20.9.12

El Chile de Tomás Lago, por Álvaro Matus para La Tercera

Tomás Lago, retrato de Pablo Vidor. © Letras, 1928 - DIBAM.

Vía La Tercera.

Leerlo es una forma de recuperar un Chile perdido en la bruma de la historia y traer de vuelta a uno de los intelectuales más brillantes de nuestra tierra.

por Alvaro Matus - 20/09/2012.

UNO DE los poemas más bellos, más íntimos y fraternales de Nicanor Parra se llama Palabras a Tomás Lago. Leerlo es una forma de recuperar un Chile perdido en la bruma de la historia y traer de vuelta a uno de los intelectuales más brillantes de nuestra tierra. Y digo tierra, porque en la obra de Tomás Lago se respira el aroma a tortillas de rescoldo, a sudor de caballos, a corderos asados. Nació en 1903 en un barrio de herreros de Chillán, por lo que el canto de los gallos al amanecer era indisociable de los primeros martilleos de los yunques. “Eran tintineos aislados -recordaba- que apenas se distinguían en la distancia oscura, luego otros respondían, y otros, y otros, a medida que aclaraba la mañana y se iban encendiendo los fogones de las fraguas”.

Fue en Chillán donde conoció a Neruda, con quien publicó en 1926 Anillos, poemario escrito a cuatro manos. Si bien practicó la poesía y la novela, es en el ensayo donde Lago resulta deslumbrante. Su estilo es directo, ameno y engañosamente simple. La información se filtra a través de los recuerdos personales sin ningún crujido, dando como resultado una prosa aceitada que nos entrega imágenes nítidas de nuestra cultura popular. En El huaso cuenta que en las carreras a la chilena era frecuente que algunos apostadores perdieran tierras y ganado, a pesar de que la normativa establecía que sólo podía jugarse dinero. Era tal la algarabía, que las autoridades prohibieron en un momento “levantar ramadas”, cosa que la gente se fuera rapidito a sus casas.

En el Chile remoto el agua se vendía en barriles, no existían productos importados y los serenos gritaban cada cuarto de hora ¡Ave María Purísima! Los privilegios y el lucro, al parecer, han existido siempre: un descendiente de Carrera fue nombrado coronel a los 10 años y la Universidad de San Felipe vendió títulos de doctores a niños. Incluso es posible que la obsesión por los camionetones 4x4 tenga su génesis en la adoración al caballo. Claudio Gay decía que un potro era “la más grande ambición del chileno, lo que más realza el sentimiento de su dignidad”.

Entre los trabajos más notables de Lago se encuentran sus biografías de Rugendas y María Graham. Los veía como cronistas de la vida republicana en ciernes, pues ambos ilustran los personajes, paisajes y costumbres que daban forma al país. “Reconstruir una época es como tomarle el punto corrido a una media”, sintetizó este hombre que también fundó y dirigió durante más de dos décadas el Museo de Arte Popular Americano, que estaba en el Palacio Hidalgo. Hoy el museo carece de una sede donde exhibir las más de seis mil piezas provenientes no sólo de Chile, sino de Latinoamérica y algunos países de Europa y Asia. En el GAM hay una sala que muestra parte de la colección. Poca cosa. Y los libros de Lago no están en librerías.

Realizamos tantos esfuerzos por parecer modernos, que pareciera que nos avergonzamos de nuestro pasado. Ahora que la globalización plantea la necesidad de conciliar tradiciones y mezclar experiencias, la obra de Lago es más necesaria que nunca. Sus estudios sobre nuestra cultura, así como los ensayos del arte chino o europeo, le dan un carácter adelantado, cosmopolita y auténtico a la vez.

Antiguo Museo de Arte Popular Americano, Castillo Hidalgo. © Archivo Claudio Galeno.


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