© Archivo Escuela de Arquitectura UCN
La primera vez que Marcos Figueroa viajó desde Tucumán hasta Antofagasta, tuvo que hacerlo primero a Buenos Aires, desde allí a Santiago, para finalmente tomar otro avión y poder descender en Antofagasta. El propósito de su viaje era la realización de un clínica de arte contemporáneo, como una de las iniciativas que permanecieron en la agenda luego del recorte drástico del proyecto original de la Trienal de Chile.
En algún momento se habló de un vuelo que conectaba en una hora las ciudades de Antofagasta y Salta, pero éste solo tenía lugar en “temporada alta”. El turismo define las densidades de uso de los tiempos. Las prácticas de arte se remiten al espacio real: restricción administrativa y subordinación simbólica. Afortunadamente, en el terreno de las artes visuales no es necesario tener que pasar por Santiago, para ir de Salta y Tucumán a Antofagasta. El diseño de las rutas del consumo cultural industrializado obliga a realizar una especie de “vuelta del tonto”. En términos estrictos, desde Santiago, nada significativo puede ocurrir para Antofagasta, en lo que a fortalecimiento de la incipiente escena local se refiere.
La Trienal de Chile se produjo como experiencia de escucha de unas demandas específicas de la propia escena local, principalmente en el campo de la transferencia y de la formación superior. Es preciso que las autoridades santiaguinas recuerden que en dos mil kilómetros no hay un solo museo de arte contemporáneo ni una escuela de enseñanza superior de arte. No resultan exitosas las visitas de artistas itinerantes que enviados desde la capital son involucrados en programas organizados para satisfacer las metas que los propios organismos santiaguinos se auto imponen, sin elaborar el inventario de las demandas locales. De este modo, los editores de campo de la Trienal, en Antofagasta, han realizado el trabajo de escuchar y de realizar un diagnóstico mínimo sobre el carácter de estas demandas.
Un análisis de contexto exige que se mencione cual era el plan original: una clínica, un curso superior de formación en documentalismo video, una exhibición de video-arte, una residencia de artista en Quillagua, una exhibición de artistas antofagastinos en el MAC de Salta y un seminario sobre factibilidad de una escuela de arte en el norte del país. De lo proyectado, solo se realizó la clínica y la exhibición en Salta, que fue modificada en relación a su concepto original, pudiendo incluir artistas de Salta y Tucumán, al tiempo que se planteó la necesidad de montar dicha experiencia, en Antofagasta.
Sin lugar a dudas, la clínica de arte ha sido una de las experiencias más significativas de la escena local, en los últimos tiempos. Marcos Figueroa no solo conoció las obras, elaboró una plataforma crítica y forzó situaciones que condujeron a tomar decisiones para sostener agrupaciones de artistas, sino que instaló argumentos que aportaron mayor complejidad al debate sobre enseñanza.
En este espacio de relaciones, consolidó la realización de las exhibiciones cruzadas, que recuperaban un proyecto previo de artistas que la Trienal hizo suyo. En estos días, un camión de transporte que trasladaba las obras de los artistas antofagastinos hacia Salta, quedó en panne a un plena cordillera. Este fue el primer acto institucional de la exposición: el reconocimiento de la perturbación de los traslados como condición de la circulación de las ideas y de las obras en lo que el propio marcos Figueroa ha denominado, el EJE NORTE-NORTE. Pero a estas alturas de la publicación de esta entrega, las obras ya están en Salta, dando testimonio de la existencia de un “corredor interoceánico de arte contemporáneo” que puede conectar Antofagasta con Sao Paulo. Esto es pura ficción. Para eso se hizo este proyecto: para montar una ficción de salida.
Regreso al inicio: pasar por Santiago es dar la vuelta del tonto. Las complicidades culturales, formales y afectivas entre escenas locales del norte de Chile y de la Argentina, producen efectos específicos de “alto impacto”, no solo en el terreno de las prácticas artísticas, sino en el de las relaciones diplomáticas efectivas.
Esto parece una pelotudez mencionarlo en un texto crítico: se acaba de reunir en Antofagasta el Comité de Integración Fronteriza del NOA-Norte Grande, para tratar temas de integración y comercio bilateral entre Antofagasta, Arica, Iquique, Salta, Tucumán y Jujuy. Presidieron la reunión los embajadores Luis Maira (Chile) y Ginés González (Argentina). En el extremo, el trayecto del camión con obras dibujó en el mapa de los deseos locales la figura de las artes del desplazamiento. Esto supone la existencia puntos de partida y puntos de arribo. Entre medio, y en cada punto, intercambios, desde el reconocimiento de unas demandas simbólicas y formales que son resueltas de un modo cuya elaboración depende de la consistencia de transmisión de experiencias.
Que Marcos Figueroa haya venido a Antofagasta no es una mera casualidad. Pertenece a la Universidad Nacional de Tucumán. Fue decano de la Facultad de Artes. Es uno de los articuladores del ya histórico Taller C, junto a las artistas Gelli González y Carlota Beltrame. Posee una mirada lúcida sobre el desarrollo de la escena de arte argentina del interior, que ha sido rica en sistematización de experiencias de clínicas y de residencias en esta última década. Hay que mencionarlas: Becas de Antorchas, Proyecto Trama, Intercampos, Interfaces, Entrecampos, por mencionar algunas de éstas. Lo que Marcos Figueroa traslada es esa experiencia, incorporando la diversidad de la propia escena tucumana.
¿Cómo no mencionar, al respecto, la visita de Jorge Gutiérrez, quien fuera el gran conceptor de La Baulera, experiencia de gestión de espacio independiente de Tucumán, a la clínica de Patricia Hakim en Concepción, el mes pasado? Tucumán en Concepción. Eso es. Transmisión de experiencias. Y reconocimiento de cuánto, nuestras experiencias locales, están conectadas con iniciativas argentinas zonales.
De modo que cuando Marcos Figueroa visita Antofagasta, lo que traslada es esa experiencia y transmite la necesidad de fortalecer los lazos desde la consistencia de la producción de obra local. Esto quiere decir que existía en la ciudad una estructura mínima de recepción de su discurso. Esto señálale reconocimiento de una tasa mínima de institucionalización local, sostenida por la acción editorial de apertura de campo de Dagmara Wiskyel, Claudio Galeno, Jorge Wittwer, por mencionar a algunos. Pues bien: es así como se hacen las cosas. La Trienal de Chile, en Antofagasta, significa –aún con todas sus restricciones administrativas e incomprensiones santiaguinas- un momento privilegiado de dinamización de escena local.
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