Ningbo Excursion from Scott Melbourne on Vimeo.
Vía Arquitectura Viva - El País.
En el bastión del Pritzker chino.
Por: Zigor Aldama 14 SEP 2012 - 04:57 CET
Ningbo era una de esas horrorosas ciudades chinas en las que uno se detiene solo si no le queda más remedio. El puerto, quinto mayor del mundo, y los miles de fábricas de los alrededores son un potente imán económico, pero hasta 2008 no había razón para entrar al centro urbano. Aunque sus dirigentes se vanaglorian de la milenaria historia del lugar, lo cierto es que del casco antiguo no queda piedra sobre piedra. Por lo menos en su forma original. Porque, ahora, esta ciudad de la provincia oriental de Zhejiang ha reinventado su historia para crear su peculiar efecto Guggenheim.
El Museo de Ningbo atrae todas las miradas. Desde las amplias avenidas que lo rodean parece un búnker diseñado a hachazos. Es una mole asimétrica de 144 metros de largo, 65 de ancho y 24 de alto, cuyas paredes imposibles engañan a la vista y desafían a la lógica. Pero la obra maestra de Wang Shu, que este año se ha convertido en el primer chino galardonado con el Premio Pritzker de arquitectura, impresiona todavía más de cerca. Es entonces cuando la tradición en los materiales se mide con las líneas de las vanguardias. Sin duda una fachada de nítida modernidad nunca había escondido un corazón tan viejo.
Porque Wang Shu sí que aprecia la historia del gigante asiático. No en vano sus obras reinterpretan claves arquitectónicas de dinastías pretéritas sin caer nunca en la obviedad. “Para la construcción del museo, que se llevó a cabo teniendo en cuenta la sostenibilidad del proyecto, utilizó materiales reciclados de antiguos edificios derribados, como hizo también en el campus de la Academia de las Artes de China, en Hangzhou”, explica el director ejecutivo del museo, Qian Lu. “Es una técnica que se utilizó en el pasado, sobre todo después de catástrofes naturales, pero que ahora se va perdiendo”. No en vano a Wang se le concedió el Pritzker “por su ejemplarizante continuidad cultural y por el vigor con el que ha recuperado la tradición”. Y él mismo reconoce que quiere alejarse de “la profesionalizada arquitectura sin alma que tanto se estila actualmente”.
Con millones de tejas y ladrillos, 50 artesanos prepararon el conglomerado gris con salpicaduras naranjas que reviste las fachadas, en las que crea un impresionante collage que invita a buscar detalles escondidos. Como los viejos sellos de las empresas que fabricaron los materiales originales. “No son escombros”, asegura el arquitecto en una entrevista concedida a la televisión oficial CCTV, “es historia, tiempo y experiencias. Mucha gente ha tocado estos ladrillos”. Y lo seguirán haciendo.
“El edificio es tan poderoso que se debe considerar una obra maestra”, escribe Alejandro Aravena, uno de los miembros del jurado del premio. “Las paredes suponen una sobredosis de tiempo, y cada centímetro de la obra es diferente”. Así lo entiende también la mayoría de los visitantes, que se acercan hasta el museo no para disfrutar con las colecciones, sino para retratarse frente a las paredes grises e indagar en cada grieta. “Muchos incluso se sorprenden porque el hormigón desnudo tiene la forma del bambú, muestra de la importancia que el arquitecto concede a la naturaleza”, comenta Qian. “No busco la perfección en la construcción, sino en los sentimientos que provoca”, ha explicado Wang.
“Aunque en conjunto parece un escenario de película de ciencia ficción, nos hace pensar en las casas en las que vivimos de jóvenes”, comenta Chen Jiong, un anciano de 83 años que señala en las paredes de la terraza del edificio tejas que perfectamente podrían haber cubierto su vivienda. “Como la entrada es gratuita, suelo venir a mirar las paredes con mi nieto”, relata.
Brumoso horizonte
En opinión de Wang Shu, “la tradición no es algo que debe recluirse en un museo”. Y añade: “Yo trabajo con artesanos que pueden colaborar perfectamente en la construcción de edificios modernos. Eso quiere decir que la tradición está viva para siempre”. Pero desde lo alto del Museo de Ningbo es evidente que, desafortunadamente, su ejemplo no cunde. Un pesado gris industrial cubre la ciudad, cuyo brumoso horizonte está tomado por una sucesión de inanes torres de acero y cristal que perfectamente podrían ubicarse en cualquier ciudad china. “No creo en la estrategia de construir un edificio icónico para dar reputación a una ciudad. Hay que trabajar todo el conjunto”, dice.
El jurado del Pritzker añadió, a la hora de entregar el premio en Pekín, que con el galardón de este año se reconocía también “el rol que juega China en el desarrollo de ideales arquitectónicos”. Porque es evidente que Wang Shu no está solo. Aunque las ciudades chinas rechinan por su fealdad y por la homogeneidad que impide distinguirlas unas de otras, lo cierto es que el desarrollo del país ha provocado la aparición de grandes arquitectos locales que tienen una ardua tarea por delante en un país que prima lo comercial sobre lo vernáculo, y la velocidad sobre la calidad.
Lo resume Álvaro Guinea, profesor de proyectos, crítica y análisis de la arquitectura en la Universidad Europea de Madrid, que actualmente está realizando la tesis doctoral sobre los medios de producción de lo urbano y la urbanidad en China: “Wang Shu es una referencia de punto de fractura, marca un antes y un después en el panorama de la arquitectura en China. No tanto por su propia obra y la calidad de la misma, sino por lo que viene detrás de él: una creciente cantidad de arquitectos chinos de altísima calidad, formados a caballo entre Oriente y Occidente, y que están dando lugar a una creatividad original verdaderamente interesante”.
El Museo de Ningbo es solo uno de los primeros ejemplos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario