La compañía del magnate compara su vuelo de 11 minutos con la hazaña de Valentina Tereshkova, una de las muchas profesionales que se ha ganado su sitio a pulso en la carrera espacial.
Vía El País.
Por Javier Salas / 08 MAR 2025 - 01:20 CLST
“Esta es la primera tripulación compuesta solo por mujeres desde el vuelo espacial en solitario de Valentina Tereshkova en 1963”. Así vende Blue Origin, la compañía espacial de Jeff Bezos, su próximo viaje. Tras lanzar a 100 kilómetros de altura al montañero español Jesús Calleja, el siguiente viaje contará con seis mujeres a bordo: la cantante Katy Perry, la periodista —y prometida de Bezos— Lauren Sánchez, la presentadora de televisión Gayle King, la ingeniera aeroespacial Aisha Bowe, la activista contra la violencia sexual Amanda Nguyen y la productora de cine Kerianne Flynn. Bezos, con una imagen pública en entredicho por sus acercamientos a Trump, se hace una foto feminista. Mientras Amazon da marcha atrás a sus iniciativas de diversidad e inclusión, Bezos finge mirada de género.
Ellas solo harán un viaje de 11 minutos, como Calleja o el propio Bezos, que hizo el primero de este tipo de vuelos con su nave New Shepard. Arriba pasarán unos 200 segundos experimentando la sensación de baja gravedad; y ya, de vuelta a tierra. Blue Origin ya ha repetido diez veces este lanzamiento suborbital sin problemas y, a efectos prácticos, es como una gigantesca atracción de feria. Los tripulantes solo tienen que sentarse dentro de la cápsula y disfrutar: ni palancas, ni controles, ni volantes. Como las 52 personas que ya ha lanzado Bezos del mismo modo, ni hacen nada ni tienen nada que hacer. Cosquilleo, selfis, lágrimas y a casa.
Cuando Tereshkova se subió a bordo de la Vostok 6 en 1963, solo 11 personas habían ido al espacio en apenas dos años de arriesgadísimos vuelos. Ahora ya vamos camino de los 700 viajeros espaciales en seis décadas de lanzamientos. La rusa, que cumplió 88 años el miércoles, dio 48 vueltas a la Tierra durante tres días, más tiempo que todos los vuelos estadounidenses tripulados juntos hasta ese momento. Tereshkova tuvo que intentar rectificar a mano un fallo en la trayectoria de la nave espacial, sufrió dolores por las estrecheces de la cápsula, y vómitos y frío por las condiciones extremas. Katy Perry, Bezos y Calleja solo tienen que disfrutar. Sigue siendo una actividad arriesgada, ojo con banalizarla: mandar humanos al espacio es peligroso, pero subir a la New Shepard no te convierte en astronauta. Poner a esas turistas espaciales en el mismo plano que a Tereshkova es considerarse un chef por echarle ketchup a la hamburguesa.
La comparación de Blue Origin con la astronauta rusa es ridícula, pero roza incluso lo insultante hacia las mujeres que de verdad se dejaron —y dejan hoy— la piel para avanzar en una industria increíblemente machista. Las mujeres ya son astronautas de primera a pesar de las estructuras de poder de las agencias espaciales. Que siempre las ningunearon hasta que tocó utilizarlas para marcarse un tanto feminista, y después volver a ningunearlas en cuanto ponían el pie en suelo firme.
La Unión Soviética de Tereshkova no fue muy distinta. La llamaron “Gagarin con falda” y no volvió a volar después de su heroicidad. Decenas de cosmonautas rusos volaron en las décadas posteriores hasta que llegó la segunda mujer en el espacio, Svetlana Savitskaya, que solo viajó en una Soyuz en 1982 porque Estados Unidos había anunciado que Sally Ride volaría en 1983. A Savitskaya, sus compañeros de vuelo la recibieron en órbita mandándola “a la cocina” de la nave: “Tenemos un delantal preparado para ti, Sveta”. A Ride le preguntaron si necesitaba maquillaje espacial o si lloraba bajo presión.
La URSS tenía su foto y EE UU también tenía la suya. Pura propaganda de supuesta reivindicación de las mujeres que ahora se denomina con un término en inglés: purplewashing. El ejemplo más sangrante es el de Rayyanah Barnawi, científica de 33 años, que en mayo de 2023 se convirtió en la primera mujer astronauta de Arabia Saudí. Uno de los países más misóginos del mundo, dirigido con mano de hierro por Mohamed bin Salmán, entraba en la selecta decena de países con mujeres espaciales. El sátrapa se puso la medalla y posó dándole la mano a Barnawi.
Las mujeres no necesitan que las pongan en el espacio, nunca lo han necesitado: se lo ganaron solas. Lo hicieron las Mercury 13, las pioneras que fueron apartadas en los inicios de la carrera espacial aunque superaban a los hombres en las pruebas. Lo hizo Peggy Whitson al convertirse en la astronauta estadounidense —hombre o mujer— con más tiempo acumulado en el espacio: 675 días en órbita. En ese ránking, la segunda persona es Suni Williams, que actualmente es la comandante de la Estación Espacial Internacional, que superará los 600 días fuera de la Tierra la próxima semana y a la que Trump y Musk se olvidan de dar crédito cuando la califican de “abandonada en el espacio” y hablan de su “rescate”.
Se lo ganaron solas Jessica Meir y Christina Koch, las primeras en realizar juntas un paseo espacial solo de mujeres, a pesar de que la NASA tuvo que cancelar un primer intento por no tener dos trajes disponibles para ellas. También la italiana Samantha Cristoforetti (370 días en órbita) y la rusa Elena Serova al convertirse en las dos primeras mujeres europeas en coincidir en el espacio. Y así un largo etcétera, hasta el centenar de mujeres que han salido de la Tierra currándoselo. Eso son logros reales de las mujeres en el espacio, ganados con su propio esfuerzo y talento, frente a una campaña publicitaria organizada por un billonario desatado.
Mientras Bezos manda señales de simpatía hacia las políticas reaccionarias de Trump, las dudas acechan al programa Artemis de la NASA, que pretende volver a pasear humanos por la Luna. Salvo que Trump tome otra decisión misógina, el plan es que uno de ellos, por primera vez, sea una mujer. Se trata de una decisión claramente política de la anterior Administración, convencida, como muchos, de que la discriminación positiva no va en contra de la meritocracia. Solo repara una exclusión sexista y deliberada que ha durado décadas y, además, los astronautas con mejores marcas de la NASA —como Whitson y Williams— resulta que son mujeres. Si el Gobierno de Pedro Sánchez pusiera toda la carne en el asador para que Sara García, astronauta suplente de la Agencia Espacial Europea, vuele al espacio cuanto antes, también sería una decisión política. Pero el currículum y la preparación de García, científica del CNIO y deportista incansable, están fuera de toda duda. Y como la española, ahora mismo, muchas mujeres estudian y entrenan duro para ganarse un pasaje al espacio. No necesitan un novio billonario para compararse con Valentina Tereshkova.