Vía El Mercurio de Antofagasta, 18.06.17.
Esta era otra de las expresiones artísticas que cultivó el poeta nortino.
Waldo Valenzuela
El arte misterioso del dibujo acompañó toda la vida creadora de Andrés Sabella, en un ejercicio "no académico", sino "cazando imágenes", en una acción de "automatismo psíquico" en que hacía nacer desde la "nada blanca" del papel, imágenes donde el Mar estaba siempre presente.
Desde sus primeros esbozos de niño en una vieja agenda de su padre, hasta sus últimos trazos, el dibujo se le fue desbordando de sus dedos como una enredadera que fue entrelazando todo su oficio de hombre de letras con grafías, vertidas desde su alma. Aunque al dibujar describiera los perfiles de elementos y objetos de la vida cotidiana, el aroma del litoral lo envolvía todo, especialmente la brisa que traían las olas hacia la costa.
¡Cómo Andrés no habría de dibujar gaviotas niñas, cuando toda su poesía giraba en torno al misterio de lo femenino! Sus dibujos están habitados por perfiles, ojos, labios entreabiertos y cuerpos con toques de acuarela, que los encienden e iluminan. En una ocasión, observando la espiral presente en mis dibujos, sentenció: "Tus espirales son senos"… y torné a ser niño…
Los toques transparentes de acuarela permitían a Andrés transparentar el blanco del papel, el espacio y respetar la pureza de la línea. El óleo u otro material espeso y visceral hubieran traicionado el vuelo sutil de su caligrafía describiendo el mundo visible e invisible.
Patio trasero
El mar de Antofagasta fue el patio de su casa, en años en que aún no se le hurtaba espacio al borde mar. Para Sabella, Antofagasta era un balcón suspendido entre dos azules: el del cielo y el mar. Era Antofagasta dotada de dos atmósferas, más liviana la del cielo azul y más densa la del mar esmeralda.
Andrés, "espadachín de líneas", saltaba al abordaje de una mañana en el puerto, añorando mares del mundo, olas de su universo hecho de ríos, de corrientes submarinas, que se mueven silenciosamente bajo la superficie del paisaje inocente, depositando en la ribera de sus dibujos alguna botella con un mensaje dibujado.
El embrujo de su "dibujo brujo", está emparentado con la línea enamorada y adolescente del arte Florentino, Pre Renacimiento, con la caligrafía sagrada del Islam, con el humo verde del dibujo en la selva Maya, con las espirales del incienso ascendiendo hacia lo alto en oración; porque en Sabella su genio creador es universal. Su amor al mar y a los veleros le permite viajar hasta hoy por todas las latitudes.
Todo levita en sus diseños: Elba Emilia, veleros, libros, pipas, perfiles de amigas y amigos entrevistos en el recuerdo, reapareciendo en la memoria visual de su dibujo.
Andrés ha captado en sus dibujos ese protagonista primordial de la ciudad puerto: el espacio . En su composición grafica no divisamos la horizontal del desierto, salvo excepciones. Su hora crucial en sus dibujos es la luz azul y matinal de las 10 u 11 de la mañana, caminando por calle Prat, saludado y saludando amigos y conocidos. Su hogar de calle Uribe conectaba todas las tardes con el mundo mientras dibujaba mundos.
Los gatos de tía Martina, que según Andrés alguna vez fueron dioses, estaban en el secreto del contenido, por su fino oído, gracias al áspero rasgado de la pluma y su rastro de tinta en la nada blanca del papel, repitiendo cada día el gozo de la creación.
Confiamos en que algún día, en el futuro "Museo de Arte Moderno de Antofagasta", los dibujos de Sabella, su tesoro más preciado, sea el corazón mismo de las colecciones, articulando los espacios del Museo.
El Mar, los barcos, los peces, los caracoles, las estrellas y caballitos de mar, entre otros, fueron elementos siempre presentes en la magia de creación poética-pictórica de Sabella, como también lo fue el Barco de la Revista HACIA, la nave que zarpó desde la rada de Iquique para llevar a Andrés al Mar de la Eternidad.
¡Andrés Sabella, Gentilhombre de Mar, amó el Mar de Antofagasta!.
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