2.7.16

Museo Arqueológico de San Pedro de Atacama: el antropólogo Horacio Larraín Barros defiende la preservación del edificio levantado por Le Paige

Vía Eco-Antropología:

Iconoclastas hacen desaparecer el Museo Arqueológico de San Pedro de Atacama: Reflexiones de un antropólogo cultural. Argumentos y contra-argumentos.

jueves, 9 de junio de 2016

Por Horacio Larraín Barros.

Destrucción del Museo Arqueológico Padre Gustavo le Paige, S.J. en San Pedro de Atacama.

A fines del mes de Mayo 2016, se inició el desmantelamiento del Museo, obra pionera del jesuíta padre Gustavo Le Paige en San Pedro de Atacama. La comunidad científica debería estar de duelo. La obra titánica por la que Luchó le Paige durante 27 años, hecha trizas en pocos días. La decisión de demolerlo desde sus cimientos, fue ocultada maliciosamente por largo tiempo, para entorpecer y frenar una sana reacción. La obra, enaltecida con ilustres visitas de Chile y el extranjero, y admirada por decenas de miles de visitantes, caerá inexorablemente -salvo un milagro de último minuto- bajo el mazo iconocida de los nuevos constructores. ¿Por qué y a manos de quiénes sucumbe hoy este ícono sanpedrino?. ¿Qué ocultos manejos parecen vislumbrarse tras esta tan drástica como descaminada decisión?


Detalle de fotografía publicada en el post de Larraín en Eco-Antropología.

Fig. 1. El jesuíta le Paige, frente a su obra, su querido Museo, por el que luchó durante tantos años. Fue construido con su esfuerzo y su espíritu de lucha en el año l962. Imagen captada por el médico anestesista suizo Bruno Seeberger en el frontis del edificio, en febrero del año 1967, enviada hace unos años al autor de este Blog. Le Paige, enérgico como sabía serlo cuando algo le disgustaba profundamente, extiende hoy su dedo acusador hacia los presuntos responsables de esta lamentable acción. Es su enérgico y aleccionador: j´accuse..! (yo acuso!), en cierto modo, un eco lejano del justo clamor del famoso escritor francés Émile Zola, en 1895, publicado en París, al dejar el escritor al descubierto un gran escándalo en su época.


Detalle de fotografía publicada en el post de Larraín en Eco-Antropología.

Fig. 2. El P. le Paige en animada conversación con el médico suizo Bruno Seeberger (febrero 1967) Aquí le explica cómo logró levantar, cinco años antes, la obra de su vida: su querido museo arqueológico. Le Paige, nacido en un 24 de noviembre del año 1903, tiene aquí 64 años. Aún es fuerte y puede darse el lujo de trepar a la cima del volcán Licancabur, en pos de sus antiguas ruinas. (Foto Bruno Seeberger).


Detalle de fotografía publicada en el post de Larraín en Eco-Antropología.

Fig. 3. Fig. 3. El flamante arquitecto antofagastino Carlos Contreras Alvarez que con Le Paige trazara los primeros planos del Museo. Esta foto corresponde aproximadamente al año 1957. Carlos, en animadas conversaciones con le Paige, a quien llegó a admirar profundamente, fue diseñando palmo a palmo la estructura del nuevo Museo según los requerimientos y necesidades expresados por el jesuíta. (archivo fotográfico profesor Claudio Galeno, Universidad Católica del Norte, Antofagasta. Foto enviada al autor de este capítulo del blog).


Detalle de fotografía publicada en el post de Larraín en Eco-Antropología.

Fig. 4. La notable escultura del profesor Harold Krusell, a su colega y amigo en la entonces incipiente Universidad del Norte, creada pocos años antes (1957). Krusell supo captar como pocos, en esta vigorosa imagen, tanto su férreo carácter como la notable visión arqueológica del sacerdote-arqueólogo (Foto Justo Zuleta, San Pedro de Atacama, fines de Mayo 2016).


Detalle de fotografía publicada en el post de Larraín en Eco-Antropología.

Fig. 5. Fachada del Museo, obra de Le Paige. Estampa de la primera rotonda, terminada a fines del año 1963. La estatua del P. Le Paige fue instalada, muchos años después, mirando fijamente al acceso de su Museo, como quien custodia en adelante su propia obra. Hoy éste luce desierto y sin visitantes, esperando su demolición por una decisión errada de la autoridad universitaria y municipal, con la complicidad de unos cuantos atacameños que fueron "convencidos" (¿?) de su imperiosa necesidad. Según nos hemos enterado ahora, entrevistando a varios líderes atacameños, no se realizó aquí, previamente, una consulta realmente informada a la comunidad indígena y sus pueblos, tal como obliga la ley. ¿Quién o quiénes han sido los principales motores o cerebros de este evidente atentado al patrimonio local?. ¿Y con qué endebles, discutibles o falaces argumentos?.

Un Video ilustrativo: detalles de la construcción del Museo hecha por le Paige en 1962.



En estos días, se acaba de hacer una denuncia pública ante la fiscalía de la ciudad de Calama, para salvar este monumento, auténtico ícono de San Pedro de Atacama. Sus gestores, la arqueóloga Ana María Barón y el joven y dinámico antropólogo atacameño Ulises Cárdenas Hidalgo, nos muestran en él la realidad que se vivía en la época de su construcción (1961-62), en este notable video que recomendamos en este momento a nuestros lectores, como modo de entender más en profundidad el grave problema surgido al decretarse su demolición.

Una antigua filmación.

En este video, mientras la arqueóloga Ana María Barón expone el problema, se puede ver, de trasfondo, notables imágenes de una antigua filmación de la construcción del Museo, hecha durante el año 1962. Se puede ver allí al sacerdote Le Paige, de sotana gris, observando cada detalle de la construcción por parte de obreros atacameños, sus fieles colaboradores. Nos proponemos aquí, en beneficio de nuestros lectores, repasar los argumentos que nos hacen mayor fuerza para defender el viejo Museo, levantado por el sacerdote le Paige el año 1962 y planificado minuciosamente por él desde varios años antes.

El Museo, ícono patrimonial de la zona atacameña.

1. La impresionante maqueta que hemos visto del proyectado nuevo Museo, de varios pisos subterráneos y de hormigón armado, nada tiene que ver con el paisaje rural atacameño, ni menos aún, con el entorno pueblerino colonial de San Pedro, reflejado en su "zona típica", en torno a la Plaza y sectores aledaños. Esto es lo primero que salta a la vista a un observador desaprensivo y sin prejuicios. Resulta fuera de lugar construir aquí, exactamente donde está ubicado el antiguo Museo, muy cerca de la casa parroquial de estilo colonial tardío, un edificio ultra moderno, de líneas exquisitas, tal vez, pero totalmente fuera de contexto, tanto geográfico como cultural (patrimonial). Es un auténtico "elefante blanco", en ese ambiente rural. Una de dos, o se conservan los alrededores de la zona típica en su contexto histórico tradicional, con las mejoras legítimas para su puesta en valor, respetando la "memoria" ancestral de varios siglos, o se demuele todo lo antiguo, iglesia parroquial incluída, y casas coloniales anexas para acoger con los brazos abiertos la modernidad arquitectónica, único símbolo para algunos del "progreso".

2. La idea de crear en la zona de San Pedro otro edificio, moderno y funcional, dotado de las últimas tecnologías para mostrar en sus vitrinas y sistemas de videos el desarrollo de la cultura en Atacama durante un período de unos 15.000 años de evolución ininterrumpida, es, sin duda excelente y digna de todo elogio. ¡Qué duda cabe! Y es lo que los nuevos constructores han pretendido destacar y subrayar. Y es éste, igualmente, el argumento que ha "seducido" también a los investigadores locales (arqueólogos, antropólogos, historiadores) que se beneficiarán sin duda grandemente de sus nuevas instalaciones, dotadas de los más modernos sistemas de registro, consulta y exposición y a un pequeño grupo de atacameños que habría apoyado -según se afirma-, el nuevo Proyecto por su palpable "modernidad".

3. Pero tal Museo, a nuestro juicio y al de otros muchos investigadores consultados al efecto por nosotros, debe ser erigido en otro lugar, más alejado de la zona típica, aquella que describiera y nos presentara ya don Rodulfo Amando Philippi por el año 1853, en uno de sus dibujos titulado "La Plaza de Atacama" (Cf. Philippi, Viaje al desierto de Atacama, Halle (Sajonia) 1860). Donde se levanta hoy el Museo de Le Paige, no cabe introducir un "elefante blanco" que no se condice con la piedra liparita o el adobe tradicional.

4. Así, para algunos, con esta construcción tan exótica, se inauguraría en el viejo San Pedro la entrada a la modernidad, para alegría de algunos y lágrimas de otros muchos. ¿Y por qué decimos que debe erigirse lejos de la "zona típica colonial"? Simplemente por respeto a la "memoria histórica" del lugar. Una cosa es construir algo nuevo que se considera indispensable, por las necesidades inherentes tanto a la investigación de la zona atacameña como a la educación de la comunidad (iniciativa loable), y otra, muy diferente, es destruir lo antiguo, por el hecho de ser antiguo, cualquiera sea su "peso" local. Y la razón estriba en la necesidad de conservación de la "memoria histórica" de los pueblos.

5. Si derribamos hoy un edificio señero e icónico, esta memoria termina por esfumarse, aminorarse, desvanecerse poco a poco y sólo quedaría en pie en ajadas y borrosas fotografías o en antiguos grabados. Una cosa es ver el edificio tal cual fue erigido hace 64 años y otra, muy distinta, es mostrarlo solo en imágenes desleídas. El primero, atrae, complace y hace revivir una época al turista; el segundo solo rememora pálidamente el hecho, sin impactar mayormente ni la mente ni la imaginación. Nadie llora ante una fotografía; pero sí recorriendo con sus propios pies esa reliquia del pasado. Nadie se conmueve ante una foto en color del circo romano o del Capitolio pero sí ante un edificio de carne y hueso como el Coliseo romano en el que se realiza hasta hoy, por ejemplo, la procesión del Viernes Santo en Roma, presidida por el mismo papa.

6. ¿Qué es la "memoria" de un pueblo y qué tiene que ver con el tema que tratamos?.

Nos hemos referido en el caso presente a la necesidad de fortalecer la "memoria histórica". Todos los lugares habitados, máxime los pueblos, tienen "memoria" viva, es decir, conservan elementos que recuerdan con firmeza al visitante de hoy, el pasado ya ido, pero del que han quedado huellas visibles, palpables, visitables, que nuevamente se pueden recorrer, admirar, gozar íntimamente y fotografiar. Por cierto, no todo lo antiguo se puede conservar y/o restaurar, pues en tal caso no habría ya lugar o sitio para lo nuevo, para la población que crece. Pero sí aquellos lugares, recintos o edificaciones que hicieron "historia", es decir, que marcaron a fuego un período de tiempo y que dejaron huella tanto en Chile como en el extranjero.

7. En la medida en que destruimos los rastros tangibles del pasado, aquellos que contribuyeron a formar un pueblo y determinar su desarrollo, en esa misma medida destruimos y sepultamos la identidad local. Destruir, pues, los íconos del pasado equivale a cortar nuestras raíces con él, desconociendo o negando nuestra evolución cultural. Por esto mismo, precisamente, la arqueología se esfuerza hoy por hacernos revivir el pasado, mostrándonos sus modos de vida y sus huellas visibles. Los Museos, por esto, nos hacen presente el pasado, volviéndolo por un instante algo "verificable". Se habla mucho hoy de reforzar la identidad. Se nos habla, igualmente, de "crisis de la identidad". ¿Qué hacemos al respecto, en forma concreta, para robustecerla, afianzarla y proyectarla hacia el futuro?. ¿Cómo vamos a robustecer la identidad si al mismo tiempo cortamos el cordón umbilical con el pasado de modo tan violento e injustificable?

8. Memoria histórica e identidad.

La "memoria" de personajes, episodios y lugares está, por lo tanto, en íntima relación con la identidad local y regional. Si borramos la memoria, extirpamos simultáneamente elementos de identidad (local, regional, nacional). Borremos imaginariamente por un instante de la Roma actual, las huellas del pasado etrusco, romano y cristiano. Suprimamos mentalmente por un instante los arcos de triunfo, las calzadas romanas, el Coliseo, el Capitolio, el Foro Romano, las Basílicas, las Catacumbas, el Museo Vaticano, la Plaza de san Pedro... ¿qué nos quedaría en Roma, digno de visitarse?. Muy poco, a la verdad. Precisamente por ello, en los países civilizados, se preserva y perpetúa con un cariño especial aquellos edificios o grandiosas ruinas que marcaron una época de esplendor o de esfuerzo colectivo.

9. Pisoteando y abofeteando nuestra propia historia local.

Borrar la memoria -como se pretende en el caso que analizamos- es destruir parte de nuestra propia historia. Es, en cierto modo, renegar de lo que fuimos un día, cortar repentinamente nuestras raíces con el pasado. Es, a fin de cuentas, "hacer tabla rasa" del pasado, creyendo ingenuamente que lo nuevo es, tan solo por el solo hecho de ser nuevo, necesariamente mejor o superior. Este prurito de borrar el pasado y sus recuerdos, para construir sobre sus cenizas, es renegar de lo que fuimos un día. Es desconocer u olvidar lo que un día se construyó y levantó con esfuerzo y sacrificio sin igual. Esto es exactamente lo que interpretamos hoy tras este afán insensato de destruir la memoria de un glorioso pasado reciente, que ha influido de manera decisiva -querámoslo o no- en su actual desarrollo como pueblo atacameño o lickan antai, plenamente consciente de sus valores tradicionales. ¿A quién se debe este legítimo orgullo actual del atacameño y su historia ancestral?. Sin la menor duda, a Le Paige y a su voluntad de hierro. Reflexionemos en ello.

10. La identidad local. ¿cómo comprobarla?.

Recorriendo hace un año atrás los numerosos puestos de artesanías junto a la zona típica de San Pedro de Atacama, sufrí un terrible y cruel desengaño. Busqué por largo rato especímenes de la artesanía autóctona, atacameña. Quería llevarme de recuerdo algunas piezas de la hermosa artesanía en piedra volcánica liparita, aquella que fomentaran con tanta energía Le Paige, Ingeborg Lindberg, Marcel D´Ans y Carlos Contreras en los inicios gloriosos del Museo arqueológico (1960-68). Busqué inútilmente objetos de la sencilla pero bella textilería atacameña típica, aquella que otrora elaboraban primorosamente en su telar al suelo, los artesanos de San Pedro, Toconao, Cámar, Socaire o Peine premiados con pasajes a la famosa Feria de Artesanía Tradicional de la Universidad Católica, en los tiempos del escultor Lorenzo Berg (1975-80). ¡No hallé nada, absolutamente nada! Yo no lo podía creer. Solo se podía encontrar por docenas las típicas y coloridas artesanías bolivianas, aquellas que inundan todos los mercados del Norte de Chile pero que para nosotros carecen absolutamente de identidad. Solo topé en esa feria, para mi sorpresa, con comerciantes peruanos y bolivianos, de un hablar y pronunciar diferente. ¿Dónde estaba la artesanía tradicional atacameña? ¿Dónde sus artesanos? ¿Dónde el toque mágico de lo propio, lo vernáculo? Lo auténticamente atacameño brillaba por su ausencia, por desgracia. ¿Será que San Pedro al preferir lo foráneo, reniega hoy de su artesanía tradicional lugareña, potente y bella en su misma simplicidad? Tema éste de honda raíz antropológica que nos debe hacer reflexionar profundamente. ¿Qué estamos haciendo hoy en fomento de nuestra identidad en Atacama? ¿Qué elementos, qué factores están hoy destruyendo y corroyendo nuestra identidad, labrada tras siglos y milenios de una intrigante y fascinante historia arqueológica?

Empuje civilizador de Le Paige.

11. ¡Qué falta nos hace hoy Le Paige y su empuje auténticamente civilizador, sí, pero de cuño y cepa tradicional atacameña! Nuestra reciente visita deja en evidencia que faltaba evidentemente aquí la energía de un Le Paige quien en su momento pregonaba y fomentaba la identidad atacameña a todos los vientos; faltaba más "amor a lo propio", a lo vernáculo, a lo original. Primaba por todas partes lo extranjero, lo exótico, lo extranjerizante, lo no-nuestro. Síntoma éste claro y evidente de los nuevos aires que corren hoy en un San Pedro que parece querer abrirse desenfadadamente al mundo exterior, por desgracia sacrificando lo tradicional, lo local, lo singular, lo irrepetible. Atacama sucumbe hoy ante el ímpetu avasallador de lo foráneo, tal vez repitiéndose extraña y parcialmente la vieja hegemonía cultural de un Tiahuanaco exótico, lejano, pero ahora reproducido doce siglos después. Es el gigantesco reto que nos plantea hoy una globalización ciega, que debemos aprender a combatir con las armas del amor, aprecio y defensa de lo propio, lo específicamente nuestro, nacido de nuestras raíces históricas. Si no, dejaremos pronto de ser lo que somos. Iremos perdiendo lenta o rápidamente nuestra propia identidad, aquella que nos trazó la historia con caracteres indelebles.

12. Los nuevos iconoclastas.

La expresión "iconoclasta" viene del griego bizantino εἰκονοκλάστης, término que, que a la letra, significa "destructor de íconos o imágenes". Aplicado este término originalmente a la destrucción intencional de imágenes religiosas por parte de fundamentalistas religiosos, el término se ha extendido hoy a todo afán por destruir imágenes o entidades que por sus características representan, objetivizan y sintetizan el sentir de un pueblo, de una doctrina, de un movimiento social o étnico o de una persona singular y única. En el caso que aquí presentamos, un Museo con 64 años de historia viva, hijo de un esfuerzo creador impresionante que dio origen al desarrollo tanto turístico como social y cultural de San Pedro de Atacama, bien puede y con pleno derecho catalogarse como un "ícono", una imagen, una representación viva y perdurable de ese mismo pueblo.

Ya hemos explicado in extenso en otros capítulos de este Blog la obra imperecedera del sacerdote belga Gustavo le Paige de Walque como párroco e investigador en la localidad de San Pedro entre los años 1955 (fecha de su arribo) y 1980, fecha de su deceso.

Hay que reconocer que sin Le Paige y su notable Museo Arqueológico, San Pedro hubiese probablemente permanecido sumido y aletargado en su ruralidad primitiva, tal como ha permanecido postergado y empobrecido el poblado atacameño de Chiuchíu hasta el día de hoy.

13. Muchos párrocos antecedieron a Le Paige en la parroquia de San Pedro; algunos de ellos están enterrados junto a Le Paige y yacen hoy olvidados en el viejo cementerio local de San Pedro. Alguno de ellos, como don Domingo Atienza, merecieron dar nombre a una calle del pueblo. Pero ninguno de ellos logró, sin embargo, crear un ícono local imperecedero así como ninguno de ellos logró concitar tantas y tan potentes energías en pro de su desarrollo con identidad atacameña. "Mi vocación", señaló Le Paige al suscrito, en la entrevista concedida en el mes de noviembre de 1979, "ha sido dar a conocer a San Pedro". Y ciertamente lo logró, contra viento y marea, como nadie antes que él. Hoy se pretende lamentablemente opacar, desdibujar y/o echar al olvido este imperecedero legado. ¿Cómo? Destruyendo y sepultando para siempre su obra cumbre: su querido Museo, el que fue capaz de levantar con sus manos y con las manos curtidas de sus queridos jóvenes atacameños

14. En busca de los responsables.

"Iconoclastas" en este caso son aquellos que han promovido, divulgado o apoyado, de una u otra manera, la demolición completa y la destrucción de este ícono del poblado de san Pedro de Atacama, reconocido como tal desde hace décadas por chilenos y extranjeros. El Museo arqueológico Padre Gustavo le Paige es, para el mundo cultural, la imagen viva del poblado atacameño de San Pedro, después de su hermosa, legendaria y maciza iglesia colonial, recién restaurada. El pueblo mismo no posee otros íconos visibles. Y éste, su Museo, muere hoy lentamente bajo el mazo implacable de los nuevos iconoclastas del mundo moderno, aquellos que no han atinado a comprender el significado profundo de este fragmento de la historia local, tal vez porque no han sido capaces de percibir su íntimo y más profundo significado. ¿Ceguera?, ¿Insensibilidad?, ¿Recelo u odiosidad disimulada a la figura señera de Le Paige?, ¿O tal vez, falta de realismo y visión de futuro?. Estamos seguros que la historia -magistra vitae- los sancionará vigorosamente algún día, los castigará con el repudio y decretará su respectiva responsabilidad en este verdadero iconocidio (muerte o destrucción del ícono).

Por nuestra parte, creemos haber cumplido con un deber profesional como arqueólogos y antropólogos al denunciar valientemente ante la opinión pública, tal como ya lo han hecho otros investigadores de Atacama, este atropello a la cultura local, reivindicando ante la historia el preciado legado cultural del jesuita Gustavo le Paige S.J., representado nítidamente en su notable e inolvidable Museo Arqueológico.

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