© Airbnb.
Vía El País.
¿En castillo o furgoneta? ¿Es usted más de cueva o de avión? Airbnb ofrece miles de alternativas para pasar la noche. Exactamente 390.000 en más de 192 países. Y a precios mejores que los de un hotel. Ese es el problema de Airbnb, un sitio que nació hace siete años en Internet para buscar cobijo a unos amigos y que hoy ya ha encontrado cama a 10 millones de personas.
Un juez del estado de Nueva York ha prohibido que se arrienden habitaciones o apartamentos por menos de 29 días, la actividad habitual de Airbnb. En Quebec (Canadá) han tramitado una ley para poner coto al alquiler de corta estancia. El gremio hotelero de Madrid, Barcelona o Amsterdam también se preocupan por el auge de Airbnb entre particulares. Y sus haciendas, por el posible foco de evasión de impuestos.
Su servicio surgió en 2007 a partir de la necesidad: alojar a unos amigos. Joe Gebbi y Brian Chesky decidieron crear una web para que la gente ofreciera sus habitaciones. La llamaron Air, por el tipo de colchón, hinchable, y Bnb, por bed and breakfast, cama y desayuno.
David Hantman, del equipo jurídico, desmiente que sean ilegales: “El 87% de los que alquilan en Nueva York ofrecen una habitación en su casa y eligen cuidadosamente a quien meten. Eso es una relación particular. De hecho, el dinero que obtienen con este extra es lo que les permite llegar a fin de mes”. Airbnb insiste en que el pago de impuestos es una cuestión entre los ciudadanos y la administración. Ellos nada tienen que ver.
Curiosamente, los mismos que protestan echan mano de Airbnb para sacarles de apuros. Hace pocas semanas el alcalde de Barcelona se pasó por sus oficinas. “Durante el congreso mundial de móviles o festivales como el Sónar notamos gran interés de los viajeros pues los hoteles están llenos”, expone Molly Turner, responsable jurídica de la start up. “Es la ciudad donde más alojamientos ofrecemos en España”.
Río de Janeiro también llamó pidiendo socorro. “Es muy probable que no tengan la infraestructura necesaria a tiempo para el Mundial de Fútbol y los Juegos, por lo que han recurrido a nosotros”, aclara Kay Kuehne, responsable de España, Portugal y América Latina.
Airbnb no es la única que ofrece alquileres entre particulares, pero sí la más especializada en estancias de uno o varios días. “No es lógico que en este contexto se estrangule más al ciudadano, sobre todo con el parque de viviendas vacías que hay”, explica Kuehne. “La situación económica ha hecho que muchos se abran a alquilar su casa, algo que antes era impensable. Nos ven como una ayuda para salir adelante”.
El directivo va un paso más allá: “Airbnb no es mercado negro. Al contrario, formalizamos una relación que ya existía. Si lo que quieren es recaudar impuestos lo tienen más fácil”.
El viajero medio de Airbnb tiene 35 años, el anfitrión 38. Esto los aleja del perfil mochilero e indica que no solo se trata de buscar un alojamiento de bajo coste, sino de tener una experiencia diferente a la hotelera. Después llegan los detalles como guías para conocer el barrio, champán en la nevera o un té de bienvenida. “Hemos dado un vuelco al turismo. Dejamos de lado la fría experiencia de pedir la llave en recepción, por un hogar, con sus mascotas, su decoración, sus libros... Se trate de vivir como un vecino”, dice John Zadeh, otro joven del equipo directivo. De cada reserva, Airbnb se queda entre un 6% y un 12%.
Turner insiste en que Airbn solo trae beneficios a la industria turística: “Podemos demostrar que se distribuye la riqueza. De media nuestros viajeros pasan dos días más en el destino que si se alojan en un hotel; gastan más dinero en cafeterías, tiendas y servicios de esos barrios”.
Airbnb se enmarca dentro una nueva ola de sitios que promueven el consumo colaborativo. "Pensamos que las casas están para vivirlas, para usarlas", dice Kuehne. Otro fenómeno dentro de esta misma línea son los coches compartidos de Zipcar o Lyft, muy populares en la bahía de San Francisco. También los espacio de coworking con oficinas con recursos y espacio comunes.
El ataque sufrido por Airbnb no es diferente, al experimentada por otros negocios de Internet frente a la competencia del mundo físico, desde la venta de tabaco al cambio de divisas.
Las salas de reuniones en su sede de San Francisco reproducen algunos de los apartamentos más populares. Desde el cobertizo seta que unos californianos construyeron para sus hijos a un apartamento vintage de Berlín Este, hasta parte de un avión como lugar de reunión. El espacio ya se ha quedado pequeño para más de 200 empleados del cuartel general por lo que, paradójicamente, Airbnb también busca local.
Sus empleados solo tienen una obligación, dejarse ver por el comedor una vez por semana. “Comer juntos crea buen clima e intercambio de ideas”, subraya Kerr. Cada tres meses reciben 500 dólares para gastarlo en alojamientos. Lo habitual es que se unan y alquilen un viñedo en el valle de Napa o un castillo en la Provenza. En vista de que más de la mitad de los empleados van a la oficina en bicicleta, una vez al mes se pasa por Airbnb un mecánico que les hace la puesta a punto gratis. ¡Hoteleros del mundo, tiemblen!
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