre oí contar que era de mi abuelo e incluso tuve fotos de sus bocetos... No lo conocí, fue discípulo de Benlliure y me encantaría demostrar que es suya, pero por más que busco, no encuentro", se lamenta el nieto.
Incluso en obras con mucha literatura se omiten los nombres de los escultores. La inauguración de la iglesia de la Concepción de la calle de Goya mereció páginas enteras en Abc y La Construcción Moderna. Los artículos explican que la Virgen de la cúspide mide 5,50 metros y especifican incluso que lleva una corona con un "nimbo de luz de la marca Moore"; pero ni rastro del nombre del escultor. Tampoco cuentan que al colocar la corona se les olvidó ponerle bombillas. Como nadie quería encaramarse a la Virgen tuvo que hacerlo el cerrajero electricista de la obra, que se ofreció valientemente. Se llamaba Francisco Gosálvez (era mi bisabuelo; todas las familias tienen su leyenda).
- ¿Qué problemas dan?
Como vecinas, las esculturas no son nada conflictivas. "Está ahí y cuando llueve se lava: mantenimiento cero", dice Jorge del Río director del hotel Petit Palace Alcalá Torre, que tiene un Ave Fénix desde 1931. Desde la azotea apenas se ve al bicho, cosas de la perspectiva.
Lo que se ve estupendamente desde su nido son las cuadrigas del antiguo Banco de Bilbao, justo enfrente. Tampoco dan mayores complicaciones, según los actuales dueños, la inmobiliaria GMP.
Algo más caprichosa salió la Aurora que cabalga sobre la cúpula de la actual sede del Grupo Planeta. Colocada en 1927 fue restaurada hace tres años. Es de chapa de zinc, un material más barato y mucho más ligero que el bronce. Sus piezas están engatilladas por lo que el agua se coló hasta la madera. "Una vez restaurada no da trabajo", explica el jefe de mantenimiento del edificio. Por muy diosa que sea, para arreglarla hubo que tirar de fontaneros, que son los que saben manejar el metal.
Administrativamente quien vigila el buen estado de estas esculturas son las comisiones para la Protección del Patrimonio Histórico del Ayuntamiento y la Comunidad. "Depende mucho de la catalogación del edificio, de su antigüedad... pero en general si el inmueble está protegido no se permite retirar las estatuas y han de ser restauradas con materiales específicos y tras un informe favorable de las comisiones de expertos", explica Beatriz Lobón desde el Área de Urbanismo del Ayuntamiento.
- ¿Cómo se izaron?
Puede que una vez colocadas no den muchos problemas, pero izarlas a las alturas es un reto de ingeniería. Para subir a Minerva a la terraza del Círculo de Bellas Artes, a 58 metros sobre la calle de Alcalá, hizo falta una plataforma de hierro y cemento de 12 metros de superficie. También grúas y andamios especiales, y eso, después de un viacrucis para traerla desde la fundición de Arganda: el camión era tan grande que chocaba con los cables del tendido eléctrico. A pesar de estar hueca, los más de seis metros de la diosa pesan 3.000 kilos. Todo el asunto se describió en la prensa de los años sesenta como la Operación Minerva.
Las esculturas del actual Ministerio de Agricultura en Atocha se colocaron en 1905 con un andamiaje tan complejo que costó 30.000 duros, una fortuna para la época. Casi 70 años después un trozo del ala de un Pegaso cayó sobre la calzada. La Real Academia de San Fernando dictaminó que "en evitación de alguna catástrofe" se bajasen. Eran de mármol y pesaban 119 toneladas (cada Pegaso, 47), y se sustituyeron por una copia en bronce de 5.340 kilos.
A pesar de los avances técnicos, bajarlas fue casi tan complicado como había sido subirlas. "Nuestro miedo era el viento", explicó en Abc el escultor Juan de Ávalos, encargado del desmonte para el que se necesitaron 24 días y una grúa de 42 toneladas. "Se nos desmoronaban los bloques, no hubo más remedio que cortarlos, aunque hubo quien puso el grito en el cielo", explicó. El conjunto original se dividió y las figuras acabaron adornando la plaza de Legazpi y la glorieta de Cádiz.
No son las únicas que volvieron al suelo. Sobre la cúpula más emblemática de Madrid, planeó durante años el símbolo de La Unión y el Fénix. Cuando Metrópolis, otra compañía de seguros, adquirió el edificio en los años setenta fue sustituido por la Victoria alada. Durante la sustitución, ambas esculturas convivieron brevemente en la acera de la Gran Vía. El Fénix descansa ahora en un rincón de la Castellana, desterrado del cielo.
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