5.2.25

Conmemorando: Plaza Colón: historia y memoria en el corazón de Antofagasta

Vía El Diario de América.

Postal de la Plaza Colón enviada el 12 de enero de 1906. Archivo de Postales de Claudio Galeno, CLANT02-003.


Desde su origen en 1869, la Plaza Colón ha sido un punto central en la vida urbana de Antofagasta. Más allá de sus monumentos y edificaciones, este espacio encarna dimensiones patrimoniales que abarcan desde la memoria de la ciudad hasta episodios trágicos.

La Plaza Colón de Antofagasta es más que un hito arquitectónico: es un espacio cargado de memoria histórica, donde convergen la vida cotidiana y la tragedia. Desde su trazado inicial este lugar ha sido un sitio de memoria y testimonio del devenir histórico de Antofagasta. Su valor arquitectónico, poético y social la convierten en un espacio donde convergen pasado y presente, consolidándola como un símbolo del patrimonio urbano.

Las plazas fundacionales han sido tradicionalmente consideradas espacios patrimoniales por la arquitectura y monumentos que las rodean, pero su valor trasciende lo material.
Claudio Galeno-Ibaceta, director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica del Norte e Investigador Principal del Núcleo Milenio Patrimonios NupatS, destaca que “las plazas son un excelente paradigma, pues han sido escenarios fundamentales tanto de la vida cotidiana como de diversos eventos y manifestaciones urbanas”.

En este sentido, la Plaza Colón de Antofagasta no solo es un lugar de encuentro y esparcimiento, sino también un escenario de memoria. Luis Alegría, subdirector de Investigación del Servicio Nacional del Patrimonio e investigador principal del Núcleo Milenio Patrimonios NupatS, resalta que “las plazas han sido testigos de acontecimientos que recordamos, otros que olvidamos y algunos que han sido ocultados porque resultan incómodos, exigiéndonos madurez, responsabilidad y respeto por la diversidad de habitantes, minorías y pueblos originarios”.

La historia de la Plaza Colón está marcada por la bonanza salitrera, el desarrollo urbano y la violencia social. Mientras en los primeros años del siglo XX la ciudad se modernizaba, el conflicto laboral crecía. La huelga de febrero de 1906, originada por la demanda de mejores condiciones laborales, culminó en una brutal represión cuando el gobierno ordenó el desembarco de tropas y el uso de la fuerza contra los trabajadores reunidos en la plaza.

“El 6 de febrero de 1906, en ese frágil contexto y frente a las protestas de una huelga multitudinaria, se llevó a cabo una represión planificada contra los huelguistas, resultando en una masacre con muchas víctimas fatales”, explica Galeno-Ibaceta. La tragedia fue reportada por el diario El Industrial, que tituló “Los sangrientos sucesos de la semana pasada” y describió “la espantosa magnitud de la matanza del martes”

A pesar de la censura de la época, la memoria de la masacre ha sido rescatada por distintas generaciones.

Desde el radioteatro Una plaza para la muerte en 1971, hasta la instalación de un memorial en 2016 y su posterior refuerzo en 2019, la reivindicación de este episodio ha crecido. “Estos esfuerzos han conectado con generaciones previas, como el artista Marko Franasovic y la poetisa Nelly Lemus”, señala Alegría, resaltando la continuidad de la memoria social.

Pero la plaza no solo ha sido un espacio de tragedia, sino también de expresión cultural. En 1929, el poeta Andrés Sabella realizó una performance poética lanzando su hojaliteraria Carcaj desde un avión sobre la multitud que salía de misa. Este gesto, según algunos investigadores, forma parte del patrimonio inmaterial de la plaza.

Galeno-Ibaceta concluye que la Plaza Colón es “un sitio patrimonial y de memoria con múltiples dimensiones: histórica, poética, arquitectónica, inmaterial, y sin duda, trágica y reivindicativa”. Su legado no solo se expresa en sus monumentos, sino en la memoria de quienes la han habitado y resignificado a lo largo del tiempo.

Postal de la Plaza Colón enviada el 17 de abril de 1906. Archivo de Postales de Claudio Galeno, CLANT02-001.

In memoriam: al artista visual Juan Castillo, por Fernando Balcells

 Vía El Mostrador, 4 febrero 2025.

No fue el primero en hacer un arte de la escucha y de la hospitalidad pero nadie ha trabajado en el modo entreverado en que Castillo daba visualidad a las palabras e imaginación a los relatos. Los sueños que Castillo rescataba de su somnolencia eran dotados de una dignidad pública poderosa.

 

Decir que Castillo trabaja con los sueños, el deseo, los rostros y el habla de la gente, no es todavía decir mucho. Afirmar que era amable y que gozaba conversando, cocinando y comiendo, tampoco nos avanza en su obra. Para Castillo, el arte es un modo de vivir. No una revelación política o teórica sino una inclinación intuitiva, un enlace espontáneo del deseo y el placer, de la cotidianeidad y la creatividad. Una obra y una vida entreveradas en arquitecturas de resistencia a la funcionalidad. Su obra consiste en producir encuentros insospechados, de bajo perfil pero duraderos y transformadores.

Los que creen que Castillo era un tipo amable y que en eso reside su aporte al arte, podrían explorar más a fondo la relación entre esa amabilidad y la constitución de una obra singular que gira en torno a la receptividad, a la vulnerabilidad y a la multiplicación de los encuentros. Su obra es una prolongación de su carácter.

Castillo trabajó por más de cincuenta años recogiendo imágenes y hablas populares para devolverlas transformadas a sus personajes y a los escenarios en los que se desenvuelven. Todo el trabajo del CADA cabe en los modos que tiene Castillo de hacer vibrar el arte en los modos de registrar, transformar y vivir una vida. Sus trabajos invariablemente, hacen crecer la realidad.

Antes y después del CADA, Castillo es el mismo artista fundamental en el arte de Chile. Recordar que él fue quien armó la distribución de la leche en poblaciones con ocasión de Para no morir de hambre en el arte del CADA y que durante toda su carrera trabajó con pobladores en La Victoria y otras poblaciones de Pedro Aguirre Cerda, Antofagasta y múltiples ciudades y barrios en todo el mundo.

Se ha dicho que la modernidad del arte consiste en el carácter autorreflexivo respecto de sus procesos y materialidades. Castillo llevó este acento a los procesos de exposición de personajes populares de carne y hueso a los que la obra vuelve con una ampliación llena de recursos reconstructivos. El hilo de insistencia en la obra de Juan Castillo fue la idea Te devuelvo tu imagen.

La devolución de tu imagen debe dar lugar a una reflexión novedosa sobre la multitud de pequeños pasos y desvíos que se artifician y se suceden entre el cuerpo, el espejo, el arte y el reflejo.

Qué decir de la modestia de Castillo o, en otras palabras, de su forma de retirarse para permitir que las imágenes vuelen por sí mismas. No por casualidad pinta con una preparación de té, que da espacio a la fuga de las figuras desde el cuadro y a su paso discreto y evanescente por otros rumbos de la imaginación.

Castillo no era un gran pintor pero era un gran creador de imágenes.

No fue el primero en hacer un arte de la escucha y de la hospitalidad pero nadie ha trabajado en el modo entreverado en que Castillo daba visualidad a las palabras e imaginación a los relatos. Los sueños que Castillo rescataba de su somnolencia eran dotados de una dignidad pública poderosa, por el solo expediente de la exposición de sus rostros y sus relatos circulando inusitadamente por la ciudad.