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Vía El País.
Por Josep María Montaner.
El arquitecto Albert Viaplana i Veà (Barcelona, 1933) falleció el pasado miércoles. Viaplana trabajó junto a Helio Piñón entre 1974 y 1997 y la obra del estudio Viaplana-Piñón, que surgía del contexto de la llamada Escuela de Barcelona, de raíz realista y contextualista, significó a finales de los años setenta una fuerte ruptura por la búsqueda conceptual, esencialista y abstracta, próxima a los Five Architects neoyorkinos, especialmente Peter Eisenman y John Hedjuk.
Sus primeras obras fueron en su mayoría viviendas, como la casa Jiménez de Parga en La Garriga (1976). Más adelante emprendieron una sistemática experimentación, con proyectos muy influyentes, aunque no se realizaran, como el que ganó el concurso de la nueva sede del Colegio de Arquitectos de Valencia (1977). De forma escalonada y repetitiva, consiguieron una inolvidable propuesta intemporal y minimalista, expresada con unas líneas lo más abstractas, simples y anónimas posibles, para que cualquiera los pudiera utilizar y continuar.
Este proceso, que tuvo una pieza complementaria en el parque del Besós, en Sant Adrià (1984), culminó con la plaza dels Països Catalans, frente a la estación de Sants (1981-1983), modelo de las nuevas plazas promovidas por el Ayuntamiento socialista de Barcelona. Más allá de su abstracción, la plaza está llena de detalles humanos, inspirados en Christopher Alexander, y de citas poéticas, como el gato de chapa.
Tras algunas obras en que este racionalismo de base sintonizaba con una visión poética de la experiencia espacial, como el Centro de Arte Santa Mónica (1985-1992) o el hotel Hilton en la Diagonal (1987-1990), Viaplana y Piñón realizaron la que está considerada su mejor obra y que es uno de los hitos más emblemáticos de Barcelona: el Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (1990-1993), remodelando el antiguo complejo de la Casa de la Caritat. Se conservaron tres de las cuatro partes del edificio y se construyó una totalmente moderna, con la fachada de cristal y una escalera mecánica a toda altura. En la parte más alta, la fachada se inclina y refleja la ciudad. De esta manera, la modernidad se convierte en recurso hermenéutico que relaciona el pasado con el presente; el cristal consigue presentar las huelas de la memoria urbana.
En aquellos años, a finales de los ochenta, principios de los noventa, Viaplana era uno de los arquitectos más influyentes del panorama español. Profesor en la Escuela Técnica de Arquitectura de Barcelona desde 1971, donde se había titulado en 1966 y donde pasó a ser catedrático de Proyectos en 1988 hasta su jubilación en 1999, Viaplana era un auténtico oráculo por su honestidad conceptual, sus dibujos y diagramas, y sus ideas tan pedagógicas.
Aunque su influencia fue quedando en segundo término, más tarde realizó polémicas y trascendentes obras, como la plaza Lesseps (2001), tras un proceso de participación vecinal, o la de Europa en L’Hospitalet de Llobregat (iniciada en el 2003), que estructura todo el crecimiento junto a la Fira de Barcelona. También realizó centros de arte y cultura, bibliotecas y edificios públicos, como el nuevo Ayuntamiento de Sant Cugat del Vallés (2003). En estos últimos años proyectaba asociado a su hijo David Viaplana.
Además de su talante austero, discreto y exigente, contribuyeron a su pérdida de protagonismo el hecho de que Piñón se independizara y renegara de toda su obra anterior, y la paradoja de que fuera su discípulo Enric Miralles quién se convirtiera en un mito, primero por su obra y después por su muerte prematura.
Es de esperar que tras su fallecimiento la historia lo sitúe en el lugar destacado que se merece y ganó con algunas de sus obras maestras, más allá de las polémicas que acarrearon otras y de las objeciones a su obra tan prolífica. La clave será revisar sus ideas y recuperar sus dibujos, para reinterpretar y valorar la aportación de este vanguardista silencioso y pausado que fue la clave en la arquitectura catalana.
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